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Desgraciado monumento a Clarín

La frágil peripecia del homenaje que la ciudad dedicó al autor de "La Regenta"

Vetusta jamás fue hijo predilecto de Oviedo; al menos para un sector importante de su escasa y provinciana población. El censo de 1887 nos habla de un total de 19.000 habitantes, dominados en su mayoría por el clero, la nobleza y los indianos: el clero mantenía hasta la última palabra de su verdad y el culto brillaba por su escasez. No es extraño que el retrato geográfico y moral que Clarín traza en La Regenta, y el dilema sentimental entre Ana Ozores, don Álvaro Mesía y don Fermín de Pas, rivales amorosos, calase en la sociedad de su tiempo como un tema anticlerical y una crítica feroz al vulgar estilo de vida que la cara noble de la Encimada dejaba entrever y que don Leopoldo Alas despreciaba. Novela con todos los ingredientes para propiciar feroces discusiones en torno a ella. No en vano don Leopoldo Alas fue un personaje tan admirable como respetado y, a su vez, temido.

Frances W. Weber, en "Ideología y parodia religiosa en las novelas de Leopoldo Alas" (1966) dice:

"El argumento de La Regenta sigue las oscilaciones de la heroína entre la tentación erótica y el entusiasmo religioso. Su dilema no es escoger entre deber moral y deseo inmoral, como creen algunos, sino entre dos maneras ?aparentemente contradictorias, pero en realidad muy semejantes,? de escapar a la monótona y opresiva vida de Vetusta: el misticismo religioso y el amor espiritual y romántico".

Sirva de preámbulo esta somera presentación para explicar que el autor de una de las mejores novelas de todos los tiempos, "La Regenta", publicada entre 1884 y 1885? no gozaba del aprecio, precisamente por haberla escrito, de un importante sector de la población ovetense. Al final, no soy capaz de discernir si los días de Clarín transcurrieron en Oviedo o siempre habitó en Vetusta.

Carbayón de adopción, literato que tan solo con un catalejo y una pluma, desde uno de los balcones del "poema romántico en piedra" consiguió situar la capital del Principado de Asturias a la cabeza del panorama literario universal.

Nada de esto sería considerado relevante si no hubieran tenido que transcurrir tres décadas desde su fallecimiento hasta que en 1931, a instancias de la Universidad Literaria y el Ayuntamiento fuese inaugurado un busto en el Campo de San Francisco, obra del escultor Manuel Álvarez Laviada (1894-1958).

Va a resultar cierto el dicho de que poco dura la alegría en casa del pobre. Lo digo porque un lustro más tarde, en 1936, tras la entrada de las tropas gallegas en Oviedo, el busto fue destruido. Parece ser que (no existe absoluta certeza), y siempre según la versión del historiador ovetense Emilio Campo, persona que conoce nuestra historia al dedillo, al pobre don Leopoldo le pintaron unas orejas de burro y, tras ello, se dedicaron a devastarlo a tiros de fusil, armas que de aquella abundaban, no siendo dinamitado como otros aseguran. Franquistas, falangistas o incitados por el rumor de los manteos, quienesquiera que hayan sido: se necesita ser animales.

Las fuerzas vivas prosiguieron con el desprecio y el bloqueo a Clarín. Fue el alcalde Alonso de Nora el que, en principio, decidió que el busto retornase al Campo; encargo que hizo al escultor ovetense Víctor Hevia (1885-1957), que también esculpió "Amor y Dolor", el busto a Juan Rodríguez Muñiz y el monumento a José Tartiere, situadas en los mismos jardines. Este lo entregó en 1955, lo que de nada sirvió gracias a los mandamases de la época, que no permitieron su instalación y, como quien no quiere la cosa, permaneció oculto en un sótano del Museo Arqueológico hasta 1968. Fue en tiempos del alcalde Manuel Álvarez-Buylla cuando retornó al Campo enmarcado en el conjunto escultórico de Álvarez Laviada. Eso sí, antes se eliminó la figura femenina semidesnuda que aparecía en la parte posterior y que tanto había escandalizado, sobremanera, a los usuarios del Espolón.

Llegó el instante de preguntar y preguntarme, cuántos miembros de nuestro Ayuntamiento, con mando en plaza, han leído "La Regenta"; si lo han hecho en más de una ocasión y qué les ha parecido. Me atrevo a decir que ninguno le ha echado ni tan siquiera una ojeada. A cualquiera de ellos, con un poco de sensibilidad y respeto por la obra cumbre de don Leopoldo, ya se le hubiera ocurrido reparar la escultura a Clarín, que se está cayendo a pedazos, al igual que el resto del Campo de San Francisco. Hay historias que nacen desgraciadas, esta es una de ellas.

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