Tapia de Casariego,

Ignacio PULIDO

Centenares de bloques de granito magistralmente dispuestos componen los dos malecones que sirven de abrigo al centenario puerto de Tapia de Casariego. Erigido a finales del siglo XIX al calor del impulso filantrópico ejercido por Fernando Fernández, marqués de Casariego, el puerto muestra al viajero las cicatrices que el embate de las olas ha dejado en sus diques. Numerosas grietas atraviesan sus gruesos muros formando ángulos de noventa grados y dan una idea de la rabia cantábrica que cada día, desde hace siglos, presenta enconada batalla a los marineros tapiegos. Sobre los adoquines del muelle, turismo y pesca conviven, siendo el primero el que cada vez gana más terreno surfeando sobre las aguas. A pesar de todo, Tapia ha sabido mantener ese carácter marinero con el que están ungidos los pueblos del litoral cantábrico.

La historia del puerto se remonta a la época romana, cuando el fondeadero de Tapia hacía las veces de punto de partida para las toneladas de mineral extraídas en las minas aledañas y de las que aún se conservan derrelictos, como es el caso de los lagos de Silva, en Salave. Durante la baja Edad Media el puerto adquirió cierta entidad pesquera con el inicio, a finales del siglo XIII, de la pesca de ballenas, actividad monopolizada casi por completo en el Cantábrico por los balleneros vascos, principalmente los oriundos de Guipúzcoa. El muelle tapiego vería colmadas todas sus expectativas en 1870 con el inicio de la obra de ingeniería auspiciada por el marqués de Casariego, que aún hoy en día se conserva en su estado original. Cabe destacar que durante la misma centuria también se dotó a Tapia con el único faro del litoral asturiano sito en una isla, hoy unida a tierra a través del malecón de Entreíslas.

Durante las últimas décadas la flota tapiega ha visto mermado su número de embarcaciones. José Méndez, un pescador tapiego que ya disfruta de su jubilación, recuerda la última vapora que surcó las aguas del puerto tapiego. «La vapora "Campesina" estuvo en funcionamiento hasta 1955. Recuerdo cómo el puerto se llenaba en aquella época de embarcaciones al final de la costera del bocarte», apunta Méndez, quien añade que llegaban a Tapia pesqueros procedentes de San Juan de la Arena, Cudillero, Luarca, Burela y Bermeo, entre otros. «Empezábamos la costera en las aguas del golfo de Vizcaya y después íbamos avanzando hacia el Oeste, por lo que amarrábamos en los puertos que encontrábamos de paso», comenta Méndez mientras recuerda las largas jornadas como patrón del «Madre Cristina».

La Cofradía de Pescadores «San Pedro», que actualmente encabeza Pedro González, pasó de aunar más de doscientos afiliados a contar con tan sólo treinta que trabajan en siete embarcaciones de lista tercera. De todas ellas, el «Siempre Terín» es la única que faena en caladeros comunitarios como el Gran Sol. Al igual que en otros puertos, la ausencia de savia joven augura un futuro incierto para la flota. De todos modos, aún quedan ejemplos como el de Diego García, de 23 años, que ha optado por la vida marinera.

Los malecones del puerto han sido objeto de numerosas reparaciones a lo largo de su historia debido a los destrozos causados por las vagas de mar. A pesar de todo, numerosas grietas afloran creando una cierta sensación de inestabilidad. «El agua atraviesa los malecones en diversos puntos como si de bufones se tratase. No es la primera vez que parte de los diques se desploma», afirma Pedro González mientras señala una zona en la que el espigón del Rocín ha cedido, presenta alabeo y se cree que incluso está minado por las olas.

Quizás el principal problema del puerto tapiego sea su poco calado. El último dragado tuvo lugar en 1954 y desde entonces la corriente colmata el muelle con arena. «En muchas zonas tenemos que echarnos al agua para salir a tierra cuando hay mareas vivas. La acumulación de materiales es tal que incluso hizo desaparecer casi por completo una antigua cetaria de mareas», apunta González, que a su vez teme que un posible dragado ocasione derrumbes de no asegurarse los diques, que tras más de cien años de historia mantienen el tipo cumpliendo la tarea que les fue encomendada: servir como refugio a los hombres de la mar.