El Espín (Coaña)

Faustino González es conocido en la comarca por su flamante colección de máquinas de coser, una de las más importantes de Europa. No obstante, antes que coleccionista, este coañés fue sastre de profesión y vocación, una labor en la que se inició siendo muy joven.

Nació en el año 1934 en el pueblo coañés de Las Cruces, fue el mayor de nueve hermanos y supo desde bien joven que lo suyo no era el trabajo en el campo. Quizás heredó el gen de su madre que había sido modista y a la que recuerda ver coser en casa desde bien niño.

Le costó convencer a su padre de que le permitiera estudiar y aprender la profesión, pero lo logró con la ayuda de su madre y su tía. Fue así como en el año 1947 entró como aprendiz en la sastrería Rodríguez de Navia que dirigía Manolín de Outeiro. Con él pasó cinco años en los que aprendió la base de la profesión: «Hacía un poco de todo pero aprendí mucho».

Fue un anuncio en LA NUEVA ESPAÑA el que le ayudó a dar un giro a su vida. Respondió a una oferta de empleo en Avilés y allí encontró «al mejor maestro sastre» que tuvo en su vida. Su nombre era Vicente Verano y era el dueño de la «Sastrería Verano», en pleno centro avilesino. «Llegué a Avilés en el año 1952 y después del primer día de pruebas el maestro me dijo que me veía voluntad, pero que estaba más verde que las ciruelas en marzo», relata. Aún así, confió en el talento de Faustino y le dio una oportunidad: «Puse todo de mi parte y a los tres meses ya colocaba las mangas de las americanas».

En aquella época ganaba unas 210 pesetas semanales, lo que suponía una auténtica fortuna dado que el alojamiento en pensión sólo le costaba seis pesetas. Cuenta este coañés que dominaba la aguja pero le faltaba aprender el corte y por eso decidió irse a Barcelona a una academia. No sólo en tierras catalanas completó su formación, sino que prestó el servicio militar en Valladolid, en la sastrería de la Capitanía General.

Pero el sueño de Faustino González era regresar a casa y crear su propia sastrería. Lo logró tras varios intentos, logrando gran prestigio en los años dorados de la confección. «Los sesenta y los setenta fueron años maravillosos y trabajé mucho», cuenta. Tal es así que en el año 1967 llegó a hacer 780 trajes de hombre, su especialidad. «Entonces hacíamos una media de 14 ó 15 trajes a la semana».

Los sastres debían tener mucho cuidado en sus compras ya que las telas se adquirían por temporadas y una mala elección podía llevarles a la ruina. «Si comprabas una tela que luego no gustaba podías perder mucho dinero». Y no sólo había que caminar con cautela en la elección de la tela sino también en la orientación del negocio. El propio coañés cometió un error cuando probó a hacer confección en serie. Llegó incluso a patentar la marca «Colección Fausto» para sus creaciones, pero no resultó bien.

Cuando la confección a medida fue poco a poco en declive, Faustino González empezó a compatibilizarla con la venta de ropa y a ello se dedicó hasta su jubilación. «Empecé vendiendo trajes a 2.300 pesetas y los últimos los vendí por 80.000. Esos precios ahora son inviables y por eso el oficio no volverá nunca», lamenta.

Ahora Faustino González es conocido en la comarca por su flamante colección de máquinas. Su afición comenzó en 1968 y poco a poco se fue especializando: «Es como una droga, me dio amistades y muchas satisfacciones». Sólo lamenta no poder hacer un museo en el que lucir su estupenda colección.

Sus 600 máquinas sirven para hacer un exhaustivo repaso a la historia de este aparato, fundamental en los hogares hasta hace unos cuantos años. Su pasión por las máquinas le ha llevado también a escribir un libro, «Como nació la máquina de coser», que espera editar el año próximo y en el que desvela todos los secretos de su vieja y querida amiga.