Tapia llora a Florentino Díaz, Floro, personaje "irrepetible" y muy querido

El funeral del tapiego, de 98 años, será este martes a las seis de la tarde

Floro Díaz, el pasado octubre, junto a la fuente del Pilón.

Floro Díaz, el pasado octubre, junto a la fuente del Pilón. / T. Cascudo

T. Cascudo

Tapia llora a Florentino Díaz, más conocido como Floro, muy querido en el concejo y una persona apreciada por su bonhomía, carácter risueño y dicharachero. Falleció este lunes a los 98 años de edad y los vecinos le definen como un personaje “irrepetible” y "muy entrañable". El funeral será este martes por la tarde en su querida Tapia, donde todos recordarán al hombre que disfrutó de la vida hasta el final de sus días.

“Educado, cariñoso, risueño y bromista”, son algunos de los calificativos que repiten estos días los tapiegos, que no olvidarán jamás la “felicidad contagiosa y la sonrisa permanente” de Floro. Florentino Díaz, el octavo de doce hermanos, nació en Tapia y durante su vida ejerció los más variados trabajos: desde porteador de pescado para las fábricas de conserva de la villa a pescador o peón de obra. Uno de los trabajos que más le gustó fue el de operador de máquina de cine, primero en el mítico cine “Edén” de Tapia y, después, en las salas “Pombo” y “Esperanza” de Mieres. “Casi se puede decir que fui artista”, bromeaba hace años en un reportaje sobre su vida publicado por LA NUEVA ESPAÑA.

A los diecinueve años se casó con la también tapiega Anita García y con ella se desplazó a Mieres, donde vivieron unos años. Allí Floro trabajó en la Fábrica de Mieres hasta que esta pasó a formar parte, en 1969, de la siderurgia pública Ensidesa. Fue entonces cuando se mudó a Gijón para ejercer de calderero. Cuando se jubiló regresó a su “pueblín” querido.

El pasado octubre Floro participó en un reportaje de este periódico sobre las personas que viven solas. Quiso mantener su independencia hasta el final de sus días y, aunque en la última etapa acudía a dormir a la casa de su hija, mantuvo su piso de toda la vida. “A las personas que viven solas les digo que vivan la vida, que no se amarguen y que hagan lo que les venga bien”, señalaba Floro, viudo desde hacía veinticinco años. Y añadió entonces: “No pienses que no tengo miedo a caer o que me pase algo porque ya tuve algún susto, pero no vas a vivir muriéndote”.

Y eso hizo Floro, vivir y disfrutar de la vida hasta el final. Los tapiegos echarán de menos sus paseos diarios, su sonrisa y sus saludos, siempre con un punto de socarronería. Hasta siempre, Floro.