Valdés reconoce la labor de las rederas y antiguas trabajadoras de las conserveras: "Ya era hora, nunca se acordaron de nosotras"

Aurelia Rodríguez y María Luisa Pérez recogen mañana viernes el "Reconomiento por la igualdad" del Ayuntamiento

Por la izquierda, María Luisa Pérez y Aurelia Rodríguez, en la cofradía de pescadores de Luarca.

Por la izquierda, María Luisa Pérez y Aurelia Rodríguez, en la cofradía de pescadores de Luarca. / A. M. S.

Ana M. Serrano

Aurelia Rodríguez, redera jubilada, y María Luisa Pérez, extrabajadora de una de las antiguas conserveras de Luarca, hablan sin parar. Juntas, recuerdan tiempos pretéritos, cuando la villa era más boyante y había más actividad relacionada con la pesca. Ambas recogerán este viernes el llamado "Reconomiento por la igualdad", un galardón que entrega el Ayuntamiento de Valdés (Conservatorio, 21.00 horas) dentro de los actos del Día Internacional de la Mujer.

La distinción se les entrega por ser mujeres "orgullosas de unos oficios que han dignificado y puesto en valor con mucho esfuerzo, dedicación y entrega". También como "protagonistas anónimas de una parte muy importante del desarrollo económico de Luarca, cuyo nombre queremos recuperar como parte fundamental de nuestra historia".

Aurelia Rodríguez tiene 66 años y es de Luarca "de toda la vida". Esposa, hija y nieta de marineros, se casó con dieciséis años y tuvo tres hijos. En 1990 realizó un curso de redera en la villa y no abandonó el oficio hasta su jubilación el pasado septiembre. Tiene muy presentes los recuerdos y reconoce que el trabajo "siempre me gustó". Otra cosa fueron las condiciones: pasó frío en muchas ocasiones y, en otras, no cotizó a la Seguridad Social. Ella misma muestra unas fotos que guarda con mimo. En una de ellas aparece con el grupo de mujeres con el que hizo su primera formación de redera. En otra posa con compañeras de un viaje a Portugal, aprendiendo algo más sobre la tarea de "afeitar", como ellas dicen.

Foto del álbum particular de Aurelia Rodríguez, en un curso de rederas en Portugal.

Foto del álbum particular de Aurelia Rodríguez, en un curso de rederas en Portugal. / R. A. M. S.

Después de aquel primer curso en Luarca, recuerda que crearon una cooperativa con poco recorrido, "porque teníamos que pagar más de autónomas de lo que ingresabas", dice. Eran tiempos difíciles, cuando no existía el régimen especial del mar. Aurelia supo reinventarse. Empezó a trabajar de autónoma en unos almacenes de la avenida de Argentina. "Te vas metiendo en ello y el oficio te lleva", confiesa. Teje todo tipo de aparejos: "Es un trabajo artesanal y mal pagado, al que apenas se le dio valor", apunta.

Para saber por qué muchas mujeres de marineros se hacían rederas hay que pensar en otros tiempos cuando, sin saberlo, estas mujeres desarrollaban un trabajo fundamental. Entonces todo el aparejo "se cosía en casa cuando se rompía", rememora. Las mujeres que cuidaban a mayores e hijos y se encargaban del hogar ganaron destreza en estas tareas y crearon un oficio.

Más tarde, no compensaba coser en casa. "Se compraba el paño y a armar, que es lo que hacemos", apunta Aurelia. Pese a las horas empleadas y a los muchos dolores en las manos, no cambia por nada su trayectoria. "Fue lo que hice y estoy orgullosa", apunta, mientras habla con presteza de todo lo logrado en los últimos años, especialmente en lo referido a condiciones laborales.

Las homenajeadas, en el muelle de Luarca.

Las homenajeadas, en el muelle de Luarca. / A. M. S.

María Luisa Pérez, "Mari", tiene 70 años y es la quinta de ocho hermanos. Empezó a trabajar en una de las conserveras de Luarca con catorce años. "Salí de la escuela en junio. En julio, a trabajar", recuerda. Varios familiares estaban en la plantilla de una de las conserveras de Luarca y por eso no lo dudó. Estuvo ocho años en la empresa, enlatando bocarte.

El proceso era manual y tiene presentes "esas manos mojadas durante tantas horas". "En verano bien, pero en invierno...", se queja. Recuerda la sensación de frío y el momento de la comida, cuando en los meses de inviernos duros apenas podían moverse. "El cuerpo se te había quedado tieso de frío", indica.

Tras el almuerzo, solían pasear para combatir las bajas temperaturas "Hasta saltábamos a la comba para entrar en calor antes de volver a la fábrica", recuerda. "Pero lo pasé muy bien", confiesa antes de relatar una anécdota: "Las mujeres hablaban allí de la vida, de cosas de adultas y yo me enteraba de todo. Me decían ellas que espabilase". Su primer sueldo fue de 325 pesetas. Le gusta pensar en ello y volver a pronunciar las mismas palabras que entonces le dijo a su madre: "¡Estira el mandil y mira". Se lo merecía. "El pescado se guardaba en cajas de madera que apilaban, teníamos problemas para llegar a las más altas y, si pedías ayudas, te decían que te estirases".

Con veintidós años se casó y se fue a Avilés. Tuvo dos hijos y, ahora que su marido está jubilado, vive en Luarca. "Yo lo pasé muy bien, cantábamos, hablábamos y nos reíamos mucho, pese a todo", apunta. Eso sí, lamenta que "siempre fuimos invisibles y nunca una institución nos hizo nada". Hasta ahora.