Arquitectura personal

Aurora Nestal, pediatra del occidente de Asturias: "En 1966 Luarca era más que ahora y el problema, que había que vestirse mucho"

"Perdí dos hermanos que murieron de pequeñinos por falta de penicilina y a lo mejor por eso elegí la pediatría" | "En 1982, cuando murió mi marido, lo peor que me pasó en mi vida, mis hijos tenían 13, 10 y 6 años y yo estaba siendo tratada de un cáncer"

La pediatra Aurora Nestal, en Luarca, frente al casino. | Miki López

La pediatra Aurora Nestal, en Luarca, frente al casino. | Miki López / MIKI LOPEZ

Javier Cuervo

Javier Cuervo

Aurora Nestal Álvarez (Mieres, 1937) es la pediatra que atendió a miles de niños del occidente asturiano desde los años sesenta, cuando se instaló con su marido, el especialista en digestivo Manuel María Tomé, en Luarca. Iniciaron su actividad en la medicina privada y luego la compaginaron con la pública. Hoy, el área de pediatría del Centro de Salud de Luarca tiene una placa con su nombre.

Tuvo una vocación muy temprana por la medicina que cuida de los niños y la estudio y ejerció cuando esta carrera estaba muy lejos de encontrarse tan feminizada como ahora. Dice que nunca sintió discriminación por ser mujer.

Viuda desde 1982 sacó adelante a sus tres hijos: Juan, Covadonga y Diego. Su hija, Cova Tomé, también médico, fue la cabeza de lista de Podemos a la Presidencia del Principado. Tiene cuatro nietos: Manuel María y Juan, hijos de Juan. Covadonga y Miguel, de Cova.

Vive con su hijo pequeño. Lee mucho, conversa muy bien y está muy activa. Desde su jubilación ha aprendido a cocinar.

–Nací en Mieres el 28 de marzo de 1937. Las familias de mi madre y de mi padre eran de Mieres, de Requejo, muy asturianos. Cuando vivimos en Galicia en vez de caldo gallego comíamos fabada o pote y casadiellas que mi madre hacía muy ricas.

–¿Cuándo salió de Asturias?

–Dejé Mieres con dos años, pero recuerdo la casa donde vivía, la de mi abuela junto al río y la Iglesia de San Juan, que me pareció pequeña al verla de adulta. Cuando tenía dos años y pico el tren en el que viajábamos a Ponferrada se accidentó. Estaba el túnel lleno de humo y gritos. Mi madre o mi padre me pasaron a brazos de una persona que salió conmigo corriendo por el túnel, al llegar afuera me dejó en una especie de pradín y se volvió corriendo a ayudar a más gente. Nunca pude decirle: "gracias, señor".

–¿Tenía hermanos?

–Tengo una hermana mayor y tuve dos hermanos que murieron muy pequeñinos, uno de meningitis y el otro de una sepsis.

–¿A qué se dedicaban en casa?

–Mi padre era maestro de obras. Trabajaba en una empresa gallega e iba donde había obra. Viví en Orense, en Coruña y quedamos en Santiago pensando en la universidad. Mi madre cuidaba de la casa y los hijos, una heroína doméstica.

–¿Fue consciente de la muerte de sus hermanos?

–Murieron en Orense, primero uno y luego nació el segundo. En 3 años perdimos a los dos. Con 6 años era consciente de que me habían llevado a mi hermanito y ya no estaba con nosotros

– ¿Cómo se vivió en casa?

–Para mi padre, que era un hombre fuerte, fue lo más atroz de su vida, y la había tenido difícil por sus ideas políticas. Recuerdo coger su mano porque lo veía muy triste. Quizá mi madre también, pero como tenía que sacarnos a todos adelante, luchaba también por él.

–Hable de él.

–Lucio Nestal tenía facha germánica: metro 90, rubio y ojos azules. Me hubiera gustado que los sucesivas generaciones hubieran mantenido ese azul. Era muy justo, honrado y culto y nos enseñaba. Había luchado por la libertad y lo había pasado mal.

–¿Cómo fue eso?

–Era socialista y estuvo en la cárcel tres años en Celanova como preso político por sus ideas. Lo conocí cuando yo tenía año y pico, volvió a casa y la vida fue más normal.

–¿Notó su ideología?

–Sí, pero contaba su estancia en la cárcel de manera muy novelada. No se recreaba en lo dura que había sido sino un poco como un cuento, para que lo viviéramos como algo que no era demasiado importante: cómo vivían allí, que trabajaban traduciendo una enciclopedia rusa.

–¿Sabe cómo era en la calle?

–Serio, muy afable y muy buen trabajador porque tenía una gran simpatía entre la gente.

–¿Y en casa?

–Para mí era un hombre especial. Siempre pensaba en lo que era bueno para ti, en la enseñanza, en la educación. Yo era muy estudiosilla y muy listilla y decidimos que hiciera medicina como yo quería. Por eso quedamos en Santiago. Por semana trabajaba por Galicia y volvía el sábado.

–Su madre.

–Carmen Álvarez Canga. Mientras mi padre estuvo en la cárcel, trabajó por sacarnos adelante. No era tan culta, pero sí una cocina excelente –hasta sus lentejas eran ricas– y sabía llevar la casa de una manera extraordinariamente buena para hacer llegar el dinero a final de mes. Mis padres se adoraban. Cuando en la radio sonaba un tango mi padre decía "Carmen", se cogían y se ponían a bailar. Se querían mucho, se querían mucho.

–¿Había peso religioso?

–No. Sin embargo, soy católica practicante, desde la escuela, cuando te preparaban para la comunión. Siempre hay dudas.

–¿Qué tal vivieron en casa?

–Sin necesidades, pero sin lujos. Echaba de menos una bicicleta porque los reyes magos me traían un librín y un vestidín. No llegaba para la bicicleta ni para Mariquita Pérez.

–Vivió con la abuela paterna en casa ¿Fue importante?

–Ojalá mis nietos me quisieran como quise a la abuela Genoveva. Había nacido en 1870, leía muchísimo, era también la típica madre buena cocinera. Suegra y nuera se llevaban estupendamente. Estaba integradísima. Era la típica anciana de cuento: falda larga y pelo blanco recogido en un moño. No tenía ni idea del dinero, porque no lo había llevado nunca. Para mi viaje fin de carrera a París me dio dos pesetas advirtiéndome "no vaya a ser que tu padre te dé poco dinero". Murió el año en que terminé la carrera.

–¿En su casa había mimos?

–Sí, pero no en exceso. Pensabas aquello de "si hago esto y mi padre y mi madre se enteran...". Había respeto y, al mismo tiempo, te sentías muy protegida.

–¿Qué tipo de cría era usted?

–Muy listilla y muy perico. Corría muchísimo y nos pegábamos con los niños.

La escuela.

–Fue en Orense, de niñas... tengo un gran recuerdo. Al entrar había que decir: "Franco, Mola, Falange Española". Recuerdo cantidad de conocimientos de aquellos años así que las maestras debían de enseñar muy bien, sobre todo geografía e historia.

–¿Le gustaba leer?

–A los 10 años leí la "Divina Comedia". La encontré encima de una mesa porque la estaba leyendo mi padre. Todos leíamos mucho y tengo libros en todos lados.

–¿Qué tal en el bachiller?

–Lo empecé en Orense y a mediados de curso nos cambiamos a Coruña. Empecé tercero en Santiago. Fui de matrículas. Acabé con 9,7 sobre 10.

–A los 15 años empezó de voluntaria en el hospital.

–Sí. Quería ser médico desde los 12 años y mi padre –que quería la mejor formación posible para mí– consiguió que me permitieran trabajar en Pediatría en verano. El hospital era el Hostal de los Reyes Católicos. Allí conocí gente extraordinaria. Fui todo el Bachiller y mientras estudiaba Medicina.

–¿Por qué Pediatría?

–Pensé que podía ayudar a los niños. A lo mejor pensaba en mis hermanos que se habían muerto porque no había penicilina.

–¿Influyó que fuera mujer?

–En la medicina nunca vi nada diferente por ser mujer. Mi madre no se tomó tan en serio mi vocación, influida por las amigas.

–¿Le impresionó el hospital?

–Un día cogí un niño para llevarlo a explorar y se me murió en los brazos. Llegué a casa llorando y mi madre dijo: "no vuelves más al hospital". Regresé al día siguiente con el beneplácito de mi padre. Muchos años después fui a un congreso allí y el guardacoches, un señor mayor, me preguntó "¿usted sabía que esto fue en su tiempo un hospital?" Le contesté que sí, que había trabajado yo. Me dijo: "Ay, entonces, usted es de las que se hizo la estética". Un piropo de primer nivel que fue la anécdota entre los compañeros.

–¿Cómo era la medicina que se practicaba entonces?

–Los niños no estaban vacunados y había muchas enfermedades que ahora prácticamente ni se ven. Había muchas menos posibilidades de antibióticos, pero la gente luchaba por sacar adelante a aquellos niños como fuera y si uno se nos iba era tremendo. Lo más importante que aprendí fue ese empuje. Mi marido me decía: "oye, que no eres la madre de todos los niños del occidente astur".

–¿Qué adolescente fue?

–Normal para los años 50. Buena estudiante, con muy buenas amigas y amigos, iba al cine el domingo y tuve algún refresquillo paseando por la alameda, que se ponía en la esquina cuando nos cruzábamos.

–¿Qué ambiente tenía la Facultad?

–Era políticamente izquierdista en voz baja. La Facultad estaba fría. La recuerdo como algo muy importante y muy bueno. Con su dureza porque estudiábamos como burros y trabajábamos muchísimo.

Aurora Nestal , en el salón de su casa de Luarca (Valdés). | |  MIKI LÓPEZ

Aurora Nestal , en el salón de su casa de Luarca (Valdés). | MIKI LÓPEZ / Javier Cuervo

–¿Hizo bien la carrera?

–Muy bien. Éramos dos mujeres. Los compañeros eran estupendos. Me casé con uno y otros fueron padrinos de mis hijos. La relación era muy cordial e igualitaria: las mujeres estábamos algo mejor porque nos cuidaban. Y los profesores, igual.

–¿Eran más maduros los jóvenes entonces?

–Sí. Teníamos, en algunos aspectos, muchas menos exigencias; no estábamos acostumbrados a lo que luego se fueron acostumbrando en nuestros hijos, a una vida de más alto nivel.

–¿Cómo conoció a su marido?

–Nos conocíamos algo de hacía tiempo y luego fuimos muy amigos porque éramos compañeros de curso. Cuanto estudiábamos quinto de Medicina me dijo "te voy a buscar al final de la guardia y te llevo hasta casa". Y a lo mejor me dio un beso, lo cual en aquel momento era muy comprometido. A partir de entonces fuimos los novios de la facultad.

–¿Cómo era?

–Se llamaba Manuel María Tomé. Tengo un nieto que se llama como él. Era de Santiago, gallego, gallego.

–Acabó la carrera en 1962.

–Fue cuando murió mi abuela Genoveva. Me fueron a avisar al cine de que se había puesto muy mala. Tenía 92 años. En una habitación habíamos puesto una cama para ella y otra para mí, que la cuidaba. Una noche me dormí y cuando me desperté ya estaba muerta. No avisé a nadie hasta la mañana por dejarlos que durmieran.

–¿Cuándo se casó?

–En 1965. Antes hicimos la especialidad en el mismo hospital. Nos casamos en Santiago de Compostela, con todo el hospital allí, en la iglesia de San Miguel dos Agros.

–¿Cómo vinieron a Asturias?

–No lo sé, pero vinimos pensando en trabajar por un año porque vivíamos dependiendo de nuestros padres y nadie era rico. ¿Por qué Luarca? No lo sé. Galicia, entonces, estaba a un nivel más bajo y se notaba al llegar a Asturias. Ahora es al revés. Quedamos porque encontramos un ambiente muy bueno, trabajábamos muchísimo, tuvimos tres hijos, en fin.

–¿Cómo era Luarca en 1966.

–Mucho más que ahora. Había unas fábricas de pescado, la papelera por el otro lado y más vida y población que ahora. Era un lugar agradable y no estábamos acostumbrados a vestirnos tanto, sobre todo las señoras, aunque se me exigía un poco menos porque como estaba muy ocupada me valía llegar con un jersey. Aún hoy con mis amigas, ya viejecitas, nos arreglamos para tomar un aperitivo y todavía la gente se cuida.

–¿Cómo fue la llegada?

–Nos instalamos en un piso, junto a la iglesia, que ayer vi que lo habían tirado. Empezamos a trabajar inmediatamente en nuestra consulta, como privados. La gente nos aceptó muy bien e hicimos amigos inmediatamente. El problema fue el exceso de trabajo. No había servicio de urgencias. Una epidemia de sarampión eran montones de niños porque no estaban vacunados y tenían las complicaciones respiratorias posteriores.

–Recuerdo el raquitismo.

–Lo teníamos muy estudiado en Santiago y con la vitamina D tomada a tiempo lo solucionábamos y se acaban los niños con las piernas arqueadas. Lo que había era una especie de hepatitis endémica.

–¿Y eso?

–Entonces se daban muchos más medicamentos por vía parenteral que por la boca. Las personas que iban a pinchar llevaban las jeringas mal desinfectadas. Le dijimos a cada paciente que tuviera en casa su jeringuilla y desapreció la hepatitis. Además de la población de aquí, venían muchos niños de todo el occidente astur y del norte de Lugo. Nos cogieron un cariño...

–¿A su marido le iba bien?

–Sí, vivió 17 años aquí y aún se le recuerda, pero enfermó de EPOC y murió en 1982 a los 46.

–¿Cómo fue la enfermedad?

–Poco a poco. Quizá si hubiera parado de trabajar algo antes hubiera durado algo más. Era fumador y dejó el tabaco cuando nació su hija, pero ya era tarde.

–Tuvieron tres hijos.

–Juan, Covadonga y Diego, que está soltero y vive conmigo. A los dos años de casarnos nació Juan, y los otros dos, en 7 años.

–¿Podía conciliar?

–No tuve problemas. Era fácil tener de servicio dos personas internas que trabajaban para la consulta, la casa y los niños. Ahora no te lo podrías permitir. Todavía tenemos la habitación de las chicas. La más joven era íntima de mis hijos y me dijo hace poco: "Usted nunca fue mi jefa, era mi madre". Se lo agradezco mucho. Tuvimos gente muy buena que se me marchaban cuando se casaban.

–¿Fue una madre presente?

–Trabajé mucho, pero le dediqué a mis hijos el tiempo que podía y pasábamos las vacaciones juntos.

–¿Cuándo empezaron a trabajar para la Seguridad Social?

–En torno a 1975, creo recordar. Había una presentación, no era una oposición. Las urgencias venían a la consulta de casa. La Seguridad Social se portó bien conmigo. Cuando se murió mi marido yo estaba siendo tratada de un cáncer y me dieron todo el tiempo que quisiera. Me mandaron un pediatra, Carmelo, negro y muy salado.

–¡Qué mal momento!

–Tuve un linfoepetilioma, me radiaron, evolucionó muy bien y creo que lo superé porque estaba Manuel María. Se encontraba peor que yo y me decía que tenía que vivir yo porque sería mejor para los niños y porque iba a tener más fuerza... Fue una época muy mala. Habían muerto mis padres hacía poco... Mis hijos tenían 13, 10 y 6 años. Manuel María y yo nos llevábamos muy bien, fue lo peor que me pasó en nuestra vida.

–¿Cómo llevó el año después?

–Tuve una enterocolitis hemorrágica, todo de tipo nervioso, pero seguí trabajando. A veces iba a encerrarme al cuarto de baño a llorar a gritos... Todo el mundo me ayudó mucho y mi pandilla de matrimonios no me dejó estar sola. Todavía me acuerdo de Manuel María ahora.

–Trabajó hasta los 70 años.

–Hasta que me echaron. A los 65 dejé la consulta privada y los últimos años del centro de salud con mis compañeros fueron muy agradables.

–¿Y la jubilación?

–Lo acepté bien. Las despedidas fueron muy bonitas y les estoy muy agradecida a todos. Estoy en la Cruz Roja. En casa siempre hay algo que hacer. No me aburro nada. Aprendí a cocinar.

–¿Cómo llevó la campaña electoral de su hija, Covadonga Tomé, cabeza de lista de Podemos al Principado?

–Mal. Deseando que acabara. Porque me dijo mi padre: "No te metas en política nunca, hija". Ahora resulta que nos meten en otra campaña.

–¿En su casa había política?

–Mi marido era político con ideas, como casi todos mis compañeros de facultad. Yo me intenté mantener al margen.

–¿Lo habló con Covadonga?

–En casa no hablamos de ello. Mi hija es la típica persona de buena voluntad, siempre estuvo con ONG. Quisiera que lo dejara, pero es absolutamente libre y no interfiero nada.

–¿Qué tal cree que le ha tratado la vida a usted hasta ahora?

–En general, bien. Tuve unos padres y maestros estupendos y la suerte de estar rodeada de buena gente. Me casé con el hombre que quise con la mala pata de que me lo llevaron tan pronto. Mis hijos son buena gente y tengo buenos amigos. Las pequeñas cosas de una enfermedad determinada lo vas superando y a tirar p’alante.

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