Últimamente se han dado noticias que afectaban a nuestra fe cristiana, pero que han pasado desapercibidas y digo lo de nuestra porque seguro que muchos dicen yo no soy cristiano, pero recuerdo una intervención de Gustado Bueno que decía que él era cristiano porque había sido bautizado... otra cosa era el que fuese un buen cristiano; partiendo de esta premisa una mayoría somos cristianos, porque hemos sido bautizados, aunque seamos malos cristianos. Las noticias que hemos podido seguir por los medios son en torno a la quema de una imagen de una Virgen en un pueblo de Grado, la desaparición de otras imágenes en el Urriello, la profanación de una sagrada forma recibida de un sacerdote y otras muchas más que afectan a un sector de la población que es profundamente creyente y devoto practicante; nunca he entendido estos alardes de valentía atentando u ofendiendo las creencias o la ideología de unos semejantes, creo que la democracia está basada en la convivencia a través del respeto.

La verdad es que todos los días ocurren tropelías de estos estilos, pero no ocurre nada, los ciudadanos occidentales pasamos de todo, somos agnósticos profundos, ateos recalcitrantes o simplemente creyentes pasotas -quizá los peores-, nuestra única veneración se centra en el «becerro de oro», lo demás carece de importancia y sobre todo en este momento en que Stephen Hawking ha decretado la no existencia de Dios, dejándola, quizás, en un simple agujero negro.

El mundo occidental ya no se para en bobadas, ahora lo que nos interesa es la Alianza de las Civilizaciones y olvidar aquella barbarie de las Cruzadas y la Inquisición, ahora somos civilizados y permitimos que se nos coloque el «burka» si con ello podemos contentar a nuestros huéspedes; qué absurdo molestarse por la quema de una imagen, aunque ésta fuera de Salzillo, o por la falta de respeto a una «beata», nosotros ahora somos progresistas y pasamos de esas tonterías y cuentos de curas.

El respeto, palabra en desuso, que permitía la convivencia pacífica entre diferentes credos o ideologías, incluso entre aficiones deportivas, esencia misma de la democracia, tal y como la contemplaba Nicolás Salmerón, ese presidente que renunció a su cargo por no firmar una pena de muerte, ... «no estoy de acuerdo con lo que dices, pero daré mi vida por defender la posibilidad de que lo sigas diciendo»; testimonios como el de Unamuno cuando se quitaba el sombrero al paso de la Custodia, en el día del Corpus en Salamanca, y un vecino le dice: ¡ hombre, don Miguel... usted tan agnóstico!, y él le contesta con desprecio: señor, aunque no nos tratamos, nos respetamos; o aquella historia que Severo Ochoa nos contaba a mi mujer y a mí, durante una cena en Madrid: «He buscado la esencia de la vida a través de la ciencia y no he encontrado nada, luego algo hay que mantiene el orden perfecto del Universo, pero somos tan poca cosa que nunca podremos, por más que descubramos, aclarar el misterio de la vida». Todas estas dudas han asaltado siempre a sabios y a genios, unos con prudencia respetan, otros discrepan furibundamente, quizá por el temor a que otro rey ocupe su trono, pero el pueblo llano solamente se limita a buscar la fe en algo, sobre todo cuando ve que se nos derrumba «el Estado del bienestar».

Los pueblos siempre han acudido a los dioses porque los humanos, ni aun cuando han sido revestidos de deidades, nos han complacido; siempre lo mismo, todo para el pueblo pero sin el pueblo, ahora salen nuevos dioses, los dioses del poder virtual y de la ciencia y continúan los del poder político, pero al final el pueblo vuelve a la fe tradicional cuando le fallan las pensiones y las garantías sociales, cuando el becerro de oro se desvanece.

En medio de estas luchas contra una economía incierta, con motivo del aniversario del 11-S, aparece el ángel vengador, Terry Jones, blandiendo su espada de fuego y amenazando con quemar montones de ediciones del Corán, y, he aquí, que nuestra prepotente sociedad occidental, gigante con pies de barro, ve temblar su torre de cristal en forma de cruz, y nos sentimos atemorizados, como niños inocentes e indefensos, frente al creciente imperio de la media luna, símbolo de un pueblo con una fe férrea, puede que incluso fanática, pero que en ningún caso permite que se toquen los símbolos de sus creencias religiosas, muy unidas a un poder político emergente.

Sin duda alguna, la decadencia de Occidente, de la que ya hablaba Ortega, pasa por una sociedad prepotente que ha perdido los principios, la fe y el respeto. Dejemos el Corán y quememos la Biblia; esto a nadie le importa, y así la Alianza para las Civilizaciones no tendrá problemas, puesto que a nadie molestamos.