Gijón ha visto cómo en los últimos días ha estallado la polémica en torno al fenómeno conocido como «botellón», fiesta social juvenil que ya tiene bastantes años. La movilización de comerciantes y vecinos de las zonas cercanas al Mercado de San Agustín ha sido el detonante para que el fenómeno se haya convertido en problema ciudadano y hasta político, por las erráticas posturas de algunos portavoces de los partidos con representación municipal que han mezclado churras con merinas a la hora de apostar por soluciones.

El «botellón», causa de serios problemas de orden público en ciudades como Madrid, Barcelona, Cáceres, Sevilla o Granada, ha estallado en Gijón con cierto retraso porque ha tardado en llegar a las zonas urbanas más sensibles. Hace años la juventud de la ciudad acudía a la zona del Parque Inglés, ahora Parque Hermanos Castro, en grupos reducidos en lo que se conocía como «ir de mochada», en referencia al popular calimocho. Eran grupos de amigos, reducidos y aislados. Pero la evolución de la sociedad juvenil ha ido hacia la masificación. Aquellos grupos de la «mochada» dejaban la zona limpia de basuras, por lo que las imágenes posteriores a la estancia de jóvenes que se iban luego a las discotecas de la zona no eran tan duras como las que ahora se ven. Del Parque Inglés al barrio de La Arena y del barrio de La Arena al cerro de Santa Catalina. Hasta la invasión de la plaza de Romualdo Alvargonzález Lanquine, calles adyacentes y zona del Náutico.

El «botellón» es un fenómeno de difícil control. El consumo de alcohol por los adolescentes es cuestión de ellos y de sus padres; en los jóvenes con mayoría de edad, será cuestión de cada uno y, por supuesto, de sus familias. Las autoridades públicas han de intervenir cuando, con consumo de alcohol o sin él, los derechos de vecinos y comerciantes se vean lesionados por los comportamientos inadecuados que se han denunciado. El viejo dicho de que los derechos de uno terminan donde empiezan los de sus semejante viene que ni pintado a estos casos. El derecho a la diversión no puede invadir nunca los derechos de los demás, sean jóvenes o adultos los protagonistas de los festejos.

El problema gijonés ha estallado precisamente porque el «botellón» ha pasado de ser un fenómeno del extrarradio a ser urbano. No es casualidad que se produzca en zonas cercanas a discotecas, como es el caso del Mercado de San Agustín, en cuyas inmediaciones se han abierto locales destinados a las generaciones más jóvenes.

La cuestión se escapa a los criterios ideológicos y es, por simplificar, un problema de Estado que no lo resolverán solos ni los padres, ni los educadores, ni los vecinos afectados ni las autoridades. Los desagradables efectos del «botellón» puede que sean una consecuencia de una sociedad, la actual, que busca atajos para casi todo, incluido el acceso al alcohol. Muchos adolescentes y jóvenes se convierten cada fin de semana en bebedores sociales que buscan precios asequibles y lugares cómodos para el consumo y la convivencia. Compaginar los deseos de fiesta de los más jóvenes con los derechos ciudadanos es una tarea ineludible para los gestores de la vida pública local. Y a ello han de ponerse por encima de campañas electorales o de la búsqueda de un voto. El problema va más allá.