Cada vez que nuestra auténtica presidenta, la señora Merkel, habla de inyectar más dinero a la banca, el mundo de la pasta se deshace en orgasmos, suben las bolsas y remonta el euro. Doscientos, cuatrocientos, seiscientos mil millones para ayudar a los infortunados bancos a superar sus malos trances. El mercado se pone loquito de gozo, como cuando los gobiernos sacan la tijera pidiendo más sacrificios a quienes ya vivían habitualmente sacrificados. Hay un punto de sadismo en esta maldita dinámica que recuerda a las enlutadas «tacañonas» del «Un, dos, tres». Por aquí y por allá, se aplauden rebajas que apenas representan nada en el conjunto de las deudas soberanas. Los insaciables mercados ya no se conforman con recortes más o menos razonables, así que los gobernantes se aprestan a machacar innecesariamente al personal para resultar finalmente creíbles ante sus prestamistas.

Por más que la contabilidad presupuestaria justifique el desatino, dejar algunas aulas sin profesores o cargarse un par de turnos en los hospitales públicos no soluciona nada. Pero el monstruo de los mercados va de banquete en banquete. Y además de las rebajas nuestras de cada día, la bestia manda mantener bien lubricada la voluntad de seguir recortando. ¿Hasta cuándo? Nadie lo sabe Se anuncian cifras de vértigo para seguir «ayudando» a los bancos, al tiempo que se regatean unos pocos euros a la hora de calcular subsidios y pensiones impresentables. Si los autores de tanto agujero bancario siguen en libertad y en muchos casos con sus bonus y jubilaciones estupendísimas, cabría esperar que la misma magnanimidad se practique cuando el personal sin recursos asalte algún supermercado, o se suba al metro sin pagar. Con una pequeña parte de lo mucho que los mercados han chupado estos meses manipulando las primas de riesgo, auténticas hijas de puta, más que familiares primas, se podría aliviar la angustia de millones de personas.

El Estado del bienestar se va disolviendo poco a pocos en hospitales y colegios, por poner dos ejemplos bien populares, y cada vez que un político lo toma por bandera es para echarse a temblar. Que se hable tanto del asunto es señal de que el asunto está fatal. No me va nada el rol de columnista solidario con todas las causas del orbe. Antes me daría por creer en la Virgen de Fátima que en la bondad humana. El mundo no merecía haber sido inventado, y habría que maldecir aquella primera célula o como se la denomine a partir de la cual se originó la peripecia absurda de este pequeño planeta, apenas una mota de polvo en la inmensidad del Cosmos. Pero es un insulto a la razón, y una ofensa a la estética y a las buenas formas, que los millones se apoquinen con tanta ligereza cuando se habla de bancos y los euros se midan con los dedos de una mano a la hora de socorrer a los más desfavorecidos. No se trata de predicar la lucha de clases, Dios me libre, sólo de meter un poco de sentido común. Que no se quejen después, los señores de las finanzas, cuando la gente se lance a la calle porque ya no puedan ni matar el hambre con las telenovelas de La 1, porque les habrán cortado la luz.

En lugar de escoger entre Marianos y Rubalcabas, aplicados intermediarios de la Merkel de turno, deberíamos poder votar directamente en las elecciones germanas, y convertir los estados europeos en simples autonomías y las autonomías actuales, allá donde las haya, en organismos provinciales. Con un presidente, la Merkel que toque, y su delegado del Gobierno en España, basta y sobra. Si la política no sirve para plantar cara a los mercados, y restablecer los equilibrios en favor de los más débiles, habrá que preguntarse si conviene seguir enrolados en esta ficción o dejar que todo estalle definitivamente, confiando en que la próxima recomposición del mundo resulte algo mejor.