Uno, que no entiende de economía, se da cuenta de que la aprobación de la reforma laboral ha dado paso a una grave caída de la Bolsa, el mismo día en que el Congreso aprobaba la reforma financiera del ministro Guindos. La tentación de unir las tres cosas es difícil de resistir, pero conviene no dejarse llevar por ella. Al fin y al cabo, los términos de la reforma financiera se conocieron al ser aprobada en Consejo de Ministros, sin que ello levantara turbulencias, y la laboral es noticia del pasado sábado.

¿Qué otra cosa ocurrió que pueda explicar el grave descenso en las cotizaciones de los bancos, que arrastraron al indicador general? ¿Qué había de nuevo este jueves? La respuesta es el regreso de las llamadas «operaciones a corto», cuya prohibición temporal acababa de ser levantada por el regulador bancario, en sintonía inexacta con otros mercados europeos.

Las operaciones a corto acentúan el carácter trilero del ejercicio bursátil. No es verdadera inversión, en el sentido de que el dinero aportado no busca participar en el capital de una empresa para beneficiarse de sus resultados o de su revalorización, sino especular con los albures de la cotización de hora en hora. Quienes las ejecutan desvían a una actividad propia de un casino unos ahorros propios o ajenos (hay fondos de inversión metidos en eso) que podrían estar recapitalizando esas industrias viables que se hunden por ausencia de financiación.

Uno supone que tal vez sería bueno, para la verdadera economía, dictar una prohibición permanente de estos juegos de azar que apuestan con las cosas de comer, a la vista de lo que ocurre en cuanto se levanta la veda, pero los expertos me dicen que hay que hacerlo a nivel europeo, o incluso mundial, para que tales operadores se vayan a otras bolsas. Pero si sólo de dedican a especular, ¿para qué los queremos en las nuestras? ¿No sería mejor impedir su presencia tóxica, como se impide la de fruta contaminada en las tiendas? Parece ser que tal cosa significaría el fin del mundo tal como lo conocemos. Lo dicho: uno no entiende de economía.