El punto frontera de cinismo que tenemos inevitablemente los políticos y aun la ciudadanía misma, digno de mejor causa, lleva a que lo correcto ante cualquier elección corporativa o estamental ajena suele ser una frialdad extremadamente neutra. Un ejemplo de entidad menor, pero ilustrativo, es ese obligado inexpresivo silencio como norma asumida en un elitista palco futbolero aun en partido de máxima rivalidad y aunque hierva la sangre.

No cabe, sin embargo, exagerar.

Por mi parte arriesgo no ser entendido, incluso por aquella hacia cuya idoneidad quiero llamar general atención, pero va conmigo proclamar, alto y claro, que, sin pertenecer al claustro universitario, ni tan siquiera como antiguo alumno, deseo que Paz Andrés Sáenz de Santamaría sea rectora de nuestra Universidad.

Al rector saliente, que es persona y docente de calidad, le he tomado afecto estos años de su alto mandato, pero me parece que la oportunidad de que sea elegida Paz tiene un plus benéfico para Asturias y para la justa adecuación y prestigio de la ansiada homogeneidad europea.

Paz sería la primera mujer en más de cuatrocientos años desde que la fundara el inquisidor Valdés. Mujer de gran prestigio en lo académico y en lo gestor, pues no se me olvidan sus atinadas intervenciones, en el primer Consejo Social, del que fui vocal representando a Oviedo, Gijón y Mieres, en los rectorados de Alberto Marcos y Santiago Gascón, en los que Paz ocupó el puesto clave de la Secretaría, y aun de la Extensión Universitaria, tan arraigada históricamente en el alma máter vetustense.

En el panorama europeo, en apariencia tan lejano, esa hipotética elección tendría incluso cierta repercusión, no en vano la profesora Andrés se mueve como pez en el agua, es juez del Tribunal de Estrasburgo y, en otra jurisdicción, acaba de intervenir en el Tribunal de La Haya, en defensa de los fundamentos de la posición española del no reconocimiento de Kosovo, al margen de la aceptación de Serbia, manteniendo un criterio jurídico incontrovertible, independiente y muy bien fundado frente al vergonzoso oportunismo y la doblez de los asesores de algunos otros países, y de la no menos vergonzosa postura, dentro de España, de ciertos nacionalistas desnortados.

Si Paz gana la próxima semana, la Universidad adquiriría un punto más en la excelencia, bien conseguida por el conjunto de su profesorado todo.

Don Rafael Altamira, predecesor de Paz en la cátedra, en el internacionalismo y en las instituciones europeas, filosofó mucho sobre la paz en la guerra, hasta rozar el Premio Nobel; a nuestra entrañable Paz le tocaría dar un golpe de timón en esa excelencia, en esta Asturias tan preocupante social y académicamente y en las derivadas penúltimas de las decisiones boloñesas. Altamira fue, por delante incluso de Clarín, el docente de mayor repercusión exterior; jugar ahora la carta de esta mujer puede ser audaz, pero conveniente y preciso. Nos sacaría de una cierta atonía y de la proverbial desmotivación. Sería también síntoma claro de que la Academia supera por sí misma tantas rencillas intestinas que son demasiado habituales.

Lo creo y lo deseo sinceramente.