Gijón está de enhorabuena: han regresado esta semana a su templo de origen, la basílica del Sagrado Corazón, dos de los elementos más destacados del patrimonio artístico religioso de esta ciudad, "exiliados" en la provincia de Burgos desde hace más de dos décadas, el tiempo en que la Iglesiona pasó a titularidad del Arzobispado en 1998 tras la renuncia a su propiedad por parte de la Compañía de Jesús.

Se trata de una nueva victoria de la sociedad civil, en este caso de un amplio grupo de personas vinculadas al culto en la citada basílica, a cuya cabeza estuvo desde el primer momento Cuca Alonso, colaboradora de este periódico, que con su animosa actitud logró que más de 1.500 gijoneses prestaran su firma a la petición del regreso a Gijón del célebre sagrario de plata y del Cristo de la Paz, obra del conocido escultor Blay.

Hasta en cuatro ocasiones y mientras el templo estuvo a su cargo, Julián Herrojo, exrector de la basílica, solicitó a los Jesuitas, sin éxito, la devolución de tan valiosos objetos. Tras la cesión efectuada a la diócesis, la Compañía de Jesús dejó en la Iglesiona los ornamentos sagrados, los objetos de la liturgia y la decoración propia del templo, pero decidió llevarse seis piezas: el sagrario, el Cristo y cuatro esculturas de santos jesuitas -San Ignacio de Loyola y San Francisco Javier, entre ellos-, que estaban situados en el altar mayor. Tras una estancia inicial en Villagarcía de Campos (Valladolid), el sagrario y la talla de Blay fueron trasladados a la parroquia burgalesa de La Merced, donde ha permanecido hasta este mes.

El sagrario es una pieza de incalculable valor que fue fabricada a partir de la plata donada por feligreses de Gijón en la década de los años veinte del pasado siglo. Se trata además de una obra de orfebrería elaborada específicamente para este templo gijonés, ya que su frontal reproduce el cuerpo central inferior de la fachada del templo. También el Cristo de Blay fue fruto de la donación de varios benefactores. Se trataba, por tanto, de una justa petición de la feligresía, no tanto de valor económico sino sobre todo de valor sentimental.

Pese a que legalmente la diócesis no albergaba derecho alguno sobre ambas piezas, ya que se trata de bienes propios de la Compañía de Jesús, es de justicia reconocer ahora la generosidad de los Jesuitas hacia Gijón, al autorizar el regreso de ambas joyas a su primitivo emplazamiento.

Ahora que la estatua del Sagrado Corazón corona, iluminada, el preciado templo y que se pueden contemplar de nuevo el sagrario de plata y el Cristo de Blay, la Iglesiona merece una última atención, tan necesaria como urgente: la limpieza de las fachadas laterales, que quedaron exentas de obra hace una década, cuando se acometió la reparación del frontal del templo, recuperando el esplendor del tono rosáceo de su piedra.