Dejémoslo claro desde el principio: la violencia machista es la violencia que se dirige a las mujeres por el hecho de serlo. Como la violencia racista es aquella que se dirige hacia personas racializadas, no "blancas", por el hecho de serlo y como la violencia contra las personas LGTBI es tal por ser gays, lesbianas, trans o bisxuales.. Son acciones de violencia de distinta índole pero que comparten un rasgo común: lo que las moviliza es que están dirigidas hacia un colectivo concreto de la sociedad y no es otro móvil lo que las origina. El común denominador de estas violencias es el odio y la discriminación hacia una parte de la sociedad y no sobre una persona individual. Y, además, cuando estas violencias se ejercen lo que producen además de el propio acto violento y sus consecuencias sobre la o las víctimas es promover y consolidar el machismo, el racismo y la LGTBIfobia respectivamente.

Pongamos un ejemplo concreto. Que se produzcan agresiones sexuales a mujeres en el espacio público y por la noche, además de atacar directamente a la integridad y los derechos más básicos de las mujeres agredidas, directamente ataca a las libertades más básicas de las mujeres, de todas, como son el derecho a la vida, a la seguridad y la garantía de la libertad sexual y de movimiento entre otras. Cuando Laura Luelmo fue asesinada, muchas mujeres de nuestro país comenzaron a confesar la sensación de inseguridad compartida cuando ellas mismas salían a correr o se desplazaban por espacios considerados no seguros para la mitad de la población, para nosotras. Tras conocerse la sentencia de la violación en San Fermines, a finales del año pasado, la escritora Cristina Fallarás lanzó la campaña #Cuéntalo, por la que pedía a mujeres españolas y latinoamericanas que expusieran sus experiencias relacionadas con agresiones sexuales a lo largo de sus vidas. Lo impactante de la campaña, más allá de la masiva participación femenina, fue constatar cómo existe un hilo común en las historias relatadas por las mujeres, que indica directamente la presencia de una narrativa común para todas -una memoria colectiva en palabras de la propia Fallarás-, con independencia de los hechos específicos expuestos.

Esta narrativa común supone una auténtica biografía femenina colectiva sobre los efectos de la violencia machista y la sexual en particular para nosotras y supone una prueba para la constatación de nuestro argumento anterior: la violencia contra las mujeres, además de consistir en el acto o los actos mismos de violencia, se sustenta en un marco común, el machismo, al mismo tiempo que trata de consolidarlo. Nosotras no somos agredidas por caminar solas, correr por la noche o coger un autobús público al alba para ir a trabajar, ni tampoco por la indumentaria o por la situación etílica; las mujeres somos agredidas por el hecho de ser mujeres.

De nuevo, dejemos algo claro desde el principio: un país que siente sus bases sobre la posibilidad de que exista violencia o la amenaza de la violencia contra una gran parte de la población y que no ponga todos los medios a su disposición para revertir esta situación no es un país avanzado ni democrático. No puede existir democracia real si ese mismo sistema no puede asegurar ni siquiera la seguridad y la integridad de la mitad de la ciudadanía.La violencia, las falacias y las tonterías

Exponer que se está en contra "de todas las violencias", a priori, pareciera un argumento bueno y que nos hace avanzar democráticamente, en la medida en la que cabe presuponer que hace referencia también a la necesidad de garantizar el derecho de todas las personas a la seguridad, a la integridad y a la vida misma. Exponer, como lo hizo Vox, que por ello lo que se colige es que hay que dejar de tipificar las violencias que se ejercen contra una parte de nuestra sociedad, las mujeres, de lo que se cabría entender del mismo modo que habrá de dejar de luchar en contra de la violencia machista, todo ello es un retroceso democrático, un peligro para la seguridad de las mujeres, un argumento falaz y, si se me permite, una auténtica tontería.

Del mismo modo que exponer, como también lo hizo Vox, una posición en contra de "toda violencia" y dar un salto cuántico para explicar que la violencia contra las mujeres por el hecho de serlo debe dejar de nombrarse como violencia machista y debe pasar a contemplarse como violencia intrafamiliar o la que se da en el seno de la familia hacia cualquiera de sus integrantes es un ataque democrático, un peligro para la seguridad de la mitad de la población y, de nuevo, una falacia y una sustancial tontería.

Ahondemos en esta parte: la violencia machista se da por el hecho de ser mujeres y, ahora vamos con la segunda parte, esto es independiente de en qué ámbito se produzca. El asesinato de Ana Orantes (finales de 1997) fue un caso brutal de violencia machista que se produjo en el marco de la pareja; recordemos en este punto que casi la mitad de las asesinadas por violencia machista en este año tenían hijos e hijas menores de edad, huérfanas y huérfanos que también son víctimas de esta violencia; el asesinato de Laura Quer (2016), Laura Luelmo (2018) son casos de violencia machista y, sin embargo, ellas no conocían a quienes las asesinaron (y, de paso sea dicho, a día de hoy son víctimas de segunda porque no entran en los supuestos de la ley 1/2004 de Violencia de Género). Paloma Barreto (2019), fue asesinada en Avilés y es la primera mujer víctima de violencia machista en Asturies en este año. En este caso debemos lamentar que Asturies sea una de las cuatro comunidades autónomas en nuestro país que no cuenta con una Ley autonómica de protección integral para las personas trans, que el pasado gobierno socialista guardó en un cajón y el actual parece enmarcarse en el mismo camino.

Los asesinatos relatados, una muestra ínfima del número total de víctimas mortales de la violencia machista en nuestro país (93 víctimas en lo que va de año), no son casos de violencia machista porque se produjeran en el ámbito de una relación afectiva, ni en el ámbito familiar, ni en el "privado". Son violencia machista porque, se dieran en el lugar o en el marco que se dieran, fue dirigida contra las mujeres por el hecho de serlo.

En este sentido, exponer, como expresaron en diferentes momentos Ciudadanos y el PP (admitiendo que ambos partidos tuvieron que, sí se me permite la expresión, recular y matizar sus palabras) que a la violencia machista hay que denominarla violencia doméstica del mismo modo, es una auténtica falacia por lo anteriormente expresado y, de nuevo, un asalto la ciudadanía en su conjunto y a la democracia en nuestro país.

Velar por la seguridad e integridad de las mujeres no se consigue atacando simbólica y materialmente los mecanismos que éstas disponen para que esa misma seguridad sea garantizada, sino todo lo contrario: promueve la inseguridad y la violencia contra nosotras. En este punto, debemos ser sinceras: no es la primera vez que desde posiciones reaccionarias se utiliza la seguridad y los derechos más básicos de las mujeres como moneda de cambio para obtener réditos de diversa índole: Gallardón lo hizo con su fallida propuesta de contrarreforma de la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo con voceros en Asturies como el arzobispo de Oviedo, Jesús Sanz Montes y Vox parece querer obtener réditos mediáticos agitando la bandera de la falacia contra las mujeres del país.

Podemos Asturies tenemos clara la hoja de ruta que, dicha sea de paso, tiene que contar con recursos suficientes y la máxima prioridad de todos los gobiernos e instituciones. El futuro gobierno deberá ser capaz de aprobar la Ley de Protección Integral de la Libertad Sexual y para la erradicación de las violencias sexuales y el gobierno asturiano tiene que modificar la actual ley autonómica de Igualdad y para la Erradicación de la Violencia de Género y actualizarla para que la violencia machista pueda incluir, además de aquella que se da en el marco de las relaciones afectivas, la violencia sexual o el acoso sexual o por razón de sexo en el entorno laboral. La apertura del servicio de atención inmediata para víctimas de violencia sexual en nuestro territorio, que ya desarrollamos en nuestras propuestas electorales y del que ahora se hace eco el gobierno asturiano, debe ponerse en marcha con la mayor celeridad, garantizando una perspectiva feminista y que no revictimice a las mujeres supervivientes que acudan a él. Y asegurar la educación afectivo sexual en todos los niveles educativos de nuestro territorio debe ser una prioridad como elemento básico de prevención. Todo ello, imprimiendo a las acciones políticas la valentía y la inteligencia que la mayoría social de nuestro territorio y de nuestro país está exigiendo a sus instituciones. Hagamos que la violencia, las falacias y las tonterías sean cuestiones del pasado a las que no deseamos volver y apuntemos al futuro que las mujeres y la sociedad entera merecemos.