Opinión

Sobrevivimos en aquel Langreo

Recuerdos del Nalón industrial a partir de la contaminación causada por el volcán de La Palma

Recuerdo una infancia normal. ¿Era peligroso vivir en Langreo? Quizá no nos dábamos cuenta entonces. Humos, lluvias de hollín, carbonización, grisú en las minas, escombreras, vapores con azufre, quemas de productos químicos, silicosis… Teníamos de todo. Ahora que se están poniendo de relieve los problemas que ocasiona la erupción volcánica de la isla de La Palma podemos recordar cuál era el ambiente de La Felguera, de Sama, de Lada o Ciaño, de Mieres, Turón, Moreda... de mitad del siglo pasado, los años de mayor actividad industrial, cuando lo que ahora se conoce como clúster del Valle del Nalón, o del Valle del Caudal, aglutinaba a un gran número de empresas en las cuencas de ambos ríos.

Me refiero preferentemente a La Felguera porque es donde nací, me crié, crecí y donde vivía hasta que hube de salir por razones de estudios y de trabajo. Años en los que la Unesco declaró al pueblo como el kilómetro más culto de Europa por su muy intensa actividad cultural. Y el primitivo Turiellos, donde el riojano Pedro Duro instaló una gran industria siderometalúrgica, se convirtió en el núcleo industrial con más empresas de Asturias (y posiblemente de España o Europa). Había minas, la gran fábrica metalúrgica, empresas químicas y complementarias con la industria pesada. En los ríos Nalón y Candín se lavaba el carbón y otros minerales que se extraían en el largo valle que bajaba desde el puerto de Tarna. Y al lado, en Lada, al otro lado del río, manaba una fuente de aguas sulfurosas.

Todo un cúmulo de procesos que convivían con nativos e inmigrantes llegados de lejanos lugares de España. Hoy escuchamos los problemas que se presentan tras la erupción en la isla canaria y nos damos cuenta de que habitábamos, respirábamos en un lugar con un ambiente atmosférico poco natural, antiecológico y contaminado. Inspirábamos un aire lleno de partículas carboníferas, la lluvia de hollín que caía del cielo tras las quemas de los altos hornos, de las chimeneas de las químicas; el aire que se respiraba en las minas llenaba los pulmones de una carbonilla y unos gases que provocaban la silicosis y al menor descuido producían explosiones; en la siderometalúrgica se respiraba también un aire contaminado por las sangrías del hierro y su combinación con el carbón para las coladas del acero.

Alrededor del parque felguerino paseaban diariamente muchos mineros silicóticos prejubilados por la enfermedad, los tejados de los edificios estaban negros debido a la continua lluvia de hollín que también se impregnaba en los tendales de la ropa lavada, por los ríos bajaba un líquido negro y grasiento que no permitía la vida de ningún ser vivo en su seno. Al agua que brotaba de los grifos algunas amas de casa la “bautizaban” con una gota de anís para disimularle el mal sabor. Y aunque para mucha gente era “repugnante”, parece que del natural solamente la “fuente de los huevos podres” que manaba en Lada curaba algunos males. Pero nos parecía natural.

En fin, minas e industria dieron trabajo, educación y vida a muchos miles de personas, produjeron gran riqueza al pueblo, a Asturias, al país y a los dueños de las mismas. Y, aunque tuvimos fama de conflictivos, éramos admirados en Europa. Exportamos labor a muy diversas partes del planeta con trabajadores especializados en los diversos oficios aprendidos en un Langreo industrioso. Hoy desaparecido. Quizá nos quede el consuelo de mostrar aquella época en museos e industrias transformadas como exposición de otra época. Pero, todo lo que nos dio vida, trabajo, enfermedades y fama, ahora está perseguido por peligroso, antiecológico, contaminador. Muchos langreanos hemos crecido y vivido con ello. No habíamos conocido otra cosa. Hoy los pueblos del Nalón pueden actualizar el título de una de las primeras películas del celebrado John Ford, “¡Qué verde era mi valle!” (“How Green Was My Valley”, 1941). Sobrevivimos.

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