Hay una Asturias con empresas que exploran las necesidades de los clientes y hacen de ellas su razón de ser. Con innovación las resuelven. Con calidad elaboran bienes que las diferencian. Por vocación o por obligación, especialmente en pandemia, traspasan fronteras para vender lejos lo que fabrican y generar aquí riqueza. Aprenden en esta aventura a base de encontronazos, nada se les pone por delante. Y tras cada golpe, vuelven a ponerse en pie con una nueva lección aprendida que refuerza su coraza para hacerlas un poco más impermeables a las tormentas. Hay otra Asturias que obvia estas realidades. De estrategia propia de crecimiento, empleo y competitividad para respaldar a quienes insuflan dinamismo a la economía regional poco habrán escuchado hablar estos días en la Junta.  

Las perspectivas para la recuperación empiezan a enturbiarse. Los indicadores de hace dos meses han quedado desfasados. El encarecimiento y la escasez de materias primas provocan cuellos de botella en las cadenas de producción y suministro, amenazando con desabastecimientos. El incontrolable precio de la energía desbarata la planificación empresarial. La inflación mengua el poder adquisitivo de los ciudadanos y exprime al límite unas arcas exhaustas. El empleo público sostiene las estadísticas laborales.

El Banco de España y la Autoridad Fiscal, organismos independientes –no necesitan rebozarse en el fango para marcar perfil–, acaban de desacreditar los Presupuestos del Estado. Enfrían las perspectivas de crecimiento, disparan las de gasto y recortan las de ingresos. Las cuentas del Principado van a comenzar a negociarse el martes. Los asturianos necesitan que se diseñen sobre pilares sólidos y realistas, racionalizando el uso de cada euro, recortando gastos inútiles y evitando comprometer nuevas partidas estructurales ineficientes.

Las dificultades no asustan a un grupo todavía pequeño, aunque en progresión, de empresas asturianas que navegan en mitad de los temporales. Algunos casos volvieron a servir de guía esta semana para mostrar esa Asturias que funciona que LA NUEVA ESPAÑA presenta en sociedad en unas jornadas organizadas con la Universidad de Oviedo. Una región que peca de pesimismo cuenta cada año en esta cita con una foto en positivo donde mirarse. De la economía verde a la azul del mar, de las multinacionales a las empresas familiares, de las que hacen bicicletas o camiones bimodales de mantenimiento para el AVE a las que inventan regeneradores celulares, todas poseen un denominador común: son proactivas, no esperan soluciones llovidas del cielo, y nunca acotan sus horizontes, con el mundo por mercado. Si no remaran en soledad, si contaran con apoyos fuertes, más serían y sumarían.

De estimular estas iniciativas apenas se habló en el reciente debate sobre el estado de la región, centrado en reafirmar posturas decididas de antemano. Fue la crónica de una larga enumeración de obviedades previsibles, con mucha retórica y poca consistencia, sin otra estrategia que la de cursar una carta a los Reyes Magos de Europa. Los “debates rotonda”, como la reinvención del modelo productivo, se eternizan en la política asturiana, sin discursos novedosos, ni ideas creativas para orientar el rumbo a largo plazo. Cuando la distancia entre esas dos Asturias, la laboriosa y la de ficción política, empiece a reducirse, daremos un paso de gigante.

Lograr un futuro halagüeño va a depender antes de las reformas que los partidos sean capaces de acometer que de las inversiones disponibles. Hasta ahora, poco entusiasmo han mostrado, en la comunidad y en el país, por emprender transformaciones de calado. Fiarlo todo a los fondos europeos, un recurso excepcional de emergencia, supone pan para hoy y hambre para mañana. Primero, porque están vendiendo la piel de la pieza antes de cazarla: la UE retrasa la entrega del dinero por la incertidumbre sobre las intenciones regeneradoras del Gobierno. Y segundo, por el riesgo de politización de unas inversiones gestadas entre bastidores. Andanzas anteriores como el Plan E o los fondos mineros no invitan precisamente a la confianza.

El agua fue decisiva en el desarrollo industrial del siglo XX. Dicen los entendidos que los datos serán el agua del siglo XXI. El Principado cuenta con la ventaja de disfrutar de ambas: una riqueza hidrográfica fundamental para atraer industrias en pleno debate climático y un incipiente sector tecnológico llamado a multiplicarse al calor de la revolución digital. El futuro dependerá de cómo juegue las cartas. El reto es superar la crisis de la pandemia y fortalecerse para pelear en mejores condiciones con las que estén por llegar, venciendo esa falta de elasticidad que sume a Asturias en la mediocridad. No la aplastan las recesiones, tampoco la hiperactivan las bonanzas, con lo que el pelotón de cabeza abre un hueco insalvable. Incentivar a los emprendedores para frenar el declive arriesgando con ambición o restañar heridas aun a costa de hundirse en la insignificancia. He ahí el dilema del Principado.