Aquiles y la tortuga asturiana

Francisco García

Francisco García

Mientras los corredores de fondo mediterráneo y vasco dan zancadas de botas de siete leguas, el pulgarcito atlántico se ahoga en el flato durante la carrera del futuro ferroviario. Los que cuentan medias verdades o mienten a sabiendas y así generan en esta tierra dudosas expectativas y falsas esperanzas, vanos espejismos y discutibles quimeras. Los otros usan calzado deportivo con amortiguación y cámara de aire y corren que se las pelan. Y  a unos y otros se la pela que Asturias corra descalza, sin esperanza de emular la gesta de Abebe Bikila sobre el empedrado de las calles de la vieja Roma olímpica. Aquiles compite con la tortuga, pero en esta fábula contemporánea el de los pies ligeros dobla dos veces por vuelta a su oponente, que adolece de pachorra y cachaza.

Y así, esta región vuelve a quedar aislada y a desmano del desarrollo, por mucho que los que gobiernan tilden de agoreros a los que llevan años, cuando no décadas, clamando en el desierto del arrinconamiento. Asturias sometida al piélago, olvidada ínsula Barataria. Mientras, aquí, como ocurriera a Sancho Panza, qué barato se entrega el gobierno. Y no es un territorio imaginario este, que quien manda solo aguarda, como el escudero ralo de Alonso Quijano, llegar a las puertas de la villa, que salga el regimiento del pueblo a recibirle, que suenen las campanas en muestra de general alegría y que, con mucha pompa, le lleven a la Catedral a dar gracias a Dios, “y luego, con algunas ridículas ceremonias, le entreguen las llaves de la ciudad y le admitan por perpetuo gobernador”.

Somos así de quijotes por estos lares, pero no importa, el mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos de Diego Canga, como si el candidato que los populares se sacan de la manga fuera el Rick de “Casablanca” o Míster Marshall en Villar del Río, que arribará con un fajo de fondos procedentes de las nóminas de la cuenca del Rhur y un trenecito bajo el brazo, chucu-chucu-chucu.

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