Mi deseo para esta Navidad

La orgía consumista y el espíritu navideño

Fernando Monreal

Fernando Monreal

Cuenta la leyenda que, el buey, compadeciéndose del frío que pasaba el Niño recién nacido, le calentaba con su aliento; mientras, la egoísta mula se comía la paja que le hacía de cuna. Como castigo divino, la mula se convirtió, a partir de entonces, en un animal estéril. Pero, y nosotros, ¿vamos a permitir que sea estéril esta Navidad?

Aunque viendo el transcurrir de los tiempos no puedo por menos, querido lector, que expresar en voz alta algunas reflexiones que me asaltan. Tales son:

a) ¿Qué Navidad van a disfrutar los ucranianos cuando tienen la bota del invasor en sus tierras? Cuando tienen familiares y amigos asesinados, humillados y torturados, ¿qué Navidad van a disfrutar todos esos niños, que además se encuentran faltos de luz y de calor?

b) ¿Qué Navidad van a disfrutar los enfermos que se encuentran ingresados en los hospitales, o los que se encuentran pendientes de realizar una cirugía para solventar el problema de salud que les aqueja?

c) ¿Qué Navidad van a disfrutar todos los que se encuentran sin trabajo o que intuyen que lo van a perder? Se dice que en España hay más de siete millones de personas que ingresan menos de mil euros al mes. Porque, como le pregunta Ebenezer Scrooge a su sobrino Fred, en Canción de Navidad, de Charles Dickens, "¿Qué motivos tienes para ser feliz? Eres bastante pobre"…

d) ¿Qué Navidad van a disfrutar todas aquellas personas que han perdido su hogar y su medio de vida en las distintas catástrofes naturales que han acontecido a lo largo del año?

En fin, son muchas las reflexiones que me asaltan en estas fechas. No, querido lector, la Navidad, ese tiempo en el que parece que es obligado que todos seamos felices y derrochemos amor hacia el prójimo, se ha convertido en una Navidad utópica; una Navidad de cuento. Otros muchos están deseando que nuestra Navidad sea puramente mercantil, haciendo perder el verdadero sentido de lo que es la Navidad, de todo lo que representa, y que nuestros mayores nos enseñaron con respeto y cariño.

El espíritu entrañable y noble del sentido de la Navidad se ha querido sustituir por la orgía consumista. Incluso las ciudades (sus alcaldes) compiten entre ellas para ver cual tiene más iluminadas sus calles, en una carrera absurda donde el derroche de electricidad es un puro insulto al sentido común y al bolsillo de los contribuyentes. ¿Acaso es esta la Navidad que deseamos y queremos salvar?

G. K. Chercheston decía que el nacimiento de Jesús era el núcleo de estas fiestas que estamos celebrando, y que "desechar el aspecto divino de la Navidad es como pedir a los ciudadanos que iluminen la ciudad por una victoria que no ha tenido lugar". Es lo que ocurre en los tiempos actuales en los que hemos dejado de lado nuestras tradiciones más arraigadas, para adoptar otras, venidas de lugares lejanos y que rápidamente adoptamos como nuestras.

Yo camino estos días por la ciudad; veo luces en las calles, y comercios con sus escaparates iluminados intentando atraer la atención de potenciales clientes; observo a adultos que –más o menos sinceramente– se desean unas felices fiestas; a niños (los pocos que ya hay) que viven, felizmente, ellos sí, en su ingenuo mundo y que esperan muchos y fascinantes regalos; y contemplo, en todos ellos, el fantasma de las navidades pasadas, que diría el gran Dickens. Miro lo que fui y ya no soy.

Propongo que vivamos la Navidad que llevamos dentro, no la que nos quieren imponer. Yo, personalmente pretendo vivir la Navidad que me permita a mí y a mis allegados una Paz interior. Colocando ese granito de arena para que disminuya el sufrimiento humano. Esa es la Navidad que, también, le deseo a usted, querido y amable lector.

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