Opinión

El Quijote y las integrales

Tras el Día Internacional del Libro

Cada vez que celebramos el Día Internacional del Libro, acuden a mi memoria, como una pesadilla estacional o una anafilaxia recurrente, a medio camino entre la repugnancia y la estupefacción, las declaraciones que expresó en otro abril de hace años Carles Simó Torres, un conocido matemático, ingeniero y profesor emérito barcelonés.

Según lo recogido en una noticia publicada en LA NUEVA ESPAÑA de fecha 4-4-2005, el citado Simó, fortificado en su cátedra, opinaba que "las matemáticas son más necesarias que la lectura de ‘El Quijote’ [sic] durante la Enseñanza Secundaria, pues aprender integrales, por ejemplo, ayuda al alumno a practicar ‘gimnasia mental’". No contento con esto, apostillaba que "aunque aprender una integral puede no servirle para nada a un estudiante de 15 años, (…), sí le permite adquirir capacidad crítica y de análisis". Ante esto, llama la atención el hecho de que el aberrante despropósito catalizado en las frases precedentes no haya tenido, que yo sepa, una contestación clamorosa, firme y perseverante, no ya de los más conspicuos hispanistas, cervantistas, novelistas, académicos de la lengua, directores de los Institutos Cervantes repartidos por los cinco continentes, enseñantes de Lengua castellana y literatura y otros muchos intelectuales, sino de cualquier persona culta, inteligente y sensible que pudiera haber subsistido en los últimos años. En este sentido, cada primavera me pregunto si el tal Simó seguirá pensando igual. Al hilo de sus bárbaras declaraciones, apena y sobrecoge reconsiderar que el mentado matemático ignora por completo el hecho de que la lectura del Quijote ha podido proporcionar toda la gimnasia mental, toda la capacidad crítica y todo el análisis que cualquier mente humana, por exigente que ésta sea, haya deseado desde el mismísimo siglo XVII hasta el presente y alcance a desear en el futuro. Desconocer este hecho manifiestamente probado –pues el Quijote viene leyéndose, estudiándose e interpretándose, generación tras generación, desde su aparición en 1605 y 1615– revela a las claras que o no se ha leído el áureo libro, o que, si se ha leído, no se ha entendido ni un ápice, ni se ha asimilado, ni se ha logrado aprovechar nada de lo atesorado en él. Consideramos que si el subalterno catalán del mundo "Fahrenheit 451" dijo eso del Quijote, pudiera también aplicarlo sin ningún escrúpulo a cualquier otra magnum opus, desde la "Ilíada" a "La Regenta", lo que, gruñido por un docente de la enseñanza superior y preexcelsa, con cierta influencia en su círculo de parientes, amigos, colegas, seguidores y discípulos, resulta tan alarmante como tóxico. Con la excomunión escolar del Quijote, ¿no perciben un apestoso e inquietante efluvio totalitario?

Pudiera argüirse que ante los disparates morrocotudos, arrogantes y rayanos en el delirio, de una persona iletrada y nesciente, no cabe perder el tiempo y la energía con réplica alguna, pero es que las manifestaciones del doctor Simó, aunque él mismo no sea consciente de ello, obedecen a la creciente y siniestra tiranía del progreso tecnocrático, que glorifica y acapara las antiguas ciencias positivas, hoy conocidas como ciencias exactas, ciencias formales, etcétera, concediéndoles, bajo una interesada axiología, carta blanca para funcionar como la única, superior e incuestionable vía cognoscitiva para explicar el universo. Constatamos atónitos, una vez más, cómo el desarrollo atropellado, ardoroso y megalómano de la sociedad tecnológica provoca, entre otros desastres, una pérdida espantosa de la capacidad lectiva, y por ende, un enquistamiento del analfabetismo funcional y un desvanecimiento atroz del pensamiento crítico.

La lectura activa del Quijote, como la de cualquier otra obra excelsa de la literatura universal, permite el perfeccionamiento integral y permanente de las facultades cognitivas y afectivas del ser humano hasta el punto de que una aproximación crítica y creativa en la Secundaria a la egregia obra del príncipe de los ingenios o, al menos, a alguno de sus capítulos, sería un ejercicio ideal para enfrentarse a las integrales y viceversa. Es irrefutable que sin el Quijote en las aulas, el reciente debate transdisciplinar, que unos pocos pregonan, quedaría obstruido.

Como sabemos, el castellano, la lengua magistralmente codificada por Miguel de Cervantes, conforma nuestro pensamiento, de manera que cada uno de los 500 millones de hispanohablantes somos, de alguna forma, una suerte de creación cervantina. Y así como hay muchos tontos que no saben que lo son, resulta que Carles Simó Torres es un cervantino más, que luctuosa y ridículamente, no sólo no lo sabe, sino que reniega e incita a renegar a otros de esa celebérrima y privilegiada condición.

Suscríbete para seguir leyendo