Del rojo al amaranto

Algunas conclusiones sobre el "caso Aldo Moro" a propósito del estreno televisivo de "Exterior noche"

José Martínez Jambrina

José Martínez Jambrina

Una de las frases más certeras que recuerdo es aquella con la que Leonardo Sciascia abre su libro "El caso Aldo Moro" (1996). Es del libro "La provincia del hombre", de Elías Canetti, y dice: "La frase más monstruosa de todas es: ‘alguien murió en el momento justo’".

La he revisado estos días a propósito del estreno televisivo en España de "Exterior noche", la serie de Marco Bellochio sobre el secuestro y asesinato del presidente de la República Italiana, el profesor Aldo Moro. Todo sucedió entre el 16 de marzo y el 9 de mayo de 1978. Un comando del grupo de ultraizquierda Brigadas Rojas secuestró en la romana Vía Fani al presidente Moro y asesinó a los cinco miembros de su escolta. Esa misma mañana, Aldo Moro se dirigía al Parlamento italiano para sellar el histórico pacto que daría estabilidad a una Italia dividida y enfrentada: el Partido Comunista Italiano, que dirigía Enrico Berlinguer, daría su apoyo a un gobierno de la Democracia Cristiana. A cambio, el PCI tendría una importante cuota de poder en el Gabinete gubernamental. A partir de ahí comienza un "thriller" con muchas incógnitas aún por resolver y que será difícil conocer con certeza. El desenlace nos quedó muy claro.

Tras el secuestro las Brigadas Rojas pidieron la libertad de 13 brigadistas detenidos a cambio de soltar a Moro. El gabinete negociador que se formó entre la cúpula del Gobierno y de la Democracia Cristiana adoptó una línea de firmeza, de no claudicación en virtud de la llamada "razón de estado", concepto pretendidamente sólido y diáfano del que se encuentran definiciones múltiples y variables en función del país y del caso.

Aldo Moro era un político con una valoración social excelente, por su carácter dialogante, íntegro y trabajador.

La solución final fue dramática: el cadáver de Aldo Moro apareció tiroteado en el maletero de un coche aparcado en la Vía Caetani, en un lugar equidistante de donde entonces estaban las sedes del Partido Comunista y de la Democracia Cristiana.

Marco Bellochio insiste en que no busca polémica con su nueva serie, segunda aproximación que hace al caso tras "Buenos días, noche", su película de 2003 y que analizaba la tensión entre los secuestradores. Bellochio ahora ha vuelto la mirada hacia quienes desde el poder tomaron decisiones en el caso. Da igual. La mayoría de los pequeños detalles con los que nos sorprende ahora no pasan de especulaciones. Las alucinaciones de Cossiga, la tortura de Pablo VI con su cilicio o las habituales humoradas con que se ridiculiza a Andreotti, alma mater de aquel acuerdo que cerraba el "compromiso histórico", contrastan con las escasas apariciones de Berlinguer, quien tanto debía a Aldo Moro, y de Bettino Craxi. Pero ¿a quién le importa ahora este análisis de responsabilidades?

Y luego, el aluvión de plomo de los grupos terroristas en aquellos años en que la extrema izquierda, cuenta José Andrés Rojo, buscaba una explicación con la que encubrir el desastre en que se convirtieron los regímenes totalitarios que habían apoyado a muerte en el año 1968. Da igual, para el caso concreto. Todo está ya muy escrito y domesticado.

Hoy día, pocos italianos saben quién fue Aldo Moro. Y no digamos entre los españoles.

Pero dejando atrás el listado de personas implicadas, los nombres de las víctimas y de los victimarios y la profusión de conspiraciones al respecto, el "caso Moro" dejó lecciones que no deben olvidarse.

Según cuenta Leonardo Sciascia, fue el primer caso en el que los medios de comunicación entorpecieron la investigación y la llegada de información veraz a los ciudadanos. Ahí queda la primera frase que se puso en boca de la esposa de Aldo Moro al ser informada de su secuestro: "Mi marido no debe ser objeto de trueque a ningún precio". Eleonora Moro negó siempre haber dicho aquella frase que marcó, sin duda, el inicio de la política de firmeza en el manejo del secuestro. No solo no se retiró esa frase de la boca de la futura viuda, sino que los medios repetían que esa discreción no era más que "otro reflejo de su gran conciencia cívica". Y es ahí que Sciascia comienza a sentir "reflejos de vergüenza ante la relectura de los periódicos de aquellos días".

La segunda singularidad del "caso Moro" radica en que durante su cautiverio el preso escribió 88 cartas a sus amigos, compañeros y familiares en las que pedía que hiciesen lo posible por salvar su vida. El equipo negociador, sus compañeros en la política, tal vez sintieron terror ante lo que Moro pudiese contar en otras cartas sobre sus actividades. Y no encontraron mejor forma que tachar al autor de aquellas cartas como alguien fuera de sus cabales, un ser enloquecido. La política de firmeza, la respetable posición del Gobierno de no negociar con los terroristas, se vio distorsionada por una acción tan rastrera como esa.

Pero sobrevolando sobre el caso en general e incluso sus particularidades está la honda reflexión que Marco Bellochio lanza sobre el valor de la política, de esos políticos. ¿Merece la pena tener en una mínima estima a quien se dedica el día y la noche a intrigar? ¿A quien es capaz de derribar lo que a otros les cuesta tanto construir por el mero hecho de seguir manteniendo su cuota de poder? ¿Es la democracia un valor tan sagrado como creemos? Y si así fuera, ¿cómo dejarla en manos de estas bandadas de psicópatas y tarados?

Interrogar sobre estas cuestiones tan importantes que construyen nuestras vidas es el acierto valiente de Marco Bellochio, un cineasta de 83 años.

Solo apuntando la cámara contra nuestra ignorancia y nuestras contradicciones podremos evitar tantos errores y horrores. Son muy pocos los pensadores y creadores que asumen esta tarea con valentía. Constatadas la irrelevancia y la indigencia mental de la política, han decidido apostar por la única vía que rinde frutos: la educación, el "sapere aude" kantiano, la confianza en que la instrucción es la única vía para alejarnos de la barbaridad y la injusticia.

"En el maletero de un Renault 4 –rojo según el brigadista que dio la noticia; amaranto, según los periódicos– es hallado el cuerpo de Aldo Moro". (Leonardo Sciascia).

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