Más allá del Negrón

La tiranía del ruido

Arrecian las críticas sobre la esclavitud a la que nos somete internet

La tiranía del ruido

La tiranía del ruido

Juan Carlos Laviana

Juan Carlos Laviana

Cuando mi hija se sienta a estudiar, lo primero que hace es depositar el móvil al extremo más alejado de la casa. Podría silenciarlo, pero no, prefiere distanciarse lo más posible de la continua fuente de distracción. Igual que el fumador aleja el paquete de tabaco, el mechero y el cenicero, para evitar cualquier estímulo de su adicción. A nadie se le escapa que el smartphone está provocando una dependencia insana.

Cuando uno sale de casa puede olvidarse de cualquier cosa, pero nunca del teléfono. No sabría vivir sin él. ¿Cómo pagar? ¿Cómo localizar una dirección? ¿Cómo comunicarse? ¿Cómo orientarse? ¿Cómo consultar esa duda pretendidamente urgente? ¿Cómo mirarse si está bien peinado? ¿Cómo pedir un taxi o cómo saber cuándo va a llegar el autobús? Daremos la vuelta, por muy lejos que estemos, en busca de la llave de todos los problemas.

En una entrevista reciente, la escritora Menchu Gutiérrez (Madrid, 1957), a la que no encontrarán en ninguna red social, afirma que "la falta de concentración es la gran patología de nuestro tiempo". "Hay un silencio físico y un silencio que equivale a una pausa que depende exclusivamente de nosotros –asegura la autora–. Podemos combatir en la medida de lo posible la tiranía del ruido, pero sobre todo deberíamos ser capaces de crear el silencio interior, recuperar la capacidad de concentrarnos".

El Nobel Kazuo Ishiguro reconoce los importantes cambios que internet ha supuesto en nuestras vidas, pero advierte de que no responde a las grandes preguntas del ser humano. El autor de "Lo que queda del día" sostiene que la invasión de Ucrania por Putin nos ha revelado que los cambios que la tecnología ha introducido en nuestras vidas son menos importantes de lo que creíamos.

Nos dijeron, asegura el escritor, que "los datos eran el nuevo petróleo, pero la guerra nos ha hecho ver que el petróleo es el nuevo petróleo. Y hemos visto que esas cosas que pensábamos que ya habíamos dejado atrás siguen siendo las cosas importantes". Entre otras cosas, la invasión de Ucrania –y antes la pandemia– nos ha enseñado que, en la era digital, aún no tenemos aseguradas necesidades tan vitales como la energía para no pasar frío o productos básicos de nuestra alimentación.

La novela "Los reyes de la casa" ha tenido una enorme repercusión en Francia y ahora en España (Anagrama). En ella Delphine de Vigan plantea, a medio camino entre la realidad y una ciencia-ficción muy verosímil, el problema de la exposición de los niños a las redes sociales. Youtube o Instagram están llenos de fotos de niños que suben sus orgullosos padres. ¿Qué pasará cuando esos niños sean adultos? "Muchos de ellos –se puede leer en la novela– toman conciencia de que están marcados por un pesado lastre que los priva de cualquier esperanza de anonimato. Apelando al derecho a la imagen y a la virginidad digital, recurren a la justicia para que retiren las fotos o los vídeos en que aparecen, publicados y etiquetados en las redes sociales a lo largo de toda su infancia".

De Vigan también nos advierte de la incidencia de la revolución digital en los trastornos de ansiedad, del síndrome de "El show de Truman" –estar expuestos continuamente a la vigilancia de las cámaras– y de las patologías asociadas a las redes sociales, a la inteligencia artificial y a la realidad virtual.

"El artículo de culto de la dominación digital", así define el smartphone el filósofo coreano Byung-Chul Han, que lleva a cabo toda una cruzada contra su uso abusivo. "Es el artículo de culto de la dominación digital –ha dicho–. Como aparato de subyugación actúa como un rosario y sus cuentas; así es como mantenemos el móvil constantemente en la mano. El me gusta es el amén digital. Seguimos confesándonos. Nos desnudamos por decisión propia. Pero no pedimos perdón, sino que se nos preste atención".

A mi hijo le robaron el móvil la pasada noche de Reyes. La coincidencia con un fin de semana largo hizo que estuviera desconectado durante cuatro días. No tuvo ningún trastorno de ansiedad visible. Pero, eso sí, no pudo comunicarse con sus amigos –ni siquiera tenía sus números–. No pudo moverse porque el abono del transporte público estaba en el aparato. No pudo preparar sus exámenes, al carecer de acceso a la plataforma en la que estudia. Se quedó en casa sin saber qué hacer. Espero que haya aprovechado para cultivar su vida interior. Y ahora soy yo el que está vulnerando la intimidad de mis hijos. Algún día me exigirán que borre este artículo.

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