El viaje de la médula ósea

Los avances en la fábrica de la sangre

Martín Caicoya

Martín Caicoya

La vida la hacían en la entrada. Más allá habitaba el misterio. Territorio de los murciélagos y de algunas fieras capaces de ver en la oscuridad. Con la luz del fuego, cuando lo dominaron, los más atrevidos exploraron las galerías que los llevaban a las profundidades. Si el fuego se apagaba quizá fuera su sentencia de muerte. El humo de las antorchas hacía irrespirable el aire y tiznaba las paredes. Entonces ya representaban. Con piedras duras afiladas grababan el perfil de las fieras, trazos firmes y elocuentes que hoy nos admiran por su perfección. Nadie sabe por qué lo hacían. Se dieron cuenta de que la materia que anida dentro de los huesos, lo que llamamos tuétano o cañada, cuando ardía no producía humo. El combustible perfecto para las lámparas. La creatividad depende de la tecnología. Supieron hacer colores, mejoraron los instrumentos de grabación y pintura, podían permanecer en la profundidad de la cueva con luz sin humo. Pintaron.

La medula ósea es el órgano que produce los glóbulos rojos, los glóbulos blancos y las plaquetas. Una tarea continua porque las células de la sangre son efímeras: los hematíes duran unos 120 días; los neutrófilos, una semana. Su papel es acabar con las bacterias, por eso se multiplican en las infecciones. Los otros glóbulos blancos más importantes son los linfocitos. Duran más, sobre todo los llamados T que tienen larga memoria inmunitaria. Esa es la función más importante de los linfocitos. Los hay que producen anticuerpos, moléculas que se pegan a los gérmenes invasores y los destruyen. Entre los T, los hay asesinos: ejecutores de la orden de acabar con esa bacteria o ese virus.

La enfermedad más frecuente de la sangre es la anemia. Los eritrocitos son células sin núcleo, no tienen descendencia. Su única función es transportar hierro. La solución tecnológica que diseñó la biología es complicada. El hierro está incrustado en una molécula, la hemoglobina, que si circulara suelta en la sangre se perdería por la orina. Por eso hubo que envolverla en una célula, el eritrocito. Se eligió el hierro como transportador de oxígeno porque es muy oxidable: recoge el de los pulmones y lo lleva a las células para atizar la combustión de las grasas, azúcares y, en menor cantidad, proteínas. Cuando falta hierro, o hemoglobina o eritrocitos, se produce anemia. La aplásica es precisamente la que ocurre porque la médula no fabrica glóbulos rojos.

Más peligrosas y menos comunes son las leucemias: cáncer de las células blancas. El más frecuente en niños y adolescentes. Hay muchas clases. Depende de a qué células blancas afecte y cómo. Los tratamientos médicos son bastante específicos y los resultados dependen mucho del tipo. En general, la supervivencia a los 5 años es del 63%, algo menor que la del conjunto de cánceres, mucho más larga que la de pulmón, páncreas o estómago, por ejemplo. La mejor supervivencia se consigue cuando es posible un trasplante de médula y se logra que funcione.

La idea de utilizar la médula ósea, donde se fabrica la sangre, para sustituir la enferma es bastante antigua. Los primeros intentos fueron bastante ingenuos. Se la comían, un bocado para algunos exquisito, se inyectaba en el músculo o en el hueso. En la década de 1950 ya se había experimentado en ratones y otros animales con trasplante de médula, previa radiación total para dejar el organismo sin ella. Entonces se tuvo cierto éxito con la infusión sanguínea de médula propia o de un hermano gemelo idéntico. Ya se conocía el rechazo a los trasplantes, denominado enfermedad injerto contra huésped. Por eso hay que reducir la inmunidad tras el trasplante para evitarlo. Las cosas evolucionaron lentamente, se descubrió el papel de la histocompatibilidad, se aprendió a obtener células progenitoras que evitaban tener que sacar médula del hueso del donante, se mejoró la quimioterapia y el tratamiento antibiótico para evitar las infecciones, se crearon bancos de médula ósea, se aprendió a mantener vivo al paciente con transfusiones, se expandió la indicación de trasplante y se aprendió a usar el cordón umbilical como fuente de células progenitoras, aunque cada vez se usa menos.

La técnica más frecuente consiste en obtener células progenitoras sanas del enfermo, cultivarlas mientras se intenta dejar la médula libre de células. Entonces se transfunden las almacenadas. Ellas buscan su camino a la médula, la colonizan y se disponen a fabricar sangre. En 2020 se realizaron en España 3.375 trasplantes, el 61% fueron autólogos. El resto de un donante, denominado alogénico. El 65% de los donantes estaban emparentados. Aunque las indicaciones se incrementaron y la técnica se sofisticó, en los últimos años el número de trasplantes se estabilizó con tendencia leve a la baja. Notable es que solo 29% se hizo para tratar leucemias. A la vez, algunas indicaciones han caído en desuso, como el tratamiento del cáncer de mama. Tampoco ha tenido mucho éxito esta terapia en otros tumores sólidos. Las enfermedades que reciben más trasplantes son el mieloma múltiple, más de 1.000 y los linfomas, casi 1.000.

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