Abrazos

El papel de los abuelos y la soledad de las personas mayores

Fernando R. Miranda

Fernando R. Miranda

Sigo sin ver los beneficios del Brexit para los británicos. No parece buena idea "desabrazarse" de Europa por muy imperfecta y contradictora que esta pudiera llegar a ser. Seguro que les costará llenar el vacío que dejamos. Es un retroceso eso de creerse diferentes y sacrificar puntos de apoyo para aferrarse a una trasnochada idiosincrasia. Sobra arrogancia porque, entre otras cosas, ser isla debilita y reventar puentes pone las cosas bastante cuesta arriba aunque sea a la manera inglesa.

Acudo a nadar a una piscina pública donde un grupo de jubilados se organiza para ir temprano todas las mañanas sin faltar ni un solo día. Escucho las conversaciones entre ellos y detecto el tremendo abrigo que se prestan unos a otros animándose a ser positivos y cómplices desde la atalaya de su madurez. La natación es un deporte individualista donde las haya pero con un mundo rico en relaciones sociales antes y después de meterse en el agua. Percibo también la sabiduría que otorgan los años a través de sus improvisadas reflexiones. Suelen ser comprensivos con el análisis de los que hoy se equivocan con sus decisiones de poder: "Ahora les toca a ellos", casi les escucho decir con más ternura que reproche.

A veces uno va por la vida con el depósito en reserva de amistades y sin recursos ni motivaciones para repostar. Esa lucecita en rojo te alerta de que eres un poco más vulnerable y necesitas relativizar. La felicidad es un lujo que no siempre te puedes permitir.

Estamos muy vistos, somos muy recurrentes y más si hablamos de nosotros mismos. La película de nuestras frustraciones la hemos visto cientos de veces en otros. Tampoco somos tan distintos y, a veces, lo único que nos alivia en medio de una tormenta es un hombro solidario, un poco de comprensión y algo de conversación.

Leo que uno de los males de nuestro tiempo es la soledad no deseada de la gente mayor. Es como si resistiéramos mal el paso del tiempo. Como si los relatos de los que nos extienden la mano desnudándonos el alma, no encontraran a ningún amigo o familiar que pudiera apretársela.

Los cientos de ancianos que viven sin compañía están empadronados en tierra de nadie. Porque uno lo que cultiva al cabo de su vida son lo abrazos para el fin de curso. Cuando te fallan, entonces es que algo no cuadra. Has dejado de progresar adecuadamente para entrar en el agujero negro del olvido. A menudo los que vienen detrás dan pretextos de garrafón sobre el papel de los abuelos. Lo de amar la vida –y no solo la de cada uno– no siempre se cumple. Pasa en todas las familias y se cura con el tiempo, pero es cierto que los errores de abandono o falta de presencia física se repiten cíclicamente.

Cada cinco segundos alguien se muere de hambre en el mismo planeta al que hacemos a las máquinas hablar. No estamos tan lejos unos de otros, pero sí de espaldas. El amor al prójimo tiene unos límites que suelen ser los de nuestros intereses y, en ocasiones, estos son tan fuertes, que nos obligan a estar concentrados solamente en nuestro ombligo. No hay tiempo para más. Cuando fallan las fuerzas requerimos ternura porque es cuando más se necesita, pero en ese momento corremos el riesgo de que el oasis esté solo en nuestra imaginación.

Oigo barruntar a un pensionista malhumorado mientras dejaba atrás un cajero de un banco: "Las tecnologías no van a dejar de evolucionar y, cuando les toque el turno a los que ahora nos relegan, les harán lo mismo a ellos"..

Es ley de vida: cada uno se desahoga como puede. Pero lo verdaderamente difícil de aceptar es que no te quieran abrazar.

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