Más allá del Negrón

El averiado ascensor social

La escasa eficacia de las medidas contra la creciente desigualdad

El averiado ascensor social

El averiado ascensor social

Juan Carlos Laviana

Juan Carlos Laviana

Dicen que el ascensor social en España está fuera de servicio. No funciona. Uno se sube en el bajo y ya puede esperar, que aquello no va ni para arriba ni para abajo. Puede esperar toda una vida y morirse sin haber subido un centímetro de donde lo cogió. Es más, cabe la posibilidad no solo de que no suba, sino incluso de que baje. Dado que se trata de un elevador muy obsoleto, puede que acabe en alguno de los sótanos. Así que el que quiera subir que tire escaleras arriba.

Dicen que en la época de nuestros padres, con el ascensor recién estrenado aunque un poco desfasado tecnológicamente, las teclas inmaculadas y aún con cierto empalagoso olor a nuevo, el ascensor subía como un tirito a las plantas más nobles, que suelen ser las más altas.

Si he de ser sincero, yo no lo he visto. Y eso que, amante de las innovaciones, por la influencia de mi padre, fui de los primeros en subir en el ascensor de la Torre de Bankunión en la plaza del Humedal y de los que cada vez que iba a Oviedo hacía cola en las escaleras mecánicas de Galerías en la calle Uría. Qué prodigios.

Decía que no lo he visto porque, en contra de lo que dicen ahora de los privilegiados que fueron los de la anterior generación, que progresaban con toda naturalidad en la escala social, no he visto que ni mi padre, ni mis tíos, no digamos mi madre, ni siquiera mi hermano terminaran mucho más arriba de cómo empezaron. Sólo unos mínimos ahorros, a base de muchos sacrificios, hicieron que progresaran algo.

Sí hay que reconocer que todos ellos, parte de la clase baja, experimentaron una gran mejoría en sus condiciones de vida, no tanto porque encontraran trabajos cada vez más prósperos, como porque formaron parte de una inmensa mayoría de españoles que vieron mejorar su situación en bloque, al producirse un gran movimiento de la clase baja hacia la clase media, De repente, los sueldos mejoraron, nos fuimos acercando a los niveles de Europa, las universidades dejaron de ser un privilegio de unos pocos, la sociedad de consumo se instaló y facilitó que disfrutaran de utilitarios, electrodomésticos, bienes todos ellos que facilitaban la vida. Ya no había que ir a lavar al río. Pero movimientos telúricos de tal calibre como el que se produjo al final del franquismo y al principio de la democracia, rara veces se producen en la historia.

Y aquí estamos lamentándonos porque nuestros hijos –eso dicen– van a vivir peor que nosotros. De hecho, mis hijos –nacidos en 2003– ya han vivido la crisis de 2007, de la que aún no nos hemos recuperado; la que trajo consigo la pandemia y la que –aún está por ver– provocará la guerra de Ucrania, si se enquista tal y como parece.

La pasada semana, Jordi Sevilla publicaba en "Cinco Días" un muy interesante artículo que titulaba "Un ático sin ascensor". Sostiene el ex ministro que la movilidad social no funciona en España por causas endémicas, y que corregir la desigual no ha sido una prioridad de este Gobierno, pese a medidas aparentemente progresistas como las sucesivas subidas del Salario Mínimo, la aprobación del Ingreso Mínimo Vital, la revalorización de las pensiones o la reforma del mercado laboral.

El pretendido efecto de esas medidas, según Sevilla, "ha sido contrarrestado por el aparcamiento de la reforma fiscal, el deterioro acelerado de la eficacia de las Administraciones públicas y la puesta en marcha de medidas coyunturales que apenas si han incidido sobre la desigualdad".

Lo que ningún experto parece poner en duda es que la franja de desigualdad se sigue ensanchando. La incontrolada inflación ha disminuido el poder adquisitivo de los asalariados, mientras los márgenes empresariales se han mantenido cuando no han crecido. Nuestra renta per cápita lleva estancada diez años, muy por debajo de la media europea. 11 millones de habitantes se encuentran en riesgo de exclusión residencial y el 41% de los hogares dedica más del 40% de sus ingresos netos a pagar el alquiler, la vivienda social apenas alcanza un 2% del parque cuando en la media europea es el 10% y en el alquiler, todavía la distancia es mayor.

Tenemos una parte relevante de nuestro sistema productivo que, para ser rentable, necesita "precarios, dopados con cafeína, ansiolíticos y antidepresivos", según el profesor Benach, director del informe de la Fundación vinculada a Cáritas FOESSA (Fomento de Estudios Sociales y Sociología Aplicada), al que corresponden todos los datos.

Estamos en la cuenta atrás para el final de la actual legislatura, de hecho cualquiera diría que ya estamos en plena campaña electoral, con un Gobierno dedicado a debilitar a la oposición y una oposición dedicada a minar al Gobierno. Mientras, el ascensor ahí sigue muerto de risa, como esos objetos a los que ya se da por inútiles, sin darnos cuenta de que, con frecuencia, sale más rentable comprar uno nuevo que intentar arreglar uno que se está estropeando cada dos por tres.

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