Más allá del Negrón

Una generación de sordos

Según un estudio, uno de cada cuatro jóvenes padecerá problemas auditivos

Una generación de sordos

Una generación de sordos

Juan Carlos Laviana

Juan Carlos Laviana

Existen dos tipos de sordera. La de quienes no oyen y la de quienes no escuchan. Las dos afectan cada vez a un mayor número de personas y las dos llevan camino de convertirse en una epidemia, si no lo es ya. Sobre la primera, la de los que no oyen, han publicado un estudio un grupo de expertos de varias universidades norteamericanas. Llegan a la conclusión de que el 24 por ciento de nuestros jóvenes padecerá problemas auditivos a lo largo de su vida.

Hay dos síntomas inequívocos de que el problema ya está aquí. Por un lado, basta ver la proliferación, como setas, de establecimientos dedicados a la venta de audífonos, que ya igualan en número, si no superan, al de las ópticas. Por otro, no hay más que fijarse en los transeúntes que nos cruzamos o las personas con las que coincidimos en el transporte público: la mayoría ya llevan incrustados en sus orejas, a modo de pendientes, unos auriculares.

En un interesante artículo publicado en "The Conversation" por el investigador de la Universidad Autónoma de Madrid Humberto Yébenes se advierte de los peligros del uso abusivo de estos auriculares, "ya que el sonido ingresa al canal auditivo externo de una forma más directa que los decibelios del ambiente".

Recuerda Yébenes que "escuchar ruidos de cualquier tipo a un volumen demasiado alto aumenta la posibilidad de perder paulatinamente la capacidad de oír" y que "los ruidos excesivos incrementan el riesgo de padecer hipertensión arterial, infarto de miocardio, accidentes cerebrovasculares, alteraciones del sueño y niveles elevados de la hormona del estrés". Por si fuera poco, "la pérdida auditiva, vinculada con la depresión, la demencia o el aislamiento social, no tiene cura".

Se dirá que sordos ha habido siempre. Ya en nuestra juventud en El Entrego nuestros padres, que no acercaban nada a la oreja más que el reloj para comprobar que hacía tic-tac, nos decían que nos íbamos a quedar sordos por escuchar un cassette de música en los entonces revolucionarios walkman. Menos mal que no nos veían pegarnos a los bafles de la discoteca Madison para comprobar cómo vibraba todo nuestro cuerpo. Sí, sordos ha habido siempre, lo que no ha habido nunca es tanto ruido ni tanto pinganillo incrustado en el oído.

Tampoco ha habido nunca tantas personas que no escuchan. Las múltiples apariciones en radio y televisión en los últimos días del presidente del Gobierno y el líder de la oposición son una muestra. El entrevistador hacía una pregunta y el entrevistado, normalmente, contestaba una respuesta que ya tenía decidida de antemano. Sin pensárselo dos veces, lo que demostraba que ni siquiera había escuchado la pregunta.

Todo un síntoma del origen de la polarización. Oír a Sánchez y Feijóo me ha recordado otra entrevista que realizó el periodista Borja Hermoso a Inma Puig, prestigiosa psicóloga especializada en la resolución de conflictos, contratada, entre otras grandes empresas, por el F. C. Barcelona y el Celler de Can Roca. "Tenemos dos oídos y una boca –afirmaba–, así que si queremos entender al otro tenemos que escuchar el doble de lo que hablamos. Y con un oído hemos de escuchar lo que nos dicen, y con el otro lo que no nos dicen…, que a veces es más importante".

La profesora y consultora catalana denunciaba que son frecuentes "las conversaciones que consisten en que solo estamos esperando a que el otro acabe para soltar lo que ya teníamos preparado". Y concluía: "Se establecen diálogos de besugos que hacen que la gente no se entienda".

No es exagerado hablar de epidemia de sordera. Ya en 1910, Robert Koch, premio Nobel por descubrir el bacilo de la tuberculosis, predijo que "algún día el hombre tendrá que luchar contra el ruido con tanta fiereza como con el cólera y las plagas." Si seguimos aislándonos del mundo exterior, ya sea embutiéndonos el pinganillo en la oreja o practicando el diálogo de sordos, no sólo pondremos en peligro nuestro oído, sino nuestra propia convivencia.

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