El enigma Marrakech
¿A qué ha ido Sánchez a Marrakech? ¿Solo a darse el gusto y, de paso, remachar su osada geopolítica? Es legítima la opción de quienes salmodian la vulgaridad de este hombre, pues él tampoco da muchas pistas para sacarlos del error, aunque ¿y si esa vulgaridad fuera su secreto para captar al «vulgo» que tan imprevistamente decide sus victoriosas derrotas? Pero vayamos al tema. Pocos occidentales han escrito de Marrakech tan a la medida del objeto como Elias Canetti («Las voces de Marrakech», 1967), predisponiendo el oído a captar su sincretismo. Busco el texto y el rastro de mis marcas a lápiz: son pocas, pero la última encierra el título del capítulo final, «El invisible», acerca de un bulto de trapos en la Yamaa el Fna, con un ser dentro, que emite un sonido monocorde. La idea de que haya ido allí a recargar su baraka, como quien recarga el móvil, es tan improbable como sugestiva.
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