Y van cuatro noches

Unos angustiosos mugidos

Manuel Herrero Montoto

Manuel Herrero Montoto

Sin pegar ojo. Y me temo que esta noche, la quinta, ira por el mismo camino. Si mi señora y yo no dormimos la razón no es otra que la angustiosa coral de mugidos de las vacas de nuestro entorno que aguanta con brío toda la noche. Vivimos encantados de la vida rodeados de prados con una excelente población vacuna que da vida a un paisaje que poco a poco languidece, inexorablemente. A nuestras amigas las vacas, felices se las ve dando la ubre a sus retoños, cumpliendo así con una de las normas más elementales de la naturaleza. ¡Qué poco dura la felicidad! Cuando llega esta época del año nuestras amigas sufren lo que no está escrito. ¿Qué pasa? Pues que a los humanos nos encanta devorar el solomillo de sus hijos e hijas. Y un día, sin previo aviso, mientras pacen y amamantan a sus terneros, por los cuatro costados del prado aparecen los secuaces de la tribu de los carnívoros.

Las cercan, acorralan, inmovilizan y sin piedad roban a sus retoños aún con la leche de sus madres rebosando por sus lenguas. Las introducen en un miserable transporte a hostia limpia y adiós mama Cordera, hasta nunca. El matadero espera a las criaturas para darles el tiro de desgracia entre ojo y ojo, sin anestesia. Luego la disección gastronómica, la distribución con destino al fuego purificador de la brasa que dejará sus carnes al punto o poco hechas, con la sangre casi viva. La vida es bella. ¡Y una leche! Que se lo pregunten a las madres que esta noche volverán a los mugidos del desconcierto. Mugen por separado, a veces de dos en dos, y los silencios se hacen por el agotamiento de sus laringes, que recuperan el tono y vuelven a la protesta inútil. Yo, si me lo permiten las vacas, protestaré por ellas en mi particular forma de mugir, o sea, la palabra. Mujo en letra escrita y me dirijo a los que gozan, para su desgracia, de la sensibilidad necesaria para hacer suyo el sufrimiento ajeno, vacas incluidas. Que no solo sufrimos los racionales, joder, también ellas son hijas de Dios.

¿Qué se puede hacer? Lo ideal, utopía pura, es que pazcamos como ellas. Cambiemos la yerba por lechugas, repollos y tomates, anda que no hay variedad de delicias en la huerta. Y si ello no es posible, que será lo más posible, ¡por todos los santos!, ya que somos tan listos que hasta tenemos una inteligencia artificial, busquemos la forma de separar a los terneros de sus madres sin trauma alguno.

Si lo que escribo lo considera alguien como una chorrada, solo le pido a Dios que me lo convierta en una vaca y le arrebate el ternero cuando chupa con fruición de su teta. Queda dicho, amigas.

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