La divina komedia

Regreso al Paraíso desde el aeropuerto de Lisboa

Manuel Herrero Montoto

Manuel Herrero Montoto

Habla Dante. Ponemos la oreja. "En medio del viaje de nuestra vida/me encontré en un bosque oscuro, porque se perdió el camino recto". Lisboa es una de las ciudades más bellas del mundo. Su aeropuerto un desastre. Encuentro el escenario ideal para una renovada representación de la gran obra. Vengan conmigo de la mano al aeroporto de Lisboa. Haré de Beatriz. Virgilio ni está ni se le espera, no soportaría la irracionalidad de un mundo moderno tecnológicamente estructurado. No perdamos tiempo. Después de una hora de atasco en la autopista llegamos a la T2, antesala del Purgatorio. Ven, monín, no te asustes. En una sala poliédrica gigantesca se agavillan miles de almas robándoles la atmósfera al espacio. Guardan filas errabundos y turistas, enhebrados o adheridos por el sudor. Nada se mueve. ¿No te recuerda la aglomeración a un trombo en la femoral? Sí. Orientémonos. ¿Cómo? Las pantallas. Tres ridículas pantallas dan luz a nuestro despiste con escasa iluminación. Rastreamos nombre de la compañía, número de vuelo, destino, y Dios dirá. Pero no dice nada. Yo le digo al viajero que veo el nombre de la compañía, pero no el número del mostrador que nos corresponde para hacer el "check in". ¿El qué? El lugar donde debemos confirmar que existimos, que llevamos en regla nuestros papeles y donde depositaremos nuestros equipajes con el peso reglamentado. Toca esperar a que el guarismo salga en la minipantalla. Una cantina nos sale al paso con taburetes de medio culo. Queda un solo taburete. Lo cojo. Pero en nipón me dice una niponesa que ni hablal peluquín, que es de su "husband". Iba a llevármelo. Me disuadió el marido, se presentó como uno de los siete samuráis dispuesto a ejecutar conmigo una llave de jiu-jitsu y hacer de mi cuerpo un nudo gordiano. Oportuno aparece el número en la pizarra. A la conquista del mostrador. Dios aprieta, pero no ahoga. Había pagado el ticket por internet con "priority" y un ángel salvador lo junó y nos abrió paso hasta el "check in". Qué bien, ya está, dice el viajero. Pobre. Que lo descubra por sí sólo. Y doblamos hacia el infierno. Un guirigay de policías, funcionarios de gesto adusto, viajeros despelotándose, descalzándose, depositaban ropa, zapatos y bolsos en una bandeja de plástico gris. Es por seguridad, le digo. Y él exclama: ¡coño! Conseguí dos bandejas, cumplimos con la norma, vimos con incertidumbre como nuestras bandejas se perdían por un carril rodado hacia un túnel. ¿Las recuperaremos? Y le señalé el arco de detector de metales. No pitó. Ahora, le dije, estamos en tierra de nadie, a ver que "gate" nos toca para el "boarding". Busco en la pantallita y tararí, en blanco. A esperar. Desfallecido el viajero me suplica, por el amor de Dios, que bebamos un par de cervezas. Dio tiempo a tres. Pagamos una fortuna con la "card". Y, por fin, "boarding", la "gate" 205. De pura alegría nos dimos un abrazo. Nos conducen por un camino siniestro y oscuro. Somos sombras. A través de los cristales aterrizan nubes negras. Ante una puerta cerrada, allí nos apilaron. Después de media hora de frío y humedad, aparece un bus. Damos un largo paseo por la pista y ¡el avión! La azafata nos anuncia que somos "priority" y nos servirán una bebida caliente a palo seco. Ascendíamos al Paraíso.

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