A pesar de todo, las cosas van mejor

La mortalidad por causas prevenibles es en Asturias de las más bajas

Martín Caicoya

Martín Caicoya

Hubo un tiempo en que pensaba que esa longevidad de los españolas, sobre todo de las españolas, tenía fecha de caducidad. Una longevidad que atribuía al obligado estilo de vida de las personas que fallecían hace 40 o 50 años. Entonces, en la década de 1970, cada vez más voces culpaban a la forma de vivir de los ciudadanos occidentales la creciente morbimortalidad por cáncer y enfermedades cardiovasculares. Se fumaba mucho, sobre todo los varones, apenas se hacía ejercicio, la dieta era rica en grasas saturadas y azúcares refinados y crecía la obesidad. Sin embargo, en aquella España pobre de postguerra en la que se criaron los que morían en 1980 la dieta se basaba en legumbres y patatas y se comían pocas grasas y proteínas animales. Los campesinos estaban dispuestos a cambiar el jamón del cerdo por el tocino, más calórico. La necesitaban para el exigente trabajo del campo. En el pueblo se paseaba orondo el rico del lugar. Los demás eran entecos.

Me empecé a interesar por la relación entre dieta y enfermedad cuando descubrí la alta mortalidad por accidente cerebro vascular en España, mucho más elevada que la coronaria. Había una hipótesis japonesa, país que tenía en esa área un perfil de mortalidad semejante, que atribuía a una dieta pobre en proteínas el reblandecimiento de las arterias de pequeño calibre cerebral y la ocurrencia de hemorragias.

Realicé un estudio y esa hipótesis no se confirmó, pero me sirvió para conocer la dieta de los asturianos en los primeros años de 1990. Lo que más me llamó la atención fue el escaso consumo de vegetales: el más bajo de España, unos 14 kilos por persona y año. Además de la encuesta dietética a 1.200 personas, yo iba por las tiendas de alimentos. Ni que decir tiene que solo en las más especializadas había berenjenas, remolachas, alcachofas etcétera. Pero el consumo de carne se había disparado. También el de tabaco. El sedentarismo era la norma y un buen porcentaje eran obesos. Con esos datos y los que mostraban las encuestas de salud, preveía un futuro mucho peor que el presente.

Ya estamos en el futuro y no ocurrió lo previsto. Me encanta pasear por la ciudad y mirar los expositores de frutas y verduras en las carnicerías, algo impensable hace 50 años. Compiten en presentación con las tiendas de vegetales generalmente regentadas por mujeres jóvenes que apuestan por esos productos porque hay cada vez más clientes que aprecian su diversidad de formas, colores gustos y texturas. Las cifras los confirman.

A pesar de que en el año 2022 se haya reducido un 15% el consumo debido a la inflación, cada asturiano, de media, consume 40 kilos al año, aún lejos de los 64 de Navarra, pero mucho mejor que hace 30 años. La media de España es de 50 kilos.

Mejoró también la movilidad. En 2017 solo el 33% se declaraba sedentario y había un 23% que realizaba actividad física notable varias veces a la semana. No hace falta ir a las estadísticas, basta pasear por la ciudad, acercarse a las diferentes sendas peatonales, observar la gloriosa epidemia de caminantes haciendo marcha nórdica. Las cosas han cambiado. Además, la prevalencia de tabaquismos, sobre todo en hombres, ha disminuido y ya se deja ver en la morbilidad: menos cáncer de pulmón, menos infartos.

Estamos en un mundo mejor a pesar de que nos amenazan las guerras, tememos el cambio climático, crece la desconfianza hacia el gobierno y leer el periódico o ver el telediario es deprimente. Los ciudadanos les han echado un pulso a las circunstancias y lo están ganando. Las expectativas de vida siguen creciendo. Tenemos una de las mortalidades más bajas del mundo por causas prevenibles. Prevenibles mediante intervenciones para mejorar el estilo de vida, como puede ser la creación de parques, sendas, carriles bicis, el acoso al tabaquismo etcétera y prevenibles mediante intervenciones del sistema sanitario que cada día es más potente.

Hace 40 años, cuando me empecé a interesar por la salud pública, preveía un futuro peor. Entonces los esfuerzos del sistema sanitario para disuadir de fumar, para animar a hacer ejercicio, para convencer de mejorar la dieta, eran inútiles. Los que tenía coche lo usaban para los más pequeños desplazamientos, era excepcional ver a un ciudadano corriendo por la ciudad, apenas había gimnasios, en los restaurantes nunca se ofrecían vegetales, fumar era la norma y ser educado significaba ofrecer tabaco a los contertulios. También han cambiado los hábitos de consumo de alcohol. La cerveza desplazó al vino, aparece entre jóvenes los atracones, pero en conjunto, algo ha disminuido el consumo, sobre todo de destilados. Se manifiesta en un descenso de la incidencia de cáncer de laringe, entre otros, tan común hace años en Asturias.

Vivimos más años. La apuesta es vivirlos más saludablemente. Para ello hay que insistir en adoptar los hábitos que favorecen la salud.

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