Opinión | Lo que hay que oír

Los enrevesadores

El lenguaje de algunos médicos, profesores y otros profesionales

Los enrevesadores

Los enrevesadores

Decíamos ayer que muchos médicos hablan al paciente angustiado tal y como si los términos que usa fueran de curso común y grada de fútbol o barra de bar. Con un canguelo de aquí te espero, se sienta el sufriente en busca de respuesta al resultado de los análisis, al qué me pasa doctor. Ahí muere la empatía del lenguaje y renace el endemoniado discurso médico (que aquí invento en parte grande): "Verán: es posible que lo de los huesos no sea enfermedad de Pangloletitwitz, o sí. La piel roja parece un eritema grado B de Crane. De momento, no vamos a practicar estoma ni PAAF. Tal vez paracentesis para vigilar esa rectorragia. Supongo que no haya que hablar de segmentectomía, aunque lo veremos antes por el sigmoidoscopio. Así, ya de paso, descartamos cualquier HPV con una toracocentesis". El doliente pregunta, ya acojonado o aovariado del todo ante tal facundia de facultad y MIR:

−Pero ¿es grave o no?

Y recibe la respuesta que se ha puesto de moda, que se dice en todas partes y a todas horas, colmo de la inexactitud científica, túnel de temor, desconsuelo palmario, el fonendo del me lavo las manos:

−Pues qué quiere que le diga. Puede ser mucho o puede no ser nada.

Lo cual es lo mismo que si le contestase "and when the night is cloudy there is still a light that shines on me, shinin’ until tomorrow, let it be. And in my hour of darkness she is standing right in front of me speaking words of wisdom", aunque sin Paul McCartney al aparato. O sea que el doliente no se entera de ná y se larga con sus recetas de ibuprofeno, paracetamol y un antibiótico, un pelín peor de lo que estaba.

−¿Y cómo quieres que lo diga? −me reprochan y caponean los amigos médicos−. Es lo que es, no hay otra forma de diagnosticarlo.

Pues mentira cochina. Imagínense que va una pareja de médicos a ver al profe de Lengua porque su guaje ha palmado la asignatura (o como diablos se llame ahora) y el docente le espeta en lenguaje neopedagógico (que aquí no invento):

−Se veía venir. No puedo dar de paso al elemento discente (ojo, se refiere al chaval) si en un ejercicios con infraglotales −en concreto, de fricativas laterales− se me va enseguida por los palatogramas, que le potencian más. En clase no se pide dominar el labortano, los oromónicos o el cámbrico, no se vayan a pensar −sentencia el docente mientras adopta esa postura asquerosa de sentarse al bies sobre la mesa de la tarima y sonríe con los ojos en blanco y espumilla salivera en la comisura de los labios, escuchándose a sí mismo. Tampoco es que agobiemos con enseñanzas proceleusmáticas, pirriquios o pariambos, véase la Programación, colgada en la web y en soporte analógico (ojo, se refiere al papel) en Secretaría. Pero sí convendría la implementación de la deslabialización: propónganle realización de ejercicios de pronunciación, para evitar el paragramatismo, esa alteración de la expresión tan molesta cuando se trabaja, qué sé yo, la prolepsis o el pospretérito condicional simple.

−¿Y cómo quieres que lo diga? −me reprochan y caponean los amigos profes−. Es lo que es, no hay otra forma de explicarlo.

Pues mentira cochina. Sería lo mismo que responderles cualquier sinsentido: "Estoy en un buen momento, solo era cuestión de tiempo, voy a salir a la calle a gritar lo que siento, a los cuatro vientos" o esta coplilla que acaba de facilitarme el ChatGPT: "En la villa del saber, un médico había, con su maletín lleno, de medicinas traía. Recetaba con esmero, a quien lo necesitaba, su arte era su tesoro, su ciencia no fallaba". O sea, como dije, que lo del chaval puede ser mucho o puede no ser nada. Hablemos para entendernos, un esfuercito, por favor, que al hablante no le cuesta nada, pero nos hace a los oyentes un avío.

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