Opinión | Crítica

El Filarmónica ríe a carcajadas

El teatro Filarmónica estaba ayer hasta la bandera y esperaba expectante, quizás sin saber muy bien lo que le esperaba. Y es que lo que traía Enrique Viana no era para menos. Un espectáculo que se movió entre el humor y la música de manera orgánica y que trajo piezas del repertorio zarzuelístico de Moreno Torraba, Guridi, Torregrosa o Viladomat. Todo lo hizo Viana. Cantó, bailó y entretuvo, solo acompañado de un excelente Ramón Grau al piano que supo hacer de contrapunto durante la hora y media que duró la fiesta.

El espectáculo estuvo articulado entre una conversación entre un nieto y su abuela. El primero cumplía 98 años, así que las cuentas de la segunda salen bien pasadas las tres cifras. A través de llamadas telefónicas se articuló una narración que visitaba momentos relevantes de la historia, desde la epidemia de la cocaína en Barcelona hasta la llegada del tranvía. Con un ritmo sostenido, Viana se cambió de ropa, paseó por todo el teatro y, sobre todas las cosas, mostró sus extraordinarias habilidades vocales moviéndose con extremada comodidad en el repertorio, desde su registro de tenor hasta momentos que visitó agudísimas tesituras, que utilizó de manera cómica pero que no dejaron de subrayar sus capacidades.

A su vez, Ramón Grau estuvo inmenso mostrando sus dotes de acompañante lírico que le han llevado a ser titular en el Teatro de la Zarzuela. Fiel escudero de Viana, le acompañó musicalmente durante todo el periplo, pero también se unió a su número cómico a golpe de castañuelas, silbatos y haciendo los coros cuando fue necesario. Las carcajadas constantes y los entusiastas aplausos fueron la prueba más palpable de que el espectáculo era redondo y, también, de que a la zarzuela le queda mucha vida.

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