Vamos para bingo

La obsesión de Pedro Sánchez por mantenerse al frente de un Gobierno extremadamente débil y atado a las exigencias y caprichos de sus socios independentistas conduce a España a una ruina democrática y económica. La penúltima exigencia, esta vez de ERC, es una soberanía fiscal plena para Cataluña como la del País Vasco, con la salvedad de que esta, aunque injusta e insolidaria, por tratarse de un PIB porcentualmente pequeño resulta asumible para la caja común, mientras que la catalana, una economía que supone casi el 20 por ciento de la española, supondría según los analistas la quiebra del sistema.

Pero no se preocupen, a dos meses de las elecciones adelantadas por la Generalitat, cabe pensar que nada más Sánchez vuelva a ceder a las pretensiones de una de las dos fuerzas independentistas que se disputan la hegemonía llegará otra exigencia más de Puigdemont y de Junts. Así hasta el final de la legislatura, porque si de algo se han dado cuenta los soberanistas es de que no hay que desaprovechar los dados de la fortuna que ruedan a su favor para financiar una Cataluña independiente, que es según ellos mismos el objetivo final.

La claudicación del Gobierno está siendo tan sumamente grosera que cada vez son más los que sospechan que no todo responde a una estrategia para mantenerse en el poder a costa de cualquier cosa, sino a un proyecto común del sanchismo y sus compañeros de viaje con los nacionalistas en busca de un nuevo período constituyente y otro modelo territorial. Primero, la Amnistía como un hachazo a la separación de poderes del Estado y la igualdad ante la ley de todos los españoles. Ahora, la amenaza sobre la solidaridad de los territorios y el estado del bienestar. Erigiéndose, además, Pere Aragonès en árbitro del sistema cuando dice que la "cuota solidaria" anunciada es solo por un tiempo y mientras las comunidades autónomas pobres hagan los ajustes convenientes y acrediten competitividad. Él también decide quién es o no competitivo.

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