Opinión

Cómo mantener una buena inmunidad

En la media, en España, entre el 35% y el 40% de los cánceres se podrían evitar si nadie se expusiera a ningún carcinógeno

El crecimiento exponencial del gasto en salud tiene tres motores bien engrasados: el coste creciente de la tecnología diagnóstica y terapéutica, la universalización de la atención y el envejecimiento de la población. Frente a ello, desde la década de 1970 del siglo pasado, se alza la voz de la prevención. Casi todas las enfermedades que nos afectan, se dice, dependen del estilo de vida, pero, ¿cuánto puede realmente el sistema sanitario evitar y a qué coste?

Los estudios señalan que la mayoría de las intervenciones preventivas producen una carga económica importante para el sistema sanitario. La prevención clínica es cara y poco eficaz. La buena está fuera del sistema, la que consiste en la modificación de las condiciones de vida. Aun así, hay enfermedades difíciles de evitar. Un desafortunado ejemplo es el cáncer.

Carlos López Otín conoce bien esta enfermedad y es un magnífico divulgador. En una de sus conferencias dijo que la mayoría de los cánceres ocurren por errores espontáneos en la mutación. Conocemos 120 carcinógenos y varios cientos que tienen muchas probabilidades de serlo. Exponerse a ellos no supone indefectiblemente contraer un cáncer, simplemente incrementan el riesgo. En algunos casos, como el tabaco, de forma importante: multiplica por 10 el de cáncer de pulmón. Pero solo lo dobla para otros cánceres. Otro ejemplo de una exposición común, comer carne roja varias veces por semana incrementa el riesgo de cáncer de colon y recto, pero solo en un 25%.

Sabiendo el riesgo relativo y la proporción de personas expuestas podemos calcular cuánto cáncer podemos prevenir. Por ejemplo, en cáncer de pulmón a medida que la prevalencia de tabaquismo disminuye, así lo hace la proporción de cánceres atribuibles a tabaco. En la media, en España, se puede decir que entre el 35% y el 40% de los cánceres se podrían evitar si nadie se expusiera a ningún carcinógeno. Hay más de un 60% que ocurren por causas desconocidas. La más importante, las mutaciones espontáneas.

Cada vez que una célula se divide puede ocurrir un error en la nueva molécula de ADN en la célula hija. Como esto ocurre desde que existe, a la vez que apareció esta forma de trasmitir herencia se desarrolló, en el ADN, la capacidad para detectar errores y resolverlos. Supongamos que no supo reparar el error. Esa célula, si es viable biológicamente, aún tiene que superar el sistema de vigilancia del organismo, la inmunidad. Entre los cientos, miles de células mutadas, unas pocas están equipadas para eludir la inmunidad, entre otras cosas, porque secretan proteínas que las ocultan. Células que se reproducen de manera imparable e invaden los tejidos próximos y lejanos: es el cáncer, un tejido que se extiende como las patas de un cangrejo, aferrándose al organismo donde vive, dispuesto a estrangularlo hasta la muerte.

El mayor factor de riesgo para tener cáncer es la edad. Es así porque el organismo envejecido pierde capacidad de reparar los daños. Sus tejidos ya no se regeneran como antes, por eso la piel es menos tersa, los músculos menos potentes, los huesos más quebradizos. Lo mismo ocurre con el propio DNA: el sistema de vigilancia de la calidad es más laxo y las herramientas para reparar errores menos eficaces.

Todos tenemos células mutadas, células cancerígenas que están siendo aclaradas por las defensas del organismo. A medida que envejecemos tenemos más porque hay más errores genéticos, porque el cuerpo no se defiende como antes y porque se han ido acumulando algunas, nacidas años atrás. Es el largo periodo de incubación durante el cual todo puede ocurrir: que regrese, que se estanque o que progrese.

No es solo la biología del tumor lo que decide uno u otro camino, también las defensas del organismo. Sabemos que por nuestra sangre circulan células cancerígenas que ahora podemos detectar con biopsias líquidas. La mayoría de las veces, esos cánceres incipientes no tienen futuro: las defensas del organismo les impide progresar. No es buena idea, de momento, detectar cánceres en esos estadios tan precoces pues los tratamientos pueden ser más perjudiciales que los potenciales males evitados.

Esperamos que algún día sepamos cómo mantener un ADN vigoroso y un sistema inmunitario atento y eficaz. El estrés es posible, sobre todo en la infancia, que dañe el ADN. También se responsabiliza al estrés de la disminución de la inmunidad, aunque hasta la fecha nadie pudo asociar estrés y cáncer. Tampoco hay muchas pruebas de su asociación con el sedentarismo, sin embargo, se recomienda ejercicio para mejorar la inmunidad.

Otras recomendaciones extendidas son mantener el peso, comer muchas frutas y verduras, carnes magras, cereales integrales y leche y productos lácteos descremados o bajos en grasa y limitar las grasas saturadas, el colesterol, la sal y los azúcares añadidos.

A todas estas recomendaciones, que les sonarán que añadir dormir entre 7 y 9 horas, limitar el consumo de alcohol y evitar totalmente el tabaco y mantener el peso. No estoy seguro de que con eso se fortalezca la inmunidad, sí puedo asegurar que se mejorará la salud en general y se disminuirá la probabilidad de contraer o morir por cáncer.

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