Opinión

En defensa del municipalismo

Los municipios como ejemplo del poder de lo cercano

El Ayuntamiento de Villaviciosa, iluminado, en una imagen de archivo.

El Ayuntamiento de Villaviciosa, iluminado, en una imagen de archivo. / Ángel González

En cierta ocasión pregunté a un veterano alcalde asturiano, longevo en el cargo, cuál era el secreto de sus holgadas victorias, elección tras elección. “Muy sencillo”, respondió. Y continuó tras un ligero respiro: “Hacer más fácil la vida de los vecinos”. Y aunque había encabezado el cartel de unas siglas muy reconocibles, añadió con rotundidad: “Yo milito en el partido de mi pueblo”. Era un hombre batallador y reivindicativo, muy apreciado y respetado, que desatendía sus quehaceres por ocuparse en resolver los problemas inmediatos de los habitantes de su concejo. Esa actitud de servicio tenía cada cuatro años reflejo fiel en las urnas.

El municipalismo representa el poder de lo próximo, el valor de la cercanía y la identidad, el lazo poderoso que ata el sentido de pertenencia. En los pueblos pervive la vecindad frente al desarraigo que impera en las ciudades, donde las personas ya apenas se saludan en el ascensor. La contigüidad de domicilio que ya es un mito en las urbes pervive en las localidades pequeñas, donde aún se mantienen las puertas abiertas.

Si en Asturias se apuesta por las “smart cities”, ciudades inteligentes que buscan el equilibrio entre personas, instituciones, tecnología y sostenibilidad ¿no sería también inteligente apoyar un modelo de “smart towns”, de pueblos y aldeas sostenibles desde la autonomía local? Lejos quedan los tiempos en que el Ayuntamiento se limitaba a resolver el asfaltado, el alumbrado y la limpieza.

Si este país requiere ya con urgencia una segunda Transición, no menos reclama también el municipalismo, al que desde instancias superiores hay que facilitar apoyo técnico y financiero. Para que los concejos asturianos escapen del riesgo del abandono, para que sean cada vez más sociales y digitales es preciso repensar el municipalismo. Nadie olvide que la democracia empieza por lo cercano, donde es más factible la participación. Y la cercanía sobrevive en los pueblos.

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