Opinión

Pedir disculpas

Reconocer la culpa e iniciar la reparación

Dicen que un gobernador de Texas cuando le propusieron que las escuelas enseñasen la Biblia también en castellano, contestó: "No. Si el inglés fue bueno para Jesús, es bueno para todo el mundo". Más tarde o más temprano todos tenemos que disculparnos de algo que hemos dicho o reconocer que hicimos una tontería, que nos comportamos como unos ignorantes o que pecamos de insensibilidad. No es fácil. ¿A quién le gusta dirigirse humildemente a otra persona para reconocer que ha metido la pata? Requiere dejar el ego en el perchero antes de cruzar esa puerta. Podrían golpearnos en la crisma al bajar la frente. Y quizás lo merecemos. Puede ser humillante.

Cada vez más narcisista, esta sociedad ha declarado obsoleto pedir disculpas. No piden disculpas las aerolíneas por los retrasos del vuelo. No lo hace el padre si el niño va al colegio con los pañales sucios o los deberes sin hacer. No se disculpa quien empuja en el autobús o quien golpea a otro transeúnte con el paraguas. Los listos tienen prisa y no rectifican. No lo hace Ayuso, ni lo hizo Montero, ni lo hará Puigdemont (¡que viene, que viene!), ni lo hizo Aznar, ni lo hará Pedro Sánchez. Y eso que todos deberían. Y eso que todos saben que deberían.

No se disculpan Putín ni Trump, ni Hamas ni Netanhayu. Da igual que las pruebas se acumulen y su estulticia, su nepotismo, su avaricia, sus asesinatos comiencen a ser parte de sus credenciales oficiales. No tienen de qué disculparse. ¡Cómo les costó hacerlo con la organización de José Andrés!

A otro nivel, pocos MBA predican la disculpa. Y eso está mal. Porque implica que solo lo hacen los tontos y los perdedores. Hay excepciones como la del Papa, que ha pedido disculpas en varias ocasiones. Esperemos que los obispos lo hagan en alguna ocasión…

No se disculpa Ayuso, ni lo hizo Montero, ni lo hará Puigdemont (¡que viene, que viene!), ni lo hizo Aznar, ni lo hará Pedro Sánchez. Y eso que todos deberían. Y eso que todos saben que deberían

Así pensaba mi yo más cínico de esta sociedad retratada en el tango Cambalache, donde no se disculpa nadie "Da lo mismo que sea cura, colchonero, rey de bastos, caradura o polizón", porque al fin y al cabo "Vivimos revolcaos en un merengue y, en el mismo lodo, todos manoseaos". O eso es lo que piensan ellos.

El otro día fui a renovar el carné de identidad. A la entrada de la oficina, dos policías nacionales, jóvenes, educados y amables, con la difícil misión de "filtrar" la clientela, preguntaban al que entraba si tenía cita. Mi mujer y yo la habíamos tramitado por internet. Y "pasen, pasen", nos dijeron. La sala de espera estaba abarrotada. Los policías miraban de reojo la aglomeración, pensando en la hora de cierre.

Detrás de nosotros entró un anciano. Tenía más de ochenta años.

–¿Tiene usted cita?

–No, señor policía.

–Pues, mire usted, tendrá que solicitarla por internet. Ahora todo es por internet.

–Bueno, es que yo…

–¿Viene usted para el DNI?

–Sí, pero con un matiz…

–Si viene para el carné ha de tener cita previa. Es mejor que la solicite y vuelva otro día.

En ese momento el policía, mi mujer y yo creo que reflexionamos a la vez y que decidimos que a aquel anciano quizá le era difícil acceder o entenderse con el internet. Y fue en ese momento, en el que el policía trataba de buscarle una solución, que el recién llegado nos asombró a todos.

–Yo es que, ¿sabe?, he venido a pedir disculpas –dijo en un tono descendente y me pareció ver que se sonrojaba.

–No hace falta pedir disculpas –dijo el agente sonriendo–. Vuelva usted con su cita otro día.

–Es que yo venía a pedir disculpas porque mi mujer tenía hora para hoy, pero se ha puesto enferma, muy enferma, y no puede venir. Y yo quería que la disculpasen ustedes.

Disculparse es para los limpios de corazón que tienen una mente honrada y decencia en los bolsillos, que no aspiran a asfixiar a los demás con sus ansias de poder o con el ejercicio del mismo. Disculparse es admitir que tratamos con iguales. Disculparse es reconocer la culpa y es también iniciar la reparación. Seamos elegantes, vivamos con elegancia: no pidamos disculpas porque otros lo merecen, pidámoslas porque nosotros lo merecemos.

Y ahora recuerdo aquellos versos de León Felipe en los que se disculpaba porque como no tenía otras cosas "importantes" venía "forzado a contar, cosas de poca importancia". Cosas de poca importancia como este encuentro con ese anciano entrañable que me reconcilió con la sociedad.

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