Opinión

Contar mentiras

El relato de Pedro Sánchez

Estábamos todavía recuperándonos del cursilísimo impudor presidencial cuando desde su realidad paralela en la que las once de la mañana son buenas tardes, emergió una figura triste que mutó a amenazante tras traslucir su subconsciente que, mientras se corona como perseguidor de bulos, lo que le pide su serrano cuerpo es ser rey, y no de su casa. Y así ese desliz juancarlista –Begoña y yo– interiorizado y ridículo pero que a él le resonaría bien regio. Es ya rey, sí, pero de la farsa, plañidero e intimidatorio, con un relato estructurado de mentiras para alimento de quienes le exigen medidas extraordinarias contra la prensa, los jueces y la oposición, jaleadores necesarios e interesados en su servilismo acrítico hacia el puto amo.

Primero nos dijo que había decidido seguir con más fuerza si cabe. De la primera parte de la frase es lícito pensar que lo tenía decidido de antemano y que todo fue una pantomima chantajista sentimentaloide. Pero lo que seguro es falso de toda falsedad, es lo segundo. ¿A qué fuerza se refiere el presidente que ha sido débil hasta el bochorno ante independentistas, prófugos, golpistas y herederos de terroristas, cediéndoles lo que no estaba en su mano conceder con tal de mantenerse en el poder? Solo ha sido duro frente a la derecha, a la que niega toda condición democrática como si todos los millones que no le votan carezcamos de legitimidad para discrepar, máquinas del fango todos, difamadores, merecedores de que nos aíslen detrás del muro.

Añadió luego lo de la movilización social, ese escuálido apoyo que todos vimos, ridículo e inmanipulable, que convirtió en la causa de su decisión, no sin pedir luego que se mantuviera y aumentara en su solo loor para demostrar urbi et orbi cómo se defiende la democracia.

El perseguidor de bulos cerró con el gran bulo final, que luego remató en su aló presidente posterior. El jefe de la oposición lo que quiere es meter a las mujeres en casa, empezando por Begoña. Por solo tamaña infamia debe ser declarado impuro. Ese es el sentido último de su inadmisible punto y aparte.

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