Robléu de Cerecea (Piloña),

Lucas BLANCO

La condición de falsario del obispo de Robléu de Cerecea, que LA NUEVA ESPAÑA dio a conocer ayer, desvelando que en realidad esta persona regenta un bar en la capital de España y que no se llama Antonio López de Mingo sino Antonio Cabezuela Pastor, ya fue advertida en febrero de 1997 en una nota publicada en el «Boletín Oficial del Obispado» de Tuy-Vigo, que advertía de la existencia de tres falsos sacerdotes en Madrid, entre los cuales se incluía al prelado de Piloña y al televisivo Padre Apeles.

En dicha información, de la cual se hizo eco en su día el diario de tirada nacional «ABC», se indica que Antonio Cabezuela Martín «está haciéndose pasar por sacerdote en algunos lugares de España y, en concreto, en Madrid». Si bien el segundo apellido no concuerda con el dado a conocer ayer en este periódico, el hecho de que el nombre y el primer apellido coincidan y que este actúe en Madrid, dan a entender que esta diferencia pudo ser ocasionada por una errata.

Igualmente, la dióceses alerta sobre un falso sacerdote de origen argentino llamado Luis Alberto Borsellino que tras hacerse pasar por religioso en Buenos Aires solicitó sin éxito un cargo pastoral en la capital de España.

Por último, la nota menciona a José Apeles de Santolaria, que por aquel entonces gozaba de gran popularidad por sus apariciones en varios programas televisivos, en los que era conocido como «Padre Apeles». La Iglesia se desmarca de sus declaraciones y asegura que «sus posturas son de su exclusiva responsabilidad» y deja claro que «no ha recibido mandato alguno de la Iglesia».

De esta forma se confirma que Antonio Cabezuela ya había ejercido cargos pastorales de forma irregular anteriormente, si bien en el caso de Piloña no solamente se hizo pasar por sacerdote sino que se atrevió con la categoría de Obispo. Un hecho este que, con la información publicada ayer, continúa levantando gran expectación, sobre todo de la parroquia de Cerecea, donde la sorpresa y el estupor de los vecinos crecen a medida que se desvelan nuevos detalles.

En el propio Robléu, la división continúa entre unos vecinos que prefieren no dar la cara para evitar malentendidos, pero siguen defendiendo posturas divergentes. «Pese a todo, él nunca nos cobró nada y recuperó la misa de la fiesta», defiende un sector minoritario, próximo a la familia que acogía al prelado, que ayer se negó a atender la llamada de este periódico.

«Todo el pueblo somos víctimas, no habrá robado, pero jugó con nuestra fe», considera un vecino indignado que se declara una persona muy creyente y a cuyo nieto llegó a coger en brazos el falso obispo. Otros van más allá y lamentan que, pese a las pruebas claras, todavía haya gente que continúe defendiendole. «Recuerdo cuando, en una homilía, él dijo que no se fiaba de los curas y opté por marcharme de la capilla», explica una vecina, feliz tras conocer que se confirma el engaño, mientras aporta más datos de las estancias de Antonio Cabezuela en Robléu. «A nadie le cuadraba que se quedara de fiesta hasta las tres de la mañana tomando sidra, eso no es propio de ningún obispo», añade la mujer, que considera «una disculpa» el hecho de que Cabezuela se declare miembro de la secta del Palmar de Troya.

Sin embargo, también los hay que, ante todo, creen que la principal damnificada es la imagen del propio pueblo. «Es una pena que nos conozcan por esto, pero la gente tiene que saber que nosotros no tenemos nada que ver con esta trama esperpéntica», señala otra habitante de Robléu, que confiesa haber oído rumores sobre la falsedad del prelado hace mucho tiempo.

Con más indiferencia y cierta dosis de humor se lo toman en el bar La Molinera del pueblo de Cerecea, que se ha convertido en el centro de reunión de los vecinos para tratar el tema en torno a las noticias del periódico, las cuales, dicen, «cada vez son más impactantes». «Mira por dónde al final va a ser uno más de nuestro gremio», bromea la joven Carolina de la Concepción, que se encarga de atender el bar junto a su familia. «Hay dos opciones, o está muy mal de la cabeza o tiene la cara más dura que el hormigón armao», reflexiona el hermano de Carolina, Raimundo, entre las risas de unos vecinos que dicen amanecer todos los días con el alma en vilo, pensando qué nueva sorpresa les deparará el periódico del día sobre su falso obispo.