En nuestro recorrido por la historia y las historias de Ribadesella, echaremos hoy una mirada a algunos de los comercios que se crearon en las primeras décadas del siglo XX, así como a alguna de sus anécdotas.

Empezaremos por un establecimiento que sería víctima de las riadas del Sella. Ubicada al comienzo de la calle Gran Vía, se encontraba la Droguería de Pedro Peláez (posteriormente de Pineda), que tenía fama de vender perfumes de muy buena calidad. El negocio era atendido por don Pedro y por su madre, doña Salus. Peláez, que llegó a ser concejal del Consistorio riosellano, tenía dos hijos, Margarita y Pedrín, de los cuales se ocupaba principalmente una tía, doña Carmen (en aquellos tiempos era frecuente que una hermana del marido o de la esposa viviese en casa con el matrimonio, ocupándose de las labores del hogar y de los hijos). En una ocasión, una enorme riada inundó todo el pueblo y, ante la marea de agua, doña Salus se encaramó sobre el mostrador de la droguería; posteriormente, tras largo rato de espera y cierta dosis de pánico, alguien se encargó de rescatarla en un bote de remos.

Cerca de la plaza María Cristina, frente al antiguo Café Manín, había un bazar perteneciente a una señora llamada María, y apodada La Capina. De modo que el negocio era conocido como El Bazar de La Capina. Vendía absolutamente de todo, y en cierta época fueron muy populares las muñecas de caucho que se vendían a 0,95 pesetas. En la villa existía un dicho popular que decía: «La Capina vende chiflos a perrina».

En lo que posteriormente sería la librería de la familia Díaz Escandón (Bardales), junto al desaparecido restaurante Apolo, estaba el establecimiento de doña Rita la Joyera. Por entonces venía al pueblo una viajante de joyas francesa, conocida localmente como la Francesina, que proveía de mercancía a doña Rita; se desplazaba hasta aquí desde la localidad de Mulhouse, en Alsacia, lugar que ostentaba la reputación de hacer las mejores joyas de la época. La Francesina aprovechaba el viaje para vender también por las casas. Doña Rita era soltera, y tenía por costumbre salir de paseo en compañía de su muchacha, Teresa, y de «Lulú», un perro de raza lulú de Pomerania que siempre estaba pulcro de limpieza. Vivían encima del comercio y «Lulú», que tenía bastante mal genio, solía ladrarle desde el balcón a todo el que pasaba por la acera. En una ocasión, unos viandantes, posiblemente hartos de los estruendosos ladridos, se dedicaron a provocarlo hasta tal punto que, con la agitación, el perro resbaló y se cayó del balcón estampándose contra el suelo, con el consiguiente regocijo de los allí presentes.

La tienda de El Margollesu pertenecía a un señor de Margolles casado y sin hijos. Se encontraba donde el actual establecimiento de loterías, y en su origen era un bazar y tienda de ultramarinos; posteriormente, regentaría el negocio otro señor también de Margolles, por lo que se mantuvo con el mismo nombre hasta su desaparición. Era muy frecuente que los marineros vascos que hacían su costera en Ribadesella realizasen sus compras en este bazar; pero, dado que apenas hablaban español, a menudo acababan realizando sus transacciones comerciales por medio de señas (las escenas deben de haber sido realmente cómicas). El Margollesu ostentaba un rótulo permanente en la pared que decía: «Hoy no se fía, mañana sí».

En lo que luego sería la sastrería de Ubaldo, junto al cine, había una platería conocida localmente como Las Plateras. Regentada por un hermano y tres hermanas, en realidad era un negocio muy humilde en el que apenas había mercancía a la venta. Una simpática coplilla local hacía referencia a los nombres de los propietarios del siguiente modo: «Agapito hace un pito por caridad a Rosario para Consuelo de sus Dolores».

La investigadora Gracia Suárez Botas, en su monografía titulada «Hoteles de viajeros en Asturias», explica que los hoteles asturianos de principios de siglo tenían por entonces un carácter familiar: la mujer, a cargo de la cocina y asuntos domésticos, y el hombre, ocupándose del bar, de la gestión y de las relaciones públicas. La autora describe este tipo de establecimientos de la siguiente guisa: «El edificio en esquina rematando una manzana, o en el arranque de una calle (?). Y no una calle cualquiera, sino muchas veces a la vía principal de la población, que coincide además con la zona de paseo elegante». La descripción encaja perfectamente con el hotel Universo, un enorme establecimiento que abarcaba todo el edificio donde termina la calle Gran Vía, frente al parque de la Atalaya. Se trataba de un negocio familiar regentado por doña Celia Cuétara y su esposo, Manuel. El matrimonio tenía tres hijos: Fernando, Manolo y Antonina. Un hotel de tal tamaño en los umbrales del siglo XX, ubicado en una pequeña villa como Ribadesella, induce a pensar que ya por entonces existía un cierto trasiego de gente por el pueblo.

«Las Estampas riosellanas» de Guillermo González nos presentan un entrañable relato de uno de los bares más típicos de la Ribadesella de preguerra: «Constanta Espiniella, "Canijo", había nacido en Loroñe (Colunga) y desde niña, que vino a servir, residió entre nosotros. Estuvo casada con Celesto Yáñez (Celesto el Gallegu). Era muy devota y pertenecía a las cofradías del Carmen y Corazón de Jesús. En las procesiones su voz potente y nada cristalina era inconfundible. En su "chigre" nunca se escucharon palabrotas (?). El chigre era un antro y, a pesar de todos los pesares, era un lugar "atopadizu" lleno de sabor y de todo ese "encanto" que tienen los establecimientos en donde la limpieza no era precisamente lo que más lucía, en aquella semioscuridad. Para todos (?), aquel antro establecimiento no era ni más ni menos que una continuación del hogar (?). Allí nunca se vendía sidra embotellada, de la pipa a la tripa, dice el adagio, y en verdad que allí se respetaba». Ubicado en la calle Infante, próxima a la plaza María Cristina, El Chigre de Canijo era llamado así posiblemente por la costumbre de Constanta de usar la palabra «canijo». La dueña atendía sola el negocio, vestida con falda muy baja y mandil; era muy alta, de pelo rizado y moño. Una copla popular hacía referencia al bar:

La sidra de Canijo

ya no nos agrada,

la del Rompeolas

nos sabe salada,

la de Marcelino

es un poco mejor

y la de??? que está superior.

De este modo, en el espacio en blanco de la copla se colocaba el nombre del bar en el que en ese momento se encontraban los cantores, haciéndole honor.

Con esto terminamos nuestro paseo por algunos de los antiguos establecimientos comerciales riosellanos. Más adelante esperamos tener ocasión de continuar.

Agradecemos las aportaciones de diversas personas de Ribadesella que han echado mano de sus recuerdos para la consecución de este artículo.