Opinión | Con sabor a guindas

Mi diálogo con la primavera

Reflexiones durante un paseo mañanero repleto de silencios y belleza

Nos llegaba una caprichosa primavera con sus lluvias y tormentas, privando a las cofradías sus procesiones en Semana Santa. Quizás arrepentida, días después, nos entregaba su sol lleno de ilusiones y esperanzas.

Una de estas noches primaverales me sentí madrugador. Dejada atrás el alba, descorrí la cortina del balcón y el tibio sol del inicio del amanecer depositó su blanca luz sobre la estancia cuando la mañana despertaba de su sueño.

Abrí lentamente mis párpados y extendí las redes de mis ojos sobre el cielo azul que el nuevo día me ofrecía. Al asomarme en primer plano junto a la iglesia recibía el saludo del viejo castaño llamado "de Llano" que con su elegante figura es testigo fiel durante siglos de todos los secretos de mi aldea riosellana. Mientras lo contemplo observo sus pies anclados con firmeza en la tierra. Su cuerpo erguido. Su vitalidad plena. Su alma reposada, y con su mirada al cielo le da la bienvenida a la primavera.

Otros árboles de mi huerta se adornan de pétalos blancos a la espera de sus tempranos frutos. El paisaje se daba cita con una mañana espléndida y ello me animó a disfrutar de mi diario paseo. Lo cierto es que los escondidos colores de la naturaleza brotaban todos a un tiempo para hacerme compañía. Todo era muy cercano, de un lado el mar, de otro, la montaña destacaba su silueta cuajada de roca y verde. Fue entonces cuando dentro de mí sentí la emoción de una enorme paz que hacía mi caminar más fluido y esperanzador.

Sentí felicidad envuelto en un profundo silencio que empezó siendo mi fiel compañero de trayecto. La brisa bondadosa y suave desnudaba su caricia sobre mi cuerpo. Noté como mi sombra impulsada por un sol, ya más intenso, se hizo presente. Ya éramos dos para hacer del viaje una entretenida charla entre amigos.

Las puertas del campo se abrían de par en par para recibirnos y todo lo que mi vista alcanzaba me hacía dueño y señor del territorio que dominaba. Me encontraba tan conforme conmigo mismo que hubiera hecho un pacto con mi alma sin exigirme oración alguna en penitencia.

Pensé en el amor, en la alegría, en la tristeza, y en todo aquello que la vida me ofrecía a la búsqueda de un dialogo compartido con la humanidad que me brindaba la naturaleza. Mis palabras regresaron de nuevo ofreciéndome esa tranquilidad buscada para que el abismo del tiempo se mostrara prudente y comedido con mis sentimientos.

Me aparté del camino, me acerqué a la vía. Dejé pasar el tren mañanero y seguí por la pradera hasta esa área recreativa que la llaman "del Infierno", que es, a mi entender, un cielo de paisaje con el pedral de Arra al fondo. Contemplé sus acantilados. Escuché paciente el ruido del mar sobre las rocas y en la lejanía divisé un barco sobre aguas de espumas blancas.

Les confieso que, en mi caminar, en este primaveral día, he sentido como el alma le habla al viento y se hace amiga de la naturaleza. Diría que es toda una hermosa meditación en claustro abierto. Por ello, pienso que la primavera es toda una delicia entre cielo y tierra. Sin duda que, si las leyes de la vida son estas, que lo son, vamos a disfrutar de esta estación y gozar de su generosidad.

Regreso de nuevo a mi hogar. Observo como dos golondrinas han hecho nido y revolotean bajo el alero del tejado donde vivo. Las contemplo, van y vienen, en canto y piar entrecortado, haciendo filigranas en sus cortos y largos vuelos. Las veo felices.

Pasa el día, el sol se retira, la tarde se ausenta, la noche cabalga y sigue el silencio. Después, yo me refugio en mis pensamientos. Es primavera,

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