Como los estratos geológicos y sus, a veces, formidables espesores, las fiestas de San Mateo están formadas por capas y capas y capas de material humano hasta llegar a abismos insondables. Ojo, no estoy moralizando ni por lo más remoto.

Dicho sin rodeos ¿qué hay del sexo mateín?

Cada cual sabrá de lo suyo pero como las ciencias adelantan que es una barbaridad -y como la globalización reina sin freno- ha llegado hasta nosotros y, claro, en la semana grande, la pasión por el cancaneo, o dicho en inglés, por el «dogging». Es lo mismo, obviamente: can, «dog»...

El término, tan preciso, alude a la inocencia de los perros que no saben de pudores, tabúes o escenarios a la hora de fornicar. Así que entre los vapores de los cargados espirituosos, los frenéticos bailes africanos, el tronar de altavoces ululantes, el calor pegajoso de los grupos y el roce que te roza que te roce, siempre a más y más, el cancaneo es ya una realidad en Oviedo con rumbo hacia la costumbre aunque, ojo, aún de minorias. ¿Dónde? No voy a alimentar las torpes pulsiones de los mirones, además ¿qué va a tardar Google en sacar un mapa por satélite dando todos los detalles imaginables sobre sitios, horas, circunstancias y transgresiones?

Ya lo decía, a su manera, ayer Roberto Sánchez Ramos -«Rivi», el concejal de AMDG- mientras enseñaba la ciudad al actor Gonzalo de Castro, que está rodando en Lastres: «Salgo poco pero no para evitar el pecado, qué va; quiero ir al infierno porque allí estarán, seguro, todos mis amigos». ¿Pero no habíamos quedado en que el infierno son los otros?