La Orquesta Clásica de Asturias (Oclas) regresó el miércoles a la temporada de la Sociedad Filarmónica de Oviedo más clásica que nunca, con un programa monográfico dedicado a Mozart. A cada paso, la Oclas se va haciendo «mayor» y, durante este casi año y medio de vida de la orquesta, se observa en ésta una evolución que siempre la lleva a más. En este sentido, uno de los aspectos que siempre se relacionan con la Oclas en sus apariciones es la coherencia que, de la mano de su director, Daniel Sánchez, mantiene en el desarrollo del proyecto. En ello influyen tanto la elección de los repertorios como las decisiones en base a las especiales características de una agrupación que está integrada fundamentalmente por estudiantes y jóvenes instrumentistas.

En esta ocasión, cuatro expertos ofrecieron su apoyo desinteresado en los atriles principales, actuando como catalizadores y ofreciendo su magisterio a las nuevas generaciones de instrumentistas. De este modo, en su programa dedicado a Mozart, la Oclas abrió fuego con la obertura de «Il re pastore». Y nunca mejor dicho, dado que el impulso y el carácter de la pequeña pieza sirvieron para sentar maneras y predijeron todo lo que iba a dar de sí una velada musical que contó entre el público con Maximiano Valdés, ex director titular de la Sinfónica del Principado y profesor de Sánchez, y Ana Mateo, la gerente de dicha orquesta en la que Sánchez es clarinetista coprincipal.

El «Concierto de violín n.º 3 en sol mayor, k. 216» de Mozart siguió en el repertorio de la Oclas, que recibió a Laura Fonseca al violín solista. Fonseca es una intérprete de musicalidad elevada -buena prueba de ello fue el «Adagio»- y sonido depurado, como resultado de una profunda concentración sobre el mecanismo de su instrumento. Violinista y orquesta sonaron perfectamente concertadas, en una obra en la que la orquesta, con una presencia importante, supo extraer, de la mano de Sánchez, todos los detalles de la partitura desde un rigor estilístico estricto.

Como pudo observarse a través de la última parada del programa, la conocida «Sinfonía n.º 40 en sol menor, k. 550», también de Mozart, Sánchez llevó a cabo un estudio a conciencia de las obras del concierto, que transmitió con rigor y precisión a la orquesta. De este modo, la Oclas sacó punta a la sinfonía, desde la notable respuesta de las cuerdas y el viento madera, con una articulación refinada y gusto por los contrastes y las tensiones que caracterizan a la página mozartiana.