No seré yo sospechoso de menospreciar la palabra, pero sostengo que a un buen compositor ha de importarle un pimiento; prueba de ello es que en los conciertos apenas hay coros porque no hay letras, o son de relleno; ¿quién comprende el recitativo de la Novena «O Freunde, nicht diese Töne!»? Las mejores arias no mejoran cuando uno comprende lo que dicen. Mozart hubiera puesto en danza cualquier texto del BOE. El viernes, la violinista Veronika Eberle, después de interpretar a Sibelius en el Auditorio, tocó de propina una de Bach (el rey de las propinas), una suite sin palabras denominada «Gavotte in rondeau», en referencia a una danza del pueblo francés de Gavot. ¡Ah, la música! ¿Qué decían las canciones de Whitney Huston? Tanto da. Más que Opus o BWW, o KV, las piezas musicales deberían llevar el prefijo «Laralá»; salvo la «Quinta del sordo», «Ta-ta-ta-chan».