Edificada la plaza de la Escandalera en su totalidad, desaparecido el borrón que suponía para el lugar la cárcel Fortaleza y edificado en su lugar un edificio, que pervive, en la misma manzana en la que estaba una casa, al estilo de Uría, en cuyos bajos estaba la farmacia de Castañón, edificada igualmente con heterogénea gracia la calle de San Francisco, que terminaba en la Universidad, al lugar sólo le quedaba la obligación de crecer dentro de sí mismo.

En 1911 se asfalta el terreno, salvando el desnivel que era prolongación del propio del Campo, al que antaño pertenecía. En el espacio resultante se instalan tempranamente quioscos que van a ser vecinos de la «chocolatera», que no era otra cosa que un transformador eléctrico que allí se plantó en 1901 y que duró hasta la reforma de 1955. Los quioscos eran uno de periódicos, que regentaba Gene, instalado en 1920, que era una institución en aquel Oviedo que compraba el «ABC» a media mañana; el de tabacos, primero de doña Etelvina y después de doña Pilar; el de los bocadillos, y el del limpiabotas, de 1914, primero de Rayón y luego de Alfredo. Entre unos y otros, vendedores ambulantes que pregonaban su mercancía.

En la casa de Conde, esquina a Uría, se instaló el café La Paz, en local que luego ocupó Simeón con paquetería y que actualmente es una compañía de seguros; allí al lado estaba La Casa Verde, mercería, y Richard, relojería, y más tarde óptica. En la esquina, y hasta hace poco, la farmacia Donapetry.

En el edificio que en 1922 construye don Ramón Martínez se establece el café Cervantes, que al principio comparte bajos con la ortopedia de Panizo y Vega y la mueblería Los Certales. Todo ha sido sustituido por bancos y cosas parecidas. Allí estaba, desde 1912, el bar Scar, que toma el nombre de una marca de coches franceses, ya que los mismos dueños tenían un garaje. El Scar siempre tuvo que ver con los transportes y al lado del local había un pasadizo, justo donde está ahora el pasadizo de la Caja de Ahorros, en el que se guardaban carruajes, y allí mismo paraba en días alternos el coche de línea de Cabañaquinta. Eran otros tiempos.

Allí mismo seguían la óptica Torner, la relojería de Galbán, la tienda de fotografía Kodak de Floro y la corsetería Solís, que anunciaba fajas a medida para señoras y caballeros confeccionadas por doña Juana Vizcaíno de Solís, que no era otro que el peluquero de al lado, que regentaba la peluquería Higiénica Solís, que era también mercería y vendía artículos para caballeros, todo en los tiempos en los que la plaza se llamaba Veintisiete de Marzo. Cerrados los establecimientos de Solís, se abrió el bar Martini, en el que entraban y salían señoritas, cosa infrecuente en el resto de los bares de la zona, que no eran pocos. Más tarde, el local se convirtió en Calzados Otigón. Y en la esquina de San Francisco, como hemos dicho, la farmacia de Castañón, que sigue, aunque con otra propiedad.

La acera de San Francisco, que cierra la plaza, se remata con una casa de esquina con chaflán de miradores, la que se hizo en el solar que para algunos produjo el escándalo municipal que dio nombre al lugar. En sus bajos se instala Casa Natalio, sastrería y camisería, que también vendía objetos de regalo del gusto más refinado. El establecimiento de don Natalio Martín resultó muy dañado en los acontecimientos de octubre del 34, como tantos otros, y ya no volvió a aquel local, pero no renunció a la privilegiada zona, instalándose más modestamente a pocos metros, también con modas, en local que durante años tuvo en su altillo el despacho de quinielas. Al lado estuvo La Popular Ovetense, dedicada al material eléctrico, en el local que luego ocupó la Heladería Italiana. Don Ángel Peiruz, su dueño, fue el italiano que vino a Oviedo como heladero en la década de los años treinta y se estableció durante un tiempo en parte del local que en la Escandalera ocupaba el café La Paz. Él se estableció en la calle Fruela, en un buen sitio cercano al bullicio del Fontán, pero la guerra destruyó la maquinaria y ya no volvió a instalarse allí, haciéndolo en la Escandalera, en el local que antes había ocupado La Popular Ovetense.

Siguiendo por la misma acera, camino de Porlier, estuvo una zapatería, que luego fue un «chigre», Casa Cándido, y más tarde la mercería de María Cabañes. Y allí mismo, al lado, en edificio desaparecido, la mueblería de Cuartas, que se trasladó a la calle Argüelles, a la vuelta de la esquina, y dejó el lugar a la tienda de comestibles de Cuesta. Y el bar Azul, que antes había sido el taller de saneamiento de Raimundo García. Y el «chigre de la viuda de Basilio», y el portal modernista con entrada de carruajes, y, ya perdida la plaza para ser sólo calle de San Francisco, más tiendas y bares, que eran especialidad de la zona, por no pocas razones, que en parte se han perdido con ellos.

La vida comercial de la plaza, que parecía su destino definitivo, se trastocó especialmente cuando en 1955 la Caja de Ahorros, que había tenido su sede en la plaza de la Catedral, decidió edificar en la Escandalera, para demostrar su pujanza, tragándose de un bocado las pequeñas casas comerciales y la de esquina a San Francisco en la que estaba la farmacia. Empezaba una nueva era?