Nada más ser elegido el papa Francisco, un cardenal se dirigió a él y le dijo: "¿Ha pensado qué nombre ponerse? ¡Debería llamarse Clemente XV!. Para vengarse del que los suprimió". Bergoglio rió. No dejaba de ser histórico que 200 años después ascendiera un jesuita al solio pontificio.

El siglo XVIII europeo estuvo marcado por el Despotismo Ilustrado. A través del regalismo, los borbones querían controlar el poder de la Iglesia, principalmente la Compañía de Jesús, por su cuarto voto de obediencia al Papa. Entonces los jesuitas se encontraban en el cenit de su influjo en la sociedad. Habían sido confesores de reyes, controlaban el mundo de la educación y las misiones americanas, mientras el gobierno había estado en manos de nobles hasta el momento, formados por jesuitas. Precedentes habían sido las expulsiones de Portugal (1759) y Francia (1762).

En España, con la irrupción en la política de ministros "manteistas" (no nobles que habían accedido a la educación), se estableció una persecución vengativa contra la Compañía y sus amigos. A ello contribuyó sin duda una serie de temas teológicos (jansenismo, doctrina del probabilismo, etc), y una serie de calumnias, como que los jesuitas habían instigado el famoso Motín de Esquilache; que tenían un imperio en América, cuyo rey sería un tal Nicolás I con un ejército de esclavos dispuesto a invadir Europa; o el miedo feroz de Carlos III, que huyó del Motín hasta Aranjuez y al que habían calentado las orejas sus ministros.

La detención en los colegios y residencias españolas el 2 de abril de 1778, mediante cerco simultáneo en toda España y a punta de bayoneta, fue vergonzosa. Llevada en absoluto secreto, no encontró la menor resistencia. Humildemente y en carromato, con su breviario y poco más, fueron trasladados a los puertos donde se había preparado toda una complicada logística de barcos de guerra y otras embarcaciones. El viaje fue muy penoso. Hacinados en bodegas, comidos de insectos, mareados, sufrieron lo indecible. Los que más, los novicios, presionados incluso bajo amenaza de pecado mortal.

La Iglesia española se alineó, por intereses, con el rey; y la Iglesia de Roma fue en la práctica "comprada" y duramente presionada hasta la supresión. Aunque Clemente XIII los había defendido, a la hora de la verdad no los aceptó cuando el rey se los envió desterrados para siempre a los Estados Pontificios. Entre españoles, americanos y filipinos sumaban unos 5.000 hombres. Se dijo que el Papa no los quiso aceptar porque esperaba que Carlos III se arrepintiera. Pero el resultado fue un terrible año de penurias en Córcega, que sufría entonces la guerra entre corsos, genoveses y franceses.

El caso de su sucesor, Clemente XIV, fue aún más cruel, ya que había sido elegido con el compromiso verbal de extinguir la orden. Este débil fraile franciscano, cuando obtuvo la tiara dio largas al asunto, atenazado por el miedo y por la responsabilidad. Las intrigas de las cortes borbónicas desembocaron en la supresión de 1773.

En este proceso fue decisivo el papel del embajador de España, José Moñino, recompensado luego con el título de conde de Floridablanca, que compró con prebendas al confesor, otros prelados y amigos del pontífice. Su acoso psicológico al Papa, tal como aparece en su abundante correspondencia con Madrid, acabó destrozando la salud de Clemente XIV, que concluyó firmando el breve Dominus ac redemptor, que suprimía en toda la Iglesia la Compañía de Jesús. La tesis de que murió envenenado por los jesuitas es tan falsa que hasta sus peores enemigos sostuvieron que en realidad sucumbió a un autoenvenenamiento mental.

No toda la Iglesia aceptó igualmente esta decisión. Las consecuencias para la enseñanza y la cultura fueron funestas. Y en Iberoamérica las manifestaciones de dolor por parte del pueblo muy frecuentes. Sólo el veinte por ciento de los jesuitas expulsados abandonó la Compañía. Algunos en medio de esas tragedias lograron alcanzar la santidad como fue José Pignatelli. Otros muchos, aún después de extinguida la orden, contribuyeron al florecimiento de la cultura en Italia y otras partes del mundo. Preservada en Polonia y la Rusia Blanca, la Compañía de Jesús fue restaurada cuarenta años después por Pío VII en 1814. Una tragedia humana apasionante y poco conocida.