Carmen Bascarán: “Afrontar la realidad nos incomoda”

La misionera comboniana alza la voz junto a la nueva campaña de Manos Unidas: “Nuestra indiferencia los condena al olvido”

La misionera Carmen Bascarán

La misionera Carmen Bascarán / MIKI LOPEZ

Elena G. Díez

Revoltosa, así define la misionera Carmen Bascarán a su “yo” de hace 26 años, cuando a un mes de cumplir los 50 se trasladó a Brasil en compañía de los combonianos. Hijos universitarios, síndrome del nido vacío y una invitación de los misioneros laicos fueron el caldo de cultivo para un viaje que se alargó más de una década. Su personalidad inconformista la compartió con su hermano Carlos –fallecido en septiembre de 2020– , precursor del voluntariado en la familia, y sus cuatro descendientes, que recorrieron el mapa en busca de otra verdad. De la inquietud por cambiar los pedacitos del mundo que tenía a su alcance nació el Centro de Defensa de la Vida y los Derechos Humanos de Açailândia, para ayudar a los habitantes de una de las regiones más pobres del país sudamericano. Ahora, cada vez que cierra los ojos recuerda todas y cada una de las caras que pasaron por la organización solicitando ayuda.

“Afrontar la realidad nos incomoda”, es la conclusión que ha sacado la veterana misionera tras años en contacto con la esclavitud y la miseria. Por eso alza la voz junto a Manos Unidas en su LXIII campaña bajo el lema: “Nuestra indiferencia los condena al olvido”. Este 2022 la organización se vuelca en nueve proyectos financiados desde Asturias, tras recaudar 1.300.000 euros durante el año anterior y con la mirada puesta en los invisibles a ojos de la sociedad. “Es necesario gritar a los cuatro vientos que gracias a las personas que se dejan la piel en estas asociaciones aún hay esperanza para el mundo”, afirma Bascarán.

–¿Aún la hay?

–Somos más los que estamos de este lado que en el otro: el del poder, las guerras y la corrupción. Solo necesitamos despertar.

La comboniana asegura que ha visto lo que significa la verdadera esclavitud, “no hablo de un convenio colectivo para subir el 3% los sueldos”, concluye. Habla de jornaleros marcados como ganado por pedir sus salario, de trabajadores hacinados en fincas kilométricas de las que solo se sale una vez muerto. Pero esas historias, según asegura, resultan una molestia para la gente del primer mundo. “Nos escudamos ante la indiferencia. Yo misma lo hago en muchas ocasiones, es mucho más fácil apagar el televisor”.

–¿Después de toda su trayectoria, se considera indiferente?

–Yo me escudo en que estoy cansada. Haber hecho labor no me justifica, siempre hay algo más que se puede hacer.

Quizá ese es uno de los motivos por los que ayer se sentó en la pequeña sede de Manos Unidas para conversar con LA NUEVA ESPAÑA, compartir su experiencia y convencer de que queda mucho camino por allanar. “Todos tenemos cosas que aportar”, anima Bascarán. Asegura que da igual la procedencia, opinión política o religión. Cuando alguien entra por la puerta de una asociación la pregunta adecuada debería ser “¿qué sabes hacer?”, para así buscar lo mejor de cada voluntario. Esta enseñanza es una de las que su hermano Carlos, recientemente fallecido, dejó en el seno familiar: “Siempre me decía: ‘haz del Centro un lugar independiente donde la dirección común sean los Derechos Humanos’”.

El problema, vuelve a insistir, es la falta de interés por conocer qué hay detrás de esas imágenes virales como la de Alan Kurdi, el niño sirio de tres años que apareció ahogado en una playa de Turquía. “Basta con que le demos la vuelta a nuestros jerseys”, explica con una mano sobre la etiqueta: “Bangladesh”. Y así, comienza a enumerar una larga lista de cosas cotidianas que provienen del trabajo de personas esclavizadas: parte de la carne que proviene de macrogranjas en países en vías de desarrollo, la madera de los muebles de cualquier hogar lleva el nombre del Amazonas en sus muescas, el acero de los coches y neveras que proviene de siderurgias alimentadas con carbón vegetal donde también hay esclavitud...

“Toda una cadena que incomoda y llevo viendo a lo largo del tiempo en Brasil”, cuenta la misionera, que reconoce que el primer paso para colaborar es reconocer las carencias que cada uno tiene en el entorno e intentar mejorarlas: “de esta manera se va tejiendo una red cada vez mas extensa”. De lo que hay que intentar alejarse, tal como cuestiona Bascarán, es de los movimientos que ahora parecen estar de moda y no solucionan nada. “Ahora se habla del derecho de los animales, fantástico ¿Y los seres humanos no son sintientes?”, recuerda.

De momento esta luchadora ya ha hecho mucho activismo y por el momento toca centrarse en otra gran misión: dejar legado en sus nietos.

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