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Darío Villanueva: “El paradigma Alarcos del botánico y jardinero de la lengua sigue operando”

El centenario del lingüista, con ochenta invitados, constató la vigencia de su legado y finalizó con la celebración de su precisa y callada obra poética

Darío Villanueva, junto a Josefina Martínez, en la jornada de clausura del centenario de Alarcos. | Juan Menéndez

Decía el reputado filólogo rumano Eugeniu Coseriu que el buen lingüista tenía que ser botánico y jardinero, es decir, un buen científico de laboratorio y un investigador capaz de vérselas cara a cara con “la realidad desnuda de los fenómenos de la lengua”. Darío Villanueva, presidente del comité científico de las jornadas de la Universidad de Oviedo dedicadas, la semana pasada, al centenario de Emilio Alarcos, cree que el homenajeado reunía las dos condiciones, y que ese hecho, junto con su capacidad para impulsar la modernidad lingüística en la segunda mitad del siglo XX en España, tanto en las universidades como en la Academia, dan vigencia a su legado.

Por la izquierda, Javier Almuzara, José Luis García Martín, Miguel Alarcos, Ricardo Labra y Luis Alberto de Cuenca, en el RIDEA, en la mesa dedicada a la poesía de Emilio Alarcos. | Irma Collín

Villanueva, encargado de clausurar las jornadas, cree que los ochenta profesores, investigadores, discípulos, literatos y filólogos que pasaron por Oviedo la semana pasada, en especial los más jóvenes, probaron que “el paradigma Alarcos sigue funcionando”.

Es cierto que los paradigmas cambian y evolucionan, porque así funcionan las ciencias, explica, pero “frente a aportaciones relativamente efímeras hay otras que marcan un antes y un después, y eso fue lo que ocurrió con Alarcos”.

El “Don Emilio” de la Universidad de Oviedo tuvo la oportunidad de seleccionar muy bien los aires nuevos que se traía de Suiza en los años cuarenta: la glosemática y la lingüística estructural. Gracias a esos modelos escribió su “Fonología” y aquello rompió el aislamiento de España en un momento en que el resto de Europa también estaba golpeada por la guerra.

“Emilio Alarcos”, concluye Villanueva, “representó para la Academia Española un impulso complementario al que en su día había representado la escuela filológica de Ramón Menéndez Pidal, el impulso de la modernidad lingüística, el de las corrientes más operativas del estructuralismo europeo”.

En su condición anfibia de botánico y jardinero, Alarcos, como también recalcó Darío Villanueva, extendió su curiosidad y su trabajo a la literatura, tanto a la narrativa como a la poesía. “Su discurso de ingreso en la Academia”, volvió a contar el exdirector de la RAE, “no versó sobre la lengua, sino sobre Pío Baroja, ‘La lucha por la vida’, y junto a ese interés por otras obras narrativas como ‘La Regenta’, encontramos sus extraordinarios estudios sobre poetas contemporáneos más jóvenes que él, como Ángel González o Blas de Otero, sobre las grandes figuras de la generación del 27, como Dámaso Alonso o Pedro Salinas, y todo su trabajo del Siglo de Oro, que no le fue nada ajeno”.

De esos aspectos, los poéticos en la obra de Emilio Alarcos, trataron también, en “La noche alarquiana”, los poetas Luis Alberto de Cuenca, Ricardo Labra, José Luis García Martín, Javier Almuzara y Miguel Alarcos Martínez, hijo del profesor. Fue una mesa en la que también se aludió al botánico y al jardinero. Esta vez, en alusión al estudioso de los poetas que se manchaba las manos con las raíces de la literatura, cultivando sus propios versos. Lo hacía, señalaba Almuzara, “en su poco tiempo libre, siempre nocturno, de forma muy oculta pero durante toda su vida, sin desmayo”.

De ese “Mester de poesía”, como se titula la selección del corpus Alarcos que José Luis García Martín editó en Visor, se habló en el RIDEA para citar sus influencias, de Blas de Otero a Fray Luis de León, para señalar el humor latente, las figuras retóricas de quien conocía todo el repertorio del oficio y de su “dificultad natural”. “Si bien nosotros necesitamos tener el diccionario con nosotros para leer sus poemas, él no escribía con el diccionario”, resumió Almuzara. “Tenía un acervo léxico muy rico, el lujo verbal era natural en él y por eso podía escribir poemas tan precisos, magnífico orfebre, una poesía divertida y exacta a la vez”.

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