Gabino de Lorenzo cumple 80 años refugiado en un silencio impenetrable: "Ha cerrado la puerta a toda vida pública"

Tras su salida de la Delegación del Gobierno, hace cinco años, el hombre que gobernó Oviedo durante dos décadas vive tranquilo y en familia, retirado de la cosa pública

Chus Neira

Chus Neira

Un día de finales de diciembre de 2011 Gabino de Lorenzo volvió a citarse con su segundo, Agustín Iglesias Caunedo, en una cervecería alemana del Vasco. Era la segunda vez que hablaban de una sucesión que se daría a conocer en pocos días, durante la cabalgata de Reyes, y el hombre que durante más de veinte años había gobernado la ciudad susurró al oído de su segundo como si estuviera a punto de entrar en un programa de protección de testigos:

–Y cuando seas alcalde yo no te voy a llamar más. Cuando quieras algo, me llamas tú.

Gabino no volvió a llamar. Nunca lo hizo. Y aunque todavía jugó seis años la bola extra de la Delegación del Gobierno (2012-2018), aquel tiempo fue casi un anticipo del borrado público al que sometió su figura desde aquel 22 de marzo en que adelantó por la derecha a Rajoy y salió por la puerta de atrás de la Plaza de España, sin más despedidas que una carta en la que anunciaba su renuncia al puesto y se presentaba en retirada: "Setenta y cinco años es una buena edad para la jubilación y yo los he cumplido hace unos días". Ahora, dentro de dos días, este martes 14 de febrero, De Lorenzo, fino olfato para las corazonadas quizá por aquello de nacer bajo el signo de San Valentín, cumplirá ochenta años, una edad provecta a la que el alcalde más reconocible de la historia reciente de Oviedo llega en un estado de paz interior y alejado de todos los focos.

Gabino de Lorenzo no ha querido asumir ninguna posición pública de las que su trayectoria le brinda. No se ha sentado junto a Antonio Masip en las ceremonias propias para que figuren los antiguos regidores vivos. Tampoco se le ha visto desfilar por los congresos del Partido Popular ni la casa en la que militó se ofreció, que se sepa, a brindarle ningún homenaje.

Sale con amigos a comer pero ha cerrado la puerta a toda vida pública

Gabino de Lorenzo, con ochenta años, es un señor mayor que ha logrado retirarse del todo, cansado de una vida de máxima exposición pública, y que algunos han visto cruzar por el Campo de San Francisco con un chalequín azul de conductor de la TUA, parecido a esos que "Ramonín" le retiraba en el comedor que tenía montado delante de Alcaldía antes de sentarse a la mesa. Y ya no es que falten Ramonín, los callos y la guindilla en abundancia, es que aquellas estancias son hoy salas blancas con pizarras Vileda. Las ostras y los cachopos. ¿Qué se hicieron?

Esa vida tan alejada de aquella otra por la que Gabino de Lorenzo anduvo se entiende bien, dicen los que le conocen, porque el paisano entendió siempre la política como acción. La ejercía entregado, retorcido, regocijado, un espectáculo donde el tímido que llevaba dentro se ponía el disfraz y salía a hombros. No había forma, en esa concepción política, de dejarlo sin estar, de estar sin ser. Y por eso, dicen, no quiso buscar otra cosa que todo lo contrario.

A sus ochenta años Gabino de Lorenzo es un hombre en paz. Trasmite, dicen sus amigos, tranquilidad y sosiego, como si hubiese llegado a un estado de sosiego extremo. Recogido en su ámbito familiar y en el círculo más íntimo de unos pocos amigos, Gabino de Lorenzo disfruta de las pequeñas cosas que siempre le han gustado. Los libros y las películas. Sigue viendo las mismas de siempre, como si deseara que las cosas nunca hubieran cambiado y esa perspectiva, la del visionado de la película, una ficción detenida en el tiempo, le reconciliara con aquel pasado. Decenas de veces vuelve a ponerse "El Padrino". No hay casi semana en la que no repase "El rostro impenetrable". Esas son sus preferidas. Y en la idea de mantener esa parte del pasado sin tocar, de que haya cosas que, al menos, nunca cambien, también se ha aferrado a otro amuleto. No creo que sea tanto la nostalgia, que no se le presume, como la pereza ante la posibilidad de tener que volver a cambiar los hábitos lo que le ha hecho encadenarse a su viejo Motorola StarTac.

Fue con aquel teléfono en la mano, cuando todavía era alcalde de Oviedo pero la oposición no le veía mucho por el edificio consistorial y hasta de los plenos se fugaba –aprendiz de Houdini– por la puerta-gatera después de hacerle un gesto a Caunedo para que ocupara su sillón, fue en aquel tiempo y con aquel teléfono cuando en una entrevista contestó a este plumilla:

–¿Ves esti aparatín? Pues con esti aparatín puedo estar en Benia o en cualquier sitio y me entero de todo y puedo mandar igual de bien en el Ayuntamiento como si estuviera aquí. Yo me entero de todo, soy como los de la oreya llarga.

Sigue viendo las mismas películas y maneja un viejo Motorola, no quiere otro

Hoy sigue con su Motorola StarTac, y su familia tuvo hasta que buscar uno en Wallapop hace poco, para que siguiera funcionando. Gabino de Lorenzo no ha mandado un whatsapp en su vida y puede llegar a pensar que Facebook es el nombre de una marca de motos. Sigue con el aparatín ese que tiene una antena, botones y se abre. Algo sólido a lo que agarrarse.

Tampoco ha dejado otras certezas a las que llegó a lo largo de la vida. Sigue comiendo con cava Raventós. Aunque si antes podían caer dos o tres en la comida con un amigo, ahora con una basta. Eso también tiene que ver con el mito. Gabino no fue tan Gavino como lo pintaron. Bebía a sorbinos y rebajaba el Glenfiddich con agua.

No consta que siga dándole al whisky. Ha tenido algún problema de salud en los últimos años. Algo en los ojos. Pero se recupera bien. Eso fue después de la pandemia. Los años del covid los pasó en Benia con preocupación y dicen que era de los que estaban muy de acuerdo con la mano dura de Barbón. Había que confinarse y cuidarse.

Allí, en la finca de Benia de Onís, mantiene las buenas aficiones estivales. Esas comidas para algunos amigos que prepara con mimo. En invierno es otra cosa. "Rita es de asfalto", repite a los amigos para explicar por qué la mitad del año la sigue pasando en su casa de Oviedo junto a Rita Mari Álvarez, su mujer.

En ese ámbito familiar, Gabino de Lorenzo disfruta de sus dos nietos mayores y del pequeño cuando viene por aquí –está en Madrid–. Los domingos, cuando hay partido, nada le hace más ilusión que verlos salir de casa con la camiseta y la bufanda camino del Tartiere.

Reparte la vida familiar entre Benia, en verano, y Oviedo, en invierno

Esas son las cosas que le gustan. Las que no, se las calla, aunque a veces salen a la superficie. Es consciente de que "el arroz pasado, pasado está", que hay cosas que no pueden volver a ser, pero es inevitable que, como cualquier ciudadano de su edad, vecino de Oviedo, se preocupe por el estado de ciertas cosas. El Campo San Francisco es un lugar de paso natural y el mosaico de Los Álamos una motivo de enfado. "¿Cómo tienen así eses piedrines? ¿Qué hace ahí todo ese chapapote?", protesta cuando ve los parches de cemento allí donde se ha destrozado el dibujo de Antonio Suárez. Lo normal. Lo que cuenta cuando llega al Tizón o a casa Arturo, a despachar con este o con el otro. Porque no es que se esconda, pero no se le ve donde no quiere estar. Ni en los papeles ni en los estrados.

Dejadme en paz.

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