Alma de Oviedo

Lola, sin traumas

La mayor de las hijas de Pedro Obegero tuvo que dejar la medicina a los 60 años por enfermedad y se volcó en la vida social, los amigos y la familia

María Dolores Obegero García-Pajares.

María Dolores Obegero García-Pajares. / Irma Collín

Chus Neira

Chus Neira

María Dolores Obegero García-Pajares (Oviedo, 70 años) ha ejercido durante 36 en el Centro Médico y en el ambulatorio de La Lila, la mayor parte del tiempo como traumatóloga. Jubilada hace diez años a causa de una espondilitis anquilopoyética, mantiene una vida social muy activa que la tuvo, hasta junio de este año, como vocal en la Asociación Española Contra el Cáncer. Mayor de cuatro hermanas, casada con el médico Javier Villadangos, tiene ahora ya a sus dos hijas en Oviedo, Silvia y Lucía, y disfruta de sus tres nietos: Inés, Arturo y Lola.

Lola Obegero no tenía ninguna vocación cuando se matriculó en Medicina, con 17 años, segunda promoción de la Universidad de Oviedo, pero ahora que lleva diez desde que una enfermedad crónica le obligó a colgar la bata confiesa que su padre acertó al llevarla por aquel camino y que desde el primer día en clase sintió que aquel era su lugar. "Creo que no podría haber sido otra cosa".

(1) El bisabuelo Eduardo y el abuelo Arturo, en Noreña. (2) Con su abuelo y sus hermanas, en el Campo San Francisco. (3) De la mano de su abuelo Arturo. (4) En una celebración familiar junto a su madre y su padre, sus hermanas y todos los sobrinos y nietos. (5) Como vocal de la Asociación Española Contra el Cáncer, en la plaza del Ayuntamiento.

El bisabuelo Eduardo y el abuelo Arturo, en Noreña. / LNE

Pedro Obegero fue muchas. Presidente de la SOF, directivo del Tenis, propietario de Almacenes Generales, impulsor de Proyecto Hombre... Y si fue él quien logró guiar a su hija mayor por los estudios que él no había tenido tiempo de cursar, ella también asumió de esa herencia paterna una vocación social que la mantiene atareada en un no parar en este retiro forzado, viajes con las amigas, reuniones con los médicos ambulantes, encuentro de antiguas alumnas de las Ursulinas, vocal de la Asociación Española contra el Cáncer en los últimos nueve años.

Las cuatro hermanas –al pequeño, Arturo, lo perdieron de joven– supieron pronto que había que estudiar y trabajar. "De señoritas, nada". Y Lola asumió también la responsabilidad de cuidar de Tere, Cova y Marga, en todas las ocasiones que lo requerían, como cuando había que recogerlas para volver a casa en los veranos en Tapia y ellas se resistían: "Riñes más que mamá, preferimos que esté ella". O eso decían, porque Lola se sacude todos esos sambenitos, un poco escéptica a la hora de mirar por el retrovisor y resuelta a la hora de amueblar la memoria: "No tengo ninguna nostalgia de los años pasados, pero tengo buenísimos recuerdos".

Lola, sin traumas

De la mano de su abuelo Arturo. / LNE

Algunos llegan ahora de golpe, como cuando recoge en Marqués de Santa Cruz a su nieta Inés en la guardería Freinet y casi puede descubrir en los huecos, en el piso de arriba, en el pequeño terreno de atrás, los espacios de los Almacenes Generales que su abuelo estableció allí. Al mediodía, Arturo García-Pajares salía un poco antes del negocio para ir a buscar al Campo a sus nietas y comprarles un helado de dos reales, con una bolina de nata montada, que no era tan fría, no fuera a ser. En esa infancia creció Lola, sábados a la cuesta del Naranco o, si hacía malo, a la casona de Noreña. La música les rodeó siempre. Fuera la pasión melómana que ya arrastraba su bisabuelo Eduardo, al que pudo acompañar a su primera ópera, en una "Aida" del día de San Mateo, o el disco de los "Beatles" que papá trajo de Politecna para gran revuelo de las hijas en el piso de Toreno. La otra pasión es el fútbol, alimentada desde pequeña en el camino dominical al viejo Tartiere con una manta, y a día de hoy confiesa que aún no sabe qué le emociona más, si un partido del Oviedo o una ópera.

Lola, sin traumas

En una celebración familiar junto a su madre y su padre, sus hermanas y todos los sobrinos y nietos. / LNE

Su optimismo practicante se nota también en la forma de afrontar la enfermedad. El primer brote serio le llegó en Tapia, cuando estaba embarazada de su hija Lucía. El que le obligó a prejubilarse, otra vez de vacaciones, en 2012. No volvió ya a incorporarse al Centro Médico ni a la Lila, y fue duro después de ejercer durante 36 años, pero consciente de que se iba a morir con la espondilistis pero no por culpa de esa dolencia, dedidió no amargar a nadie con sus enfermedades, hacer vida normal y mantener intacta su sonrisa.

Lola, sin traumas

Como vocal de la Asociación Española Contra el Cáncer, en la plaza del Ayuntamiento. / LNE

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