Así es "Lohengrin", la ópera que se estrena en el Campoamor: "Es abrumadora, exigente con el espectador; esto es Wagner"

El director de escena del último y colosal título del ciclo lírico ovetense admite que es una experiencia "abrumadora", pero recomienda no dejarla pasar, y le ha insuflado nuevo aliento invocando la tragedia griega de Esquilo o Sófocles

De izquierda a derecha, en el escenario del Campoamor y bajo la nieve de atrezo, Pablo Menor, Raquel Porter, Guillermo Amaya y Ion Aníbal López.

De izquierda a derecha, en el escenario del Campoamor y bajo la nieve de atrezo, Pablo Menor, Raquel Porter, Guillermo Amaya y Ion Aníbal López. / Irma Collín

Elena Fernández-Pello

Elena Fernández-Pello

No se trata solo de su complejidad musical y vocal, de las horas que dura la representación, de la intensidad del argumento, o del despliegue de recursos técnicos y artísticos. Solo eso bastaría para hacer de "Lohengrin" una obra "abrumadora", que es como se refiere a ella Guillermo Amaya, el director de escena de la producción en la que cooperan la Ópera de Oviedo y el Auditorio de Tenerife, y que se estrenará el jueves en el Campoamor. Pero hay más, mucho más en realidad, porque Wagner, su música y sus libretos tienen una densidad y un profundidad insondables. "El reto de hacer un Wagner es que no te enfrentas solo a un compositor, te enfrentas a un filósofo: se preocupa de la estética, en su sentido filosófico; intenta reunir todas las artes, el arte total...", explica el responsable de la dirección artística de este montaje

Guillermo Amaya es joven, pero ya tiene una larga carrera a sus espaldas, con 14 años trabajando, precisamente, en Alemania, que tanto le debe a Wagner como nación. El director de escena debuta en la Ópera de Oviedo y también debuta con Richard Wagner con este "Lohengrin".

Él es el responsable de volver a subir al escenario carbayón al compositor alemán, cuatro años después del éxito de "El ocaso de los dioses", que cerró la ambiciosa tetralogía de "El anillo del nibelungo". Para esta ocasión Guillermo Amaya ha procedido como tiene costumbre hacer en todos sus trabajos, repitiendo este ejercicio: "Miro a ver si se puede traer el argumento a la época actual, para descubrir cosas, para investigar, luego ya veré si lo hago o no". Busca las referencias del autor, para entenderlas, y rebusca en su relato las conexiones con el tiempo y la sociedad actuales, si es que las hay.

Así ha encontrado nuevo aliento para su "Lohengrin" en el mundo clásico y en la tragedia griega. No tiene ninguna duda: "Esta ópera es una tragedia griega, y desde esa convicción he recurrido al coro trágico, griego, con una simbología escénica propia, que no actúa, que cuenta, y que te lleva a pensar en Esquilo, Sófocles...".

El teatro Campoamor y el Auditorio de Tenerife se han aliado en esta nueva producción

Con ese recurso, Guillermo Amaya intenta "implicar al espectador" en la acción y en el clima emocional de la ópera, y conducir al público a una catarsis colectiva, que es su fin último. "La tragedia tiene algo ceremonial, ritual; estás compartiendo la tragedia, te sientes partícipe de ella, y el coro la observa y la relata, como un espectador, y observa el público", comenta, y añade que "lo trágico no es que pase lo que pasa, sino que sabes que va a pasar, que es inevitable". Y es ahí cuando surge una conexión atemporal, que atraviesa a todos los seres humanos, y que desencadena la catarsis, con la comprensión última de que "lo inevitable es la muerte, y eso es Schopenhauer, que es una de las influencias de Wagner".

"Lohengrin" no es una ópera fácil. "Es una ópera que exige al espectador; lo siento, esto es Wagner", admite Guillermo Amaya, pero anima a acercarse y, si es posible, a adentrarse en ella. "Son casi cuatro horas viendo una tragedia. Hay gente a la que eso no le gusta, lo respeto, pero yo animo a venir, porque no muchas veces se tiene la oportunidad de disfrutar de algo tan excepcional". Una ópera wagneriana es una experiencia única, "que no hay que perderse, todo un disfrute y con una de las mejores oberturas de la historia de la música, si no la mejor". "El público puede disfrutar muchísimo, yo lo trato con muchísimo respeto, es el que más sabe: lo ve todo, lo sabe todo...", sostiene.

Eso sí, Wagner exige "reflexionar sobre la condición del ser humano, sobre el paso por la vida, sobre lo efímero de la vida, y sobre cómo quieres pasar por ella… Wagner te dice: ‘Mira, así es cómo somos’, y no te da descanso".

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En "Lohengrin", Guillermo Amaya valoró la posibilidad de situar la acción en un escenario contemporáneo, pero lo descartó. "La ventaja que me daba hacer algo completamente contemporáneo era muy egoísta, era una ventaja solo para mí, que me obligaba a dejarme muchas cosas por el camino. Era casi ponerme yo por encima de Wagner", reconoce. Finalmente, creó un espacio y un tiempo indefinidos, que ha construido evocando el mundo clásico y con elementos escenográficos modernos.

«Hay mucho de atmosférico en este montaje»

Pablo Menor

— Escenógrafo

Pablo Menor, el director de escenografía del nuevo "Lohengrin" del Campoamor, ha querido "traerlo un poco a la actualidad, sin hacerlo contemporáneo, utilizando materiales más cotidianos, que recuerdan el hormigón, y con las referencias a la naturaleza que están en el libreto". No es desvelar gran cosa contar que durante la representación caerán hojas secas sobre el escenario, nevará... Es una forma de hacer sentir al espectador el paso del tiempo.

"Hay mucho de atmosférico, muchas transiciones", comenta Menor, y Guillermo Amaya apunta que "ya en el inicio de la ópera hay que ir dando algo al espectador, porque son muchos minutos, se crean algunos estímulos más allá de la música".

El responsable de la escenografía adelanta que han recurrido a cierta "destilación" escénica. Por ejemplo, en el balcón de Elsa, la protagonista femenina: "Pensamos en cuál es el significado del balcón en la ópera y lo actualizamos: aquí aparece una pasarela; igual con la iglesia: dejamos un gran arco que la representa". Así se van incorporando elementos a esa grada griega semicircular que se mantienen en escena durante toda la función, como en un anfiteatro griego.

Pablo Menor ha trabajado con Guillermo Amaya con anterioridad. Se conocen y se entienden bien, y lo mismo sucede con el resto del equipo que se ocupa de la puesta en escena: Raquel Porter, la diseñadora de vestuario, y Ion Aníbal López, que está al frente de la iluminación.

Porter ha creado el vestuario de "Lohengrin" con "la misma idea de atemporalidad" que inspira el decorado. "Me he basado en el art ‘nouveau’, que tiene mucha referencia clásica", comenta, pero reconoce que el gran reto, lo que más la inquietaba, era atender al "gran volumen del coro, con 78 personas, y adaptarme a todas las tipologías de cuerpos", y asegurarse de que los cambios de ropa pudieran resolverse con agilidad.

Hay mucho gris en los figurines, pero también morados, granates... "Son colores potentes en escena, pero no dejan de ser oscuros", observa. "La tragedia es en blanco y negro", en opinión de Guillermo Amaya, de ahí la elección cromática para la escenografía, también en blanco y negro, "aunque la primavera tiene algo más de color".

En ese fondo, la iluminación es especialmente importante. Ion Aníbal López se ocupa de ella y con su ayuda Guillermo Amaya ha buscado generar "dinámicas para que la escena no permanezca siempre igual; el coro no se puede mover mucho más de lo que lo muevo –es un coro que cuenta y que observa, no actúa–; es muy estático, se necesita darle dinamismo y dar un descanso a la retina".

Todo ello, junto con la dirección musical de Christoph Gedschold –que en 2019 dirigió en Oviedo la aplaudida "El ocaso de los dioses"– y las voces de Insung Sim, Samuel Sakker, Miren Urbieta-Vega, Simon Neal, Elena Zhidkova y Borja Quiza, junto a la Orquesta Sinfónica del Principado y el Coro Intermezzo, titular de la Ópera de Oviedo, invocarán sobre el escenario del Campoamor el espíritu wagneriano, tan complejo, tan exigente y tan fascinante, en la premier del jueves, y después en otras tres funciones, los días 28 y 31 de enero y 3 de febrero.

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