Bollo solo apto para irreductibles en el "Central Park" ovetense: "Aquí estamos, para mantener las tradiciones"

El Campo San Francisco, desangelado por la lluvia, acogió a algunos grupos de valientes: "Hay que abrigarse"

Mercedes Martínez, con su hijo Leonardo en brazos, y su marido, Stefano Picco, ayer, en el Campo.

Mercedes Martínez, con su hijo Leonardo en brazos, y su marido, Stefano Picco, ayer, en el Campo. / Irma Collín

Las recurrentes encomiendas anuales al cielo no funcionaron esta vez. Las previsiones meteorológicas se cumplieron y los chubascos no perdonaron ayer, día de la fiesta del Martes de Campo, lo que disuadió a los ovetenses de comer el bollo preñao en el Campo San Francisco. El traslado de la entrega del pan con chorizo de la Sociedad Protectora de la Balesquida a la plaza Porlier –a causa de un Paseo del Bombé tomado por la instalación del Día de las Fuerzas Armadas– y los aguaceros dejaron imágenes de un jardín desangelado y carente del clásico ambiente festivo que caracteriza la celebración.

La presencia de romeros con botella de vino y pan con chorizo bajo el brazo fue anecdótica, aunque el "central park" ovetense corrió mejor suerte que otras zonas verdes: en el Campillín la actividad fue inexistente. De todas formas, la tradición tira y algunos grupos de valientes no renunciaron a lanzarse a la aventura de almorzar en el Campo y resistieron cobijándose bajo paraguas, árboles o sombrill.

El mediodía fue el momento menos duro del día para comer el bollo del Campo San Francisco. Tras unas lluvias torrenciales mañaneras que ahuyentaron a los romeros más madrugadores, hubo un alto el fuego de las nubes que se extendió hasta las 14.30 horas. Fue en esas dos horas y pico cuando el número de grupos de amigos y familias degustando el bollo, la empanada o las tortillas de patata fue más abundante en la zona verde. Algunos vestidos de asturiano, otros con botellas de sidra e incluso algunos preparados con los clásicos carritos cargados de comida para echar el día sobre el césped.

Adentrándose en el Campo desde el Paseo de los Álamos, resguardados justo en la placita detrás del monumento de José Tartiere, llamaba la atención una familia ataviada con los trajes regionales. Eso, sí, con cazadora de cuero encima. "Hay que abrigarse, aunque ahora nos la quitamos para que se vea el vestido", dijo Mercedes Martínez. Ella y su marido, Stefano Picco, italiano de Turín, se retiraron las "chupas" y posaron con su hijo, el pequeño Leonardo, de dos años y medio. "Tengo chaleco y todo", dijo Stefano, mientras se adecentaba la prenda. "Para mí, el Martes de Campo es el Campo San Francisco", explicaba Mercedes sobre por qué estaban allí, pese a los chaparrones. A su lado, su madre, Mercedes Casaprima, era ayer la guardiana de los aperitivos. Además de bollo, había abundante empanada. Y sidra. "Estos charcos que se ven por aquí son de la que eché antes, que sigue en el suelo", bromeó el italiano sobre sus habilidades con el escanciado. La esperanza de la familia para echar culines es que el pequeño Leonardo atine con ello en el futuro.

No fueron los únicos que vaciaron con gusto las botellas verdes en el parque. A tiro de piedra de la fuente del Angelín, se servía la sidra hábilmente. El artífice era Daniel López, un asturiano afincado en Chile que ha venido a pasar unos días a Oviedo, justo a tiempo para el Martes de Campo. Compartiendo el día con él, familia y amigos. "Sabíamos que no podríamos echar aquí el día, pero vinimos igual", manifestó el grupo, con valor. Se les suponía, como a los soldados, ya que llevaban un carro de tela cargado hasta arriba de comida y un montón de sidra. El recuento oficial ya era en ese momento de cuatro cascos.

Alrededor de las 14.30 horas, una tremenda descarga de agua dispersó a la mayoría de intrépidos que alternaban por el Campo. Una de las excepciones fue una irreductible familia con origen también en Sudamérica, en Paraguay, los Irala. "A diario se come en casa y hoy es un día especial, así que dijimos vamos para allá", contaba la parentela, argumentando que a los niños "les presta" salir al San Francisco, "aunque llueva". "Con la que está cayendo, comemos y marchamos, eso sí", reían bajo un pequeño fortín mezcla de sombrillas y paraguas. Sobre la mesa, además del bollo, productos típicos de su tierra como yuca y la "sopa paraguaya", una especie de bizcocho de queso y maíz.

Antes de que la retirada fuese total, otra pareja con coraje resistía paraguas en mano y sentada sobre una toalla, al puro estilo picnic, bajo uno de los carbayos. Sara Estévez y Javier de la Llana degustaban un bollo preñao bajo la lluvia, contra viento y marea. "Aquí estamos, hay que mantener las tradiciones", sentenció el romero, fiel a uno de los festejos más antiguos de Oviedo.

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