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Las joyas y joyeles del Seminario de Oviedo

Los nuevos beatos recién proclamados

Día 9 de marzo de 2019, fiesta de San Paciano obispo, el que por nombre exhibía el de Cristiano y por apellido, el de Católico. En la Sancta Ovetensis, en la Catedral de Oviedo, siendo las once horas, el Delegado Pontificio, Eminentísimo Cardenal Angelo Becciu, Prefecto de la Congregación de las Causas de los Santos, proclamaba solemnemente, en nombre del Papa de Roma Francisco, para todo el Pueblo de Dios, que peregrina en Asturias el siguiente gozoso anuncio:

"Nos, en cumplimiento de los vehementes deseos de nuestro Hermano, Jesús Sanz Montes, O.F.M., Arzobispo Metropolitano de Oviedo y de otros muchos hermanos en el Espicopado y de numerosos cristianos, después de consultar a la Congregación para las Causas de los Santos, en virtud de nuestra Autoridad Apostólica, concedemos facultad para que los venerables Siervos de Dios Ángel Cuartas Cristóbal y ocho compañeros, alumnos del Seminario Diocesano, que, en tan gran medida amaron al Señor Jesús, y a Él hicieron entrega de su juventud, mediante el derramamiento de su sangre, siguiendo valientemente sus pasos en el Camino de la Cruz, en la posteridad puedan ser invocados como beatos y ser celebrada su fiesta el 6 de noviembre todos los años, en los lugares y modos establecido por el derecho. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén. Dado en Roma, junto a San Pedro el diecinueve del mes de Febrero del año del Señor de dos mil diecinueve, año sexto de nuestro Pontificado".

Las Letras Apostólicas, provenientes directamente del Papa de Roma, resonaron en la ovetense Catedral, portadoras de un anuncio gozoso, ofreciendo la impresión de que las bóvedas catedralicias devolvían ecos que parecían reflejo del cielo sobre las cabezas de la numerosísima concurrencia de fieles. Muchos parientes directos de los mártires bienaventurados, cuya beatitud ante el trono de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo se proclamaba, escuchaban las palabras del sagrado rito y aclamaban emocionados y entre lágrimas a los jóvenes levitas, cuyas túnicas albas, teñidas de la púrpura martirial, refulgían con la blancura de la santidad: "Viváis por siempre, seminaristas mártires ovetenses, testigos de Cristo Resucitado".

Mártires de Cristo, beatos recién proclamados, habríais podido ser aclamados con las aclamaciones, con que se coronaban los Papas y los reyes: en vosotros, seminaristas mártires de Oviedo, "¡Cristo vence!, ¡Cristo Reina!, ¡Cristo impera! Testigos sois del Resucitado, la corona de gloria que no se marchita coronará vuestras frentes para la eternidad. No hay diferencia entre la corona de oro y plata y perlas de los Pontífices y los Reyes y vuestra Corona, que ostenta el lauro martirial, la palma gloriosa, imperecedera e inmarcesible de los testigos de Cristo, esa Corona, con la que ha ceñido vuestras sienes el juez Justo, el que tiene ojos que todo lo ven, el Viviente por los siglos.

Para vosotros han quedado franqueados los portones de la ciudad celeste. A través de los umbrales de la celeste Jerusalén, glorioso y triunfante en su propio triunfo y en el vuestro , también de la gloria de él, victoriosos y cubiertos de sublime gloria. Avanzáis en pos de Él. Os recibe todo el refulgente coro de las milicias angélicas y de los bienaventurados que disfrutan ya de las mieles del cielo y reciben ya el lauro de los vencedores. El banquete de los bienaventurados está también preparado para vosotros los mártires seminaristas de Oviedo: alegría y gozo sempiternos os aguardan. Por siempre en Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo os coronarán de la gloria de la inmortalidad. En vosotros ha alcanzado la Victoria la Iglesia del Cordero sin mancha ni mancilla, el Irreprochable, el Inmarcesible que porta en su frente la más sublime de las cartelas, la más ardorosa de las proclamas: "! Iesóus Christós Nika"! ¡"Cristo es la Victoria!", "¡Cristo triunfa por los siglos!".

La copa del odio de vuestros perseguidores rebosó de ponzoña y de hieles hasta los bordes. Fue su odio, odio que envenena, odio portador de amargores sin medida, odio que mata y arrebata vidas en flor. Ante ellos -vuestros también verdugos- , habéis sido sembradores, del agápe, de la caridad, del amor. Sin cosa alguna que ofrecer en vuestras manos más que el amor, más que vuestras sangres derramadas, más que efusiones de ella sin medida, derramamientos sin número de vuestra linfa, sanadora como la de Cristo, rebosante de cariño y de paz, más que el perdón.

Vuestras sangres, en un desbordarse Cuesta de Santo Domingo abajo, formó ríos y cuajó en una torrentera, colaboradora y copartícipe con la del Señor Resucitado, para redimir a la Humanidad. Vuestro querido Seminario de Oviedo, entre los muros del Seminario del vetusto Santo Domingo, se hallaba presto para las llamas purificadoras de tanta iniquidad exterior. El fruto amargo de la ceniza iba a cubrir, a girones, los cielos ovetenses, -fuego, lágrimas, destrucción, un martirio de las cosas, que acompañó al vuestro de sangre y dolor-, carísimos seminaristas mártires de Oviedo, modelos y paradigmas de la entrega y las vivencias de donación de los seminaristas del ayer, del hoy y del mañana. Seminaristas de Oviedo hay solo uno. Con vuestros martirios fuisteis ideal para todos los seminaristas de España entera, porque para el florón de la victoria martirial ningún Seminario hizo para el martirio mérito, más que los mártires ovetenses. En vuestro martirio, han conquistado la Victoria los seminaristas de España entera.

Entre los lauros de vuestra corona se cuentan como méritos los que Tácito describe como los martirios de los cristianos: desgarros, rupturas, descoyuntamiento de huesos, derramamientos y efusiones de sangre, azotes, coronaciones de espinas, tormentos terribles de la cruz, degollaciones y tantas otras, que es prolijo enumerar. "Vuestra sangre está sin duda siendo semilla de cristianos, siendo semillas de nuevos ministros del Dios Altísimo. Os quitaron entonces las vidas, pero no lograron vuestros verdugos poner un tilde , una mera salpicadura, un borrón que ajara las túnicas blancas de la santidad.

Queridos seminaristas de Oviedo, pedimos al Todopoderoso que, por vuestra intercesión conozca la Iglesia nueva floración de seminaristas, que se equipare a la que felizmente experimentó la Iglesia de España, el pueblo de Dios, que peregrina en Asturias a seguido de vuestro martirio. Que muchos jóvenes, correspondan a la llamada -estamos convencidos de que el Señor sigue pasando ante muchos, en la flor de la edad, como vuestra llamada al martirio, para decir, en perentoria llamada: ¡Tú, ven y sigueme!-. Nuestro Seminario, que fue el vuestro, martirizado con vosotros y con algunos de vuestros profesores y superiores, día y noche tiene las puertas abiertas, para que emprendan el seguimiento de Nuestro Señor muchos a quien el Señor sigue llamando. Cristo te dice, joven preseminarista: "¡Ven y sígueme!" Y los así llamados, dejándolo todo, lo siguieron.

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